Vamos a hacer el esfuerzo por dejar atrás los prejuicios que arrastra este tema, y vamos a decir las cosas como son, apegándonos a los hechos históricos. Es decir, plegándonos antes la realidad, no ante la ideología. Ni siquiera ante las buenas intenciones. Simplemente, digamos las cosas como son: el Estado palestino existe, y es un éxito.

El nombre Palestina es un tanto veleidoso y huidizo. Es un ejemplo de cómo una palabra puede disociarse de su significado real, y adquirir otro matiz (u otros matices) a lo largo del tiempo.

En estricto, Palestina es la latinización de Filistea, nombre que se le dio de modo arbitrario al territorio en el que se establecieron diversos grupos llegados del Mar Egeo (Grecia), y que fueron llamados “pelesed” por los egipcios, y “pilistim” por los israelitas. Filisteos, en español.

Pero “filisteo” sólo significa invasor. No se refiere a un grupo o pueblo en específico, sino a un combo de grupos que se asentaron en Gaza y sus alrededores a partir de finales del siglo XIII AEC, y que luego se convirtieron en un dolor de cabeza para egipcios, israelitas y cananeos.

Los filisteos históricos —griegos por definición— se extinguieron. Sin embargo, dejaron una huella memorable, y todavía hacia el siglo V AEC (cuando los judíos estábamos restaurando el Reino de Judea tras el exilio en Babilonia), a la zona de Gaza se le seguía llamando Filistea en ciertos círculos griegos.

El nombre regresó al uso frecuente en el año 135 EC, aunque latinizado. Fue impuesto por el emperador Adriano como represalia contra el levantamiento armado judío que, entre los años 132 y 135, estuvo a punto de expulsar a los romanos de la zona.

A partir de ese momento, las ancestrales Judea, Samaria y Galilea y, por supuesto, la diminuta Filistea, pasaron a llamarse Palestina, y la gente local pasó a ser llamada “palestinos”.

¿Quiénes fueron sus habitantes a lo largo de los siguientes siglos? Básicamente, judíos. Nunca fue un territorio que le interesara poblar a ningún imperio. Las consecuencias de las guerras judeo-romanas fueron devastadoras, y la mayor parte del país quedó hecho un desierto. Poco productivo, árido y nada agradable, ni romanos ni bizantinos se molestaron en repoblarlo. Luego llegaron las invasiones árabes, pero la situación no cambió gran cosa.

Y es que alrededor de Palestina había cuatro ciudades célebres, bien pobladas y con mucho comercio: en Egipto, Al-Qahira (El Cairo); en Fenicia, Tiro y Sidón; en Siria, Damasco; y en lo que hoy es Jordania, Amán.

Cuando los ingleses realizaron el primer censo de lo que ya había pasado a ser el Protectorado (o Mandato) Británico de Palestina en 1922, la población apenas superaba un millón de personas. Pero hay que poner atención en esto: estamos hablando del territorio que actualmente abarcan Israel y Jordania, un territorio que hoy aglutina un poco más de 20 millones de personas (algo más de 9 millones en Israel, algo más de 11 millones en Jordania).

Es decir, estamos hablando de una zona básicamente vacía. El dato lo confirma la bitácora que Mark Twain levantó en 1867, cuando participó como cronista en una peregrinación. Según cuenta el notable escritor inglés, había ocasiones en que podían pasar hasta tres días sin ver a una sola persona.

No es un secreto que los únicos que se interesaron en vivir allí, pese a todo y aunque fuese en números pequeños, fueron los judíos. Si los árabes siempre fueron un grupo mayoritario, es porque había zonas más o menos pobladas, pero estaban no sólo en lo que hoy es Israel, sino también en lo que hoy es Jordania.

Hacia 1893, había un poco más de 400 mil árabes (musulmanes y cristianos) en la Palestina otomana (que también incluía la actual Jordania). Hacia 1922, la cifra apenas había subido a 550 mil. Fue apenas entre las décadas de los 20’s y los 30’s del siglo XX que esta población se incrementó significativamente. Para 1931 ya eran alrededor de 850 mil, y para 1945 habían aumentado a 1.2 millones.

No es un misterio lo que sucedió. Los censos muestran claramente que la llegada de pioneros sionistas desde la segunda mitad del siglo XIX y hasta las primeras tres décadas del siglo XX, incrementaron la actividad económica de la zona y muchos árabes llegaron a vivir cerca de los asentamientos sionistas. Luego, en los años 20’s y 30’s se incrementó la migración árabe enfocada específicamente en no permitir que el país “se llenara” de judíos.

Los censos británicos corroboran que la población judía —asentada mayoritariamente en lo que hoy es Israel, ya que a nadie le interesaba internarse al territorio que hoy es Jordania— se incrementó de algo más de 83 mil en 1922, a un poco más de 550 mil en 1945. El crecimiento es más evidente en porcentajes: en 1922 los judíos eran el 13% de la población del Mandato de Palestina; para 1945, ya eran el 31%.

Lo más significativo de todo esto es lo siguiente: ¿A quiénes se les llamaba “palestinos” en estas épocas? Y la respuesta es simple: a todos, judíos y árabes por igual. “Palestino” nunca designó a un grupo humano en concreto, sino a los habitantes —fuesen quienes fuesen— del Mandato Británico de Palestina.

El nacimiento del Estado de Israel fue, en realidad, la evolución política de la antigua provincia de Palestina. “Israelí” sólo es el término que hoy se usa para designar a aquellos que, hace 76 años, eran llamados “palestinos”.

La Palestina histórica existe. Se llama Israel. Los palestinos históricos existen. Se llaman israelíes. Y ayer han celebrado los primeros 75 años de existencia en su nueva condición legal, llamada Estado de Israel desde 1948.

No existe mayor injusticia histórica que sostener un discurso pseudo-histórico en el que lo judío se usa como antagónico a lo palestino. Semejante barbaridad sólo se puede entender como parte de la propaganda anti-israelí que se mantiene viva, hasta la fecha, por culpa de gente abiertamente judeófoba, o de gente profundamente ignorante e inconsciente.

Pero eso no le importa al verdadero Estado palestino —el de Israel—, poblado por los verdaderos palestinos históricos —los israelíes, judíos o árabes por igual—. Es una nación vibrante, pujante, próspera y fuerte, que seguro llegará al momento de celebrar otros 75 años.

Y muchos más.


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