Albert Speer (1905– 1981)  fue un arquitecto alemán que ejerció como ministro de Armamento de la Alemania nazi durante  la Segunda Guerra Mundial. Fue el único amigo que tuvo Adolf Hitler. En los  juicios de Núremberg su esperada condena a muerte se quedó en veinte años de prisión por cinco votos contra tres. 

Hitler había sido pintor en su juventud como aparece en la película Max. Tenía pasión también por la arquitectura y el mismo hizo diseños para teatros de ópera en Berlín, Viena y Linz, ciudad austríaca cercana a su población natal.

Speer conoció a Hitler en 1933 cuando le presentó personalmente su proyecto para los diseños del congreso Nazi en Núremberg. Speer tenía 28 años. Hitler quedó fascinado con la personalidad del joven y le nombró arquitecto jefe del partido nazi. Cenaba con Hitler varios días por semana y paseaba con el con frecuencia.

En 1937 Hitler nombró a Speer inspector general de los edificios de la capital del Reich. El canciller le ordenó elaborar planos para reconstruir Berlín como capital del mundo con el nuevo nombre de Germania. En 1942 fue nombrado Ministro de armamento.

 El 23 de mayo, dos semanas después de la rendición de las fuerzas alemanas, fue detenido.  Speer fue llevado a varios centros de internamiento para funcionarios nazis e interrogado. En septiembre de 1945 lo trasladaron a Núremberg. ​ El fiscal le acusó de cuatro cargos: participar en un plan común o conspiración para perpetrar un crimen contra la paz, planear, iniciar y librar guerras de agresión y otros crímenes contra la paz, crímenes de guerra, y por último, crímenes de lesa humanidad. 

Robert Jackson, juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos y fiscal jefe estadounidense en Núremberg, explicó: «Speer se unió a la planificación y ejecución del programa para emplear prisioneros de guerra y trabajadores extranjeros en la industria de guerra alemana, que creció en producción mientras los trabajadores se morían de hambre».​ Su abogado Hans Flächsner, presentó a su defendido como un artista empujado a la vida política, que siempre había permanecido fuera de toda ideología. ​

Speer fue declarado culpable de crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad pero fue absuelto de los otros dos cargos.

Había afirmado que no sabía nada de los planes de exterminio nazis y eso lo salvó de morir en la horca. El 1 de octubre de 1946 fue sentenciado a veinte años de prisión.

Aunque tres de los ocho jueces (los dos soviéticos y el estadounidense Francis Biddle) pidieron  condenarlo a muerte, el resto de jueces no lo hizo. Se salvó de la muerte por cinco votos contra tres. 

Su actitud durante el juicio fue muy diferente a la del resto de los acusados. Reconoció la legitimidad de sus juzgadores  y que existía un derecho universal que permitía que  fueran juzgados. Reconoció también parte de sus culpas. Abiertamente asumió su responsabilidad por el trabajo esclavo que fue lo que hizo que las industrias bajo su mando funcionaran.

En la cuestión principal, respecto al aniquilamiento del pueblo judío, declaro que él desconocía lo que estaba sucediendo. Pero que todos los que estaban ahí por sus cargos y por su cercanía con Hitler debían ser considerados responsables. “Debería haberlo sabido, podía haberlo sabido pero no lo sabía”, decía. Se consideraba culpable por omisión.

Cumplió la pena integra de 20 años porque los soviéticos se negaron a su liberación. Tras salir de la cárcel publico sus memorias que fueron un gran éxito editorial. Se hizo rico y famoso.

Desde el punto de vista de la música Speer es importante por lo que pudo ser y no fue. El estallido  de la Guerra mundial paralizo la construcción  de las óperas de Berlín y Linz. Hitler quería que fueran los dos principales teatros de ópera del mundo. Speer y Hitler prepararon juntos las maquetas como aparece en el excelente docudrama de seis horas Speer-Hitler, y en las películas El Bunker (con Anthony Hopkins como Hitler) y El Hundimiento. 

En sus memorias Speer habla de música y de la pasión de Hitler por la música.

Nos cuenta como por iniciativa suya en el último concierto de la Filarmónica de Berlín (12 abril de 1945), entonces y ahora la mejor orquesta del mundo, 18 días antes del suicidio de Hitler se ofreció la escena de la inmolación de Brunilda del Ocaso de los Dioses de Wagner.

Que gran ironía que se tocara la música de la destrucción del mundo en ese momento.

A la salida del concierto, adolescentes de las juventudes hitlerianas entregaban capsulas de cianuro a los asistentes. 

La actual producción del Anillo del Nibelungo del liceo de Barcelona es de Robert Carsen. Es un montaje que en el caso del Ocaso de los Dioses revela la influencia estética de Albert Speer,  Al fin y al cabo, la lucha por la dominación del mundo es el eje argumental del ciclo wagneriano. Speer quiso subrayar el deseo de poder de Hitler y esta producción refleja esa estética tan brutal“, comentó la directora artística del Liceo, Christina Scheppelmann.

Igual que se destruye el mundo en el ocaso wagneriano se destruyeron las obras de Speer. Ninguna permanece. Todas fueron destruidas por la Guerra. 

Otra ironía:  el concierto “La inmolación de Brunilda” ha sido dirigido por el israelí Daniel Barenboim. 

*Pedro Beltrán es Presidente Asociación Europea de Abogados