“La cohesión interna de Israel no es un lujo ni un ideal. Es un elemento central de nuestra capacidad para resistir a nuestros enemigos, sobrevivir y prosperar”, sostiene David Horovitz, editor del portal The Times of Israel.

A primera hora del miércoles, cesaron los disparos de cohetes desde Gaza contra el sur de Israel y entró en vigor un tenso alto al fuego. Todo ello tras un día de conflicto transfronterizo el martes, con el lanzamiento de más de 100 cohetes contra Israel, por la muerte bajo custodia israelí, tras 86 días de huelga de hambre, de Jader Adnan, miembro de la Yihad Islámica que enfrentaba un proceso judicial por actividades terroristas.

Pasó menos de un mes desde el último ataque con cohetes desde la Franja de Gaza gobernada por Hamás, tras violentos enfrentamientos en el Monte del Templo, incluida la entrada de fuerzas de seguridad israelíes en la mezquita de Al Aqsa para enfrentarse a lo que la policía describió como “agitadores” que se habían atrincherado en el interior con fuegos artificiales, garrotes y piedras.

Incluso si este último frágil alto al fuego se mantiene, no cabe duda de que la próxima ronda del conflicto entre Israel y los grupos terroristas de Gaza respaldados por Irán que buscan abiertamente la desaparición de nuestro país es solo cuestión de tiempo, y no mucho tiempo.

Mientras algunos miembros del gobierno abogan grandiosamente por respuestas “aplastantes” a los ataques con cohetes, y algunos en la extrema derecha, incluidos ministros, quieren enviar a las FDI a reconquistar Gaza 18 años después de la “retirada” de Israel, el primer ministro Benjamín Netanyahu no ha dado indicios de querer retomar el control sobre los 2 millones de palestinos de la Franja y, en general, ha tratado de evitar la escalada en la medida de lo posible.

Cuando no estaba en prisión, Adnan radicaba en la zona de Jenin, y las fuerzas de seguridad sabían perfectamente que la violencia desencadenada por su muerte podría extenderse más allá de Gaza y llegar a Cisjordania.

En términos más generales, Israel está plenamente consciente de los esfuerzos de Irán por mejorar su capacidad de dañar al país en múltiples frentes simultáneamente, con un creciente apoyo a los grupos terroristas en Gaza, el sur de Líbano y otros lugares. Los enfrentamientos de Al-Aqsa el mes pasado no solo provocaron el lanzamiento de cohetes desde Gaza, sino también la mayor descarga de cohetes desde Líbano desde 2006, un ataque con cohetes desde Siria, un presunto lanzamiento de un dron iraní también desde Siria y atentados mortales en Israel y Cisjordania.

De hecho, en una reunión informativa con periodistas hace apenas dos semanas, el ministro de Defensa, Yoav Gallant, advirtió que probablemente la era de los “conflictos limitados” ha terminado e Israel enfrenta “una nueva era de seguridad en la que puede haber una amenaza real en todos los ámbitos al mismo tiempo”.

“Operamos durante años bajo el supuesto de que se podían manejar conflictos limitados, pero ese es un fenómeno que está desapareciendo”, dijo Gallant.

Señaló a Irán como la “fuerza impulsora” de esta amenaza en múltiples frentes y especificó que a medida que el régimen se acerca “más que nunca” a la capacidad de poseer armas nucleares, transfiere “recursos, ideología, conocimiento y capacitación” a sus representantes antiisraelíes, entre otras cosas financiando a Hezbolá en el Líbano con 700 millones de dólares al año, a Hamás en Gaza con 100 millones de dólares y decenas de millones de dólares destinados a la Yihad Islámica Palestina.

Este mayor desafío, a su vez, requiere un mayor enfoque en maximizar las capacidades ofensivas y defensivas de Israel, así como tomar la iniciativa en el momento, lugar y escala que elijamos, en lugar de responder a las provocaciones de nuestros enemigos.

Israel no puede darse el lujo de entrar en un conflicto sin tener claros sus objetivos estratégicos, y menos en la situación actual, en la que se enfrenta a un Irán envalentonado.

También es evidente que no puede permitirse distraerse o debilitarse desde dentro, como ha ocurrido en los últimos cuatro meses, mientras el gobierno centra toda su atención, a costa de casi todos los demás aspectos de la gobernanza, en sus esfuerzos por neutralizar el sistema judicial. (La muerte de un preso de seguridad en huelga de hambre no es algo habitual. ¿Acaso el ministro de Seguridad Nacional prestó atención al inminente fallecimiento de Adnan, y el gabinete de seguridad se preparó para hacer frente a las consecuencias de su aparente martirio?).

El enfoque obsesivo de la coalición en debilitar drásticamente los pesos y contrapesos de la democracia israelí ha generado un descontento interno posiblemente sin precedentes, con consecuencias tan perjudiciales para nuestras necesidades de seguridad, que provocó una advertencia pública de Gallant y una eventual suspensión temporal, a regañadientes, del proceso legislativo de la reforma judicial por parte de Netanyahu.

Los enemigos de Israel, y especialmente Irán, están constantemente buscando debilidades en su implacable intento de debilitar y, en última instancia, destruir el país. La escalada del martes es un recordatorio más del tóxico vecindario en el que vivimos, y de la constante inmediatez de los peligros.

Contra todo pronóstico, Israel no solo ha mantenido a raya a sus enemigos durante tres cuartos de siglo, sino que ha construido una nación vibrante, avanzada y asombrosamente resistente. Esa resistencia es crucial para nuestra propia existencia. De ahí el imperativo de mantener un amplio consenso en cuanto a los principios y valores fundamentales de nuestro país.

En esta región traicionera, la cohesión interna de Israel no es un lujo ni un ideal. Es un elemento central de nuestra capacidad para resistir a nuestros enemigos, sobrevivir y prosperar.

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