Hace ya unos años, cumpliendo la Mizvá de Bikur Jolim era un domingo por la mañana en el Hospital A.B.C. (American British Cowdray) de la Ciudad de México. Ese día, la lista de los enfermos no era tan extensa como otros días. Fui a los cuartos de uno por uno a visitarlos, y me quedaba sólo uno.

Miré su nombre en la lista; se llamaba Bernardo y un apellido askenazí. Toqué suavemente la puerta y dije en voz baja: “¿Se puede?” (palabras de rutina). Al no recibir respuesta, empujé la puerta y entré lentamente. Ahí estaba el tal Bernardo: inmóvil en su lecho, sus ojos cerrados, y el monitor a su lado emitiendo el sonido que indicaba que aún vivía. “Aún”, porque de no ser por esos sonidos, habría pensado otra cosa…

No había nadie más en el cuarto. “Hola, señor Bernardo”, le dije a modo de saludo. Mi experiencia me indica que las personas que Jas Veshalom se encuentran en estado de coma profundo, igualmente perciben todo lo que sucede a su alrededor, aunque parezca lo contrario.

“¿Le dicen Bernardo, o lo llaman Bernie?”, continué. “Bueno, como sea, aquí estoy para acompañarlo”. Ni un gesto, ni un movimiento. Sigo hablando: “¿Lo atienden bien aquí, señor Bernardo? Me avisa, porque si no, les reclamo, ¿eh? Mire, que yo tengo mis influencias… Ja ja…”. Nada.

“¿Sabe qué día es hoy?”, le pregunté, sabiendo que no iba a obtener respuesta. “Es Janucá. ¡Janucá, la Fiesta de las Luminarias! Estamos en el tercer día… ¡A freilajen Jánuca, Don Bernardo!” No sé hablar Yidish, pero intenté algo. Igual, nada…

“¿Quiere que le cante una canción?” Y ahí fue cuando comencé a entonar la melodía de “Maoz Tzur Yeshuatí”. Y mientras estaba cantando, después de unos segundos, me doy cuenta de que Don Bernardo abrió lentamente sus ojos. Y seguí con la canción.

Y si yo tenía que usar mi imaginación para creer que me escuchaba, ahora tenía la certeza de que estaba gozando el momento, aunque el rictus de su rostro seguía igual. En eso, entra al cuarto una enfermera y mira el monitor, boquiabierta.

– Usted… ¿Le hizo algo al paciente? – me dijo como reclamándome.
– Nno… Ni siquiera lo toqué –contesté tímidamente.

La enfermera no se molestó en escuchar mi respuesta. Se volteó y llamó al médico, que vino inmediatamente. Y comenzaron los dos a revisar al hombre.

Vino otro médico, y entre todos tomaron notas. Le hablaban a Don Bernardo, que seguía con los ojos abiertos, pero sin contestar.

– Dígame, en serio: -me dijo el médico- ¿Le dio algo de tomar, o algo así…?
– No, no, créame… Sólo le canté una canción…
– Una canción… -repitió mis palabras.

No sé si me creyó, o si se estaba burlando de mí. Cuando salí del cuarto, no resistí y le pregunté a la enfermera la razón de tanto alboroto. Y esto fue lo que me contó:

– El señor Bernardo lleva aquí varios meses. Que nosotros sepamos, sólo tiene una hija, que al principio venía a visitarlo, pero hace más de un mes que no aparece por aquí, ni ella ni ninguna otra persona. Estaba en el módulo de “Terapia Intensiva”, y cuando cayó en estado comatoso fue trasladado a la sección de “Media Terapia”, y a partir de allí, no hemos registrado ningún tipo de reacción. Debe tener un seguro muy bueno, porque recibe todo tipo de cuidados y están todos cubiertos…
– ¿Y qué hacen con él? –pregunté.
– Controlamos sus signos vitales desde afuera, y entramos sólo para limpiarlo y cambiarle el suero y algunos medicamentos. Pero el hecho de que haya abierto los ojos, es como un milagro…

Hice una breve pausa, y dije:
– Sí. Es un milagro… – Y me despedí de ella.

Pero no fue un milagro. Don Bernardo recibió los mejores tratamientos para su enfermedad. Le inocularon los medicamentos adecuados, y lo mantuvieron muy bien vigilado. Sin embargo, le faltaba lo principal: Amor, calor, verdadero interés por él. Tiene una hija; quizás más parientes, pero lo abandonaron a su suerte.

Tiene dinero, pero no le sirvió para nada. Le faltaba… una canción. Esa canción que le hizo abrir los ojos. El médico no entiende. La enfermera cree que es un milagro. Y yo sé lo que pasó. Don Bernardo necesitaba saber que, además de Hashem, alguien se preocupa por él.

Regresé después de unos días, y Don Bernardo ya no estaba en el hospital. No sé qué fue de él. Si se fue a su casa porque se curó, fue por la melodía de “Maoz Tzur Yeshuatí”. Y si su historia acabó allí, por lo menos se fue de este mundo con una canción. Porque La Vida es una Canción. Y una Canción le dio La Vida.

 


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