La expulsión de los judíos de España en 1492 es un hecho de consecuencias que se viven todavía y no parecen cesar. Dio origen a un segundo nivel de diáspora para el pueblo judío que se sumó a la ocurrida luego de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén. Los judíos de España y la Península Ibérica empacaron en sus
alforjas las adquisiciones culturales y de idiosincrasia de su estadía, las unieron con las que traían de antes y se dedicaron a sobrevivir.

La supervivencia fue de varias formas. Unos se refugiaron en comunidades ya existentes. Allí se integraron, aportaron y recibieron aportes. Otros se fueron a latitudes menos hostiles donde escondieron su identidad en distinto grado, a veces lograron salir a flote y mantenerse como judías, otras se asimilaron sin remedio a distinto ritmo y velocidad. Muchos se convirtieron al cristianismo en forma aparente, para sucumbir más temprano o tarde a las garras de lo de siempre: la asimilación. No se puede ser judío por generaciones sin actuar y vivir como judíos.

Los sefardíes son hoy un conglomerado grande. Se denomina así, con ligereza, a todos los judíos que no sean askenazíes. Esto denota algo de ignorancia, pero más denota la enorme influencia que los judíos sefardíes tuvieron en todos los lugares en los cuales residieron. Las familias y personas, algunas comunidades, pasaron a engrosar las filas de otras ya existentes en todo el mudo, y su legado se mantuvo y también se nutrió, así como nutrió a los anfitriones.

Aquellos que dejaron de profesar la religión judía, por razones evidentes, obligadas, voluntarias o circunstanciales, necesariamente conservan un origen común del cual no pueden deshacerse. Es así que, en nuestros días, el número de sefardíes es muy grande, esparcido en todas las latitudes del globo, profesando o no profesando la religión de Moisés, pero con un origen común. Además, los nuevos tiempos, las reivindicaciones solicitadas y aceptadas, la estatura de España como país moderno de Europa, han impulsado el deseo de los sefardíes de recuperar su nacionalidad como españoles, ejercer sus derechos como miembros de una España que también está compuesta por una pródiga diversidad.

Ser reconocido como sefardí constituye para la mayoría de quienes han solicitado o tienen la ciudadanía española, una especie de certificado de origen, una compensación moral a una afrenta histórica y la posibilidad de ejercer un derecho negado injustamente hace siglos y por siglos. Algunos asumen que la posesión de un pasaporte de la Comunidad Europea es un privilegio en estos tiempos de requisitos migratorios. Los más, vemos en la posesión del documento la restitución de un derecho arrebatado.

Hace unos años un cónsul español asistió a una boda de judíos sefardíes en Caracas, quedando algo más que asombrado cuando al leerse el texto del acta religiosa de matrimonio, se mencionaba que la ceremonia se realizaba según “la ley judía conforme a la costumbre de Castilla“. Una mención que ha durado más de 500 años después de la expulsión, en territorios distantes de la península. Y algo que ocurre en todas las bodas judías de comunidades sefardíes. Los judíos sefardíes conservan con mucha vehemencia sus rasgos particulares anclados en la hispanidad, sin menoscabo de su identidad judía nacional y religiosa.

Las iniciativas de España para que sefardíes accedan a la nacionalidad española, incluyendo las de la última ley, han logrado sumar un muy buen número de personas que han demostrado sus raíces sefardíes. Sale a relucir la presencia antes oculta de sefardíes en el quehacer de muchos países. Resulta que muchos apellidos de distintos sectores y ocupaciones, tienen un pasado común, raíces compartidas con Sefarad. Se han descubierto figuras históricas, familias emblemáticas y el factor común de la reivindicación histórica.

En el reciente proceso electoral de España, se ha evidenciado un interés por el devenir político de España. Es lógico suponer que este interés crecerá para las elecciones del venidero mes de julio. Los sefardíes se sienten entonces parte integral de España, y con derecho a opinar acerca de un destino que es común.

La España de hoy alberga comunidades autónomas en su geografía, cada una con particularidades que las diferencian pero que no han de significar sino una saludable diversidad. Si los judíos no hubieran sido expulsados, además de haberse fraguado una historia universal diferente en muchos aspectos, Sefarad sería parte integral de esa diversidad en el mismo rango autónomo. Hoy en día es evidente que Sefarad no tiene una expresión territorial, pero sí una presencia e importancia real por más virtual que parezca.

Sefarad existe en una dimensión creciente. Es importante que, en un mundo donde se escabullen las identidades y se pierden acerbos importantes, se conserve y se indague en esta expresión de la vida judeoespañola. Ahora, una expresión viviente de Sefarad es que Sefarad vota. Dentro y fuera de la península, con o sin territorio.

Sefarad decide votar, y el voto de Sefarad puede decidir.

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