Otra vez la noticia: nuevo atentado palestino. Otra vez la otra noticia: operativo israelí. Otra vez la noticia: nuevo atentado palestino. Otra vez la otra noticia: operativo israelí. Y así, ad nauseam. ¿Existe una solución para este ciclo interminable de violencia?

La respuesta es no. No lo hay. No en las condiciones actuales.

Esto implica una observación muy dura: los operativos israelíes no van a ponerle un alto a la violencia palestina.

¿Entonces Israel debe cambiarde estrategia?

No. Definitivamente no. Si Israel deja de perseguir o eliminar a los terroristas, de desmantelar sus células y decomisar su armamento, más civiles israelíes morirán en nuevos atentados. El ataque frontal a los grupos terroristas palestinos no es una solución definitiva al problema, pero sí es una solución para lo inmediato.

Al decir que no es una solución definitiva, me refiero a que los operativos no sirven para detener el ciclo de violencia. Y al decir que ofrecen soluciones inmediatas, me refiero a que evitan que esos terroristas lleven a cabo ataques que, sin duda, tendrían saldos mortales entre la población israelí.

Parece una maldición de la que ninguno de los dos bandos puede salir, un hechizo que ningún mago de este mundo sabría cómo conjurar. Eso, por supuesto, resulta desesperante para todos los que estamos al pendiente del conflicto, y deseosos de que algún día se logre una solución definitiva.

Pero la realidad es como es, y hay que entenderla sin filtros, sin evasivas, sin atenuantes. Vamos entonces a dejar en claro qué es lo que necesitamos saber para poder comprender el problema, y saber en qué términos o circunstancias podríamos esperar una verdadera solución.

Lo primero que hay que entender es que la violencia palestina tiene una agenda propia. No importa, literalmente, quién esté al frente del gobierno en Israel. Los atentados terroristas han sido la estrategia palestina lo mismo bajo gobiernos laboristas o de izquierda, que del Likud o de derecha. Esto significa que no es una violencia reactiva (es decir, no está reaccionando a algo), sino activa. Toma sus propias decisiones sin que la realidad israelí le resulte particularmente relevante, en un sentido u otro.

El pretexto siempre va a ser “la ocupación”. Por ello, hay un segundo punto importante que entender y es en relación a este asunto. Así, en pocas palabras, cuando los palestinos hablan de “ponerle fin a la ocupación israelí de territorio palestino”, se refieren a destruir al estado de Israel.

Para ellos no hay negociación posible, porque no hay término medio posible ni deseable. Este es un punto que no necesita demostración. El lema de todas las manifestaciones pro-palestinas es “desde el río hasta el mar”. Es decir, el objetivo es una paz en la que no exista Israel. Punto. Tratar de explicar las cosas en términos que maticen o disimulen este hecho, no sólo es deshonesto, sino incluso tonto.

Esto nos lleva a un tercer hecho objetivo que, obligadamente, debemos entender: la “causa palestina” es extremista e intolerante porque está basada en una narrativa ficticia. Los palestinos han sido engañados desde hace más de siete décadas con la historia de un grupo judío y europeo que, de pronto, llegó a despojarlos de sus tierras. Los hechos históricos son fácilmente verificables: nunca existió un Estado o nación árabe-palestina autónoma, por lo que esos árabes nunca fueron dueños reales de ningún territorio.

Hasta 1948, la provincia de Palestina estuvo habitada lo mismo por judíos que por árabes, y ambos grupos eran identificados indistintamente como palestinos, porque “palestino” nunca se refirió a un grupo humano en concreto. Dicho sea de paso, los palestinos no son habitantes “nativos” de la zona. Son resultado de procesos de migración que se pueden remontar al siglo VIII o al siglo XX, pero en resumen, son un grupo complejo y mixto que desciende de gente que llegó desde otros lugares en diferentes épocas de la historia.

La propaganda pro-palestina ha hecho un esfuerzo descomunal —pero también infructuoso— por reescribir la historia. Con ese bagaje ficticio no se puede ni se debe negociar. El derecho palestino a la paz y la prosperidad está fuera de toda discusión, pero si sus exigencias se basan en reivindicaciones surgidas de una ficción, estas deben ser rechazadas.

¿Duele decirlo, o resulta molesto? Pues sí, pero ni modo. Las relaciones humanas —sobre todo, las diplomáticas— deben basarse en la realidad, en lo que es, no en lo que las buenas conciencias antisemitas de todo el mundo quisieran que fuera.

Un cuarto punto a tomar en cuenta es que la lucha palestina tiene fecha de caducidad. Su radicalismo, pero también su condición alucinante, hacen que no tenga futuro. Es cuestión de tiempo para colapse, y acaso ese será el punto donde el ciclo de violencia se verá finalmente roto o interrumpido.

Pero ahí es donde entra el factor que hace que, por el momento, eso sea imposible: Irán.

Mientras los ayatoles sigan financiando a los grupos terroristas palestinos, no importa lo que haga o deje de hacer Israel. La violencia continuará, e Israel tendrá que combatirla con todos los medios necesarios.

Hay que tener en cuenta que este es un conflicto que, por el momento, sólo se puede administrar. Será hasta que los ayatolas pierdan el poder que los palestinos se verán obligados a comportarse razonablemente.

Por supuesto, la administración Biden no parece haberse enterado de algo tan elemental, y por eso se obstina en hacer arreglos con Irán. Arreglos que sólo benefician a los ayatolas. Con ello, le echan combustible al terrorismo palestino, y perpetúan el conflicto.

Nada más que agregar al respecto. Del Partido Demócrata, en estos tiempos, no se puede esperar nada bueno en materia de política exterior estadounidense en Medio Oriente.


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