Enlace Judío – Nathan Alterman es visto como uno de los mejores poetas de Israel y varios de sus poemas incluso se han nacionalizado y se toman como bandera del sionismo. “En bandeja de plata” por ejemplo es uno de ellos. Sin embargo, es un poeta cuya profundidad rebasa su perspectiva política y su poesía da una cara humana muy bella. Los siguientes son algunos de sus poemas.


Nude Fire / Fuego desnudo


The footpaths dripped a flinty lying light.
The granite stood about like mummified kings.
Glint of a wolf-like heaven. Distance, distance.
Till the dawn rips them open, shut your eyes.

Round you the night is pure hostility,
Transparent wall of vengeance, will not budge.
The silence breathes a hunger breath than any
Tempest, the thunder at its feet, a toy.

Should the gazelle of the moon climb over a rock
The distances will blanch, and not retreat.
Dead end. Each moment, here, is generations
Of molten crystal, here death and rest are twins.

Your heart is all that beats in the desert’s heart:
Beats for the blood that no one has redeemed
Or put to rest, beats for the broken-hearted
Stones and the constellations in the sky.

 

En este poema podemos ver una de las características que distinguen la poesía de Alterman: la crudeza con la que narra el dolor de la guerra. “Nude Fire” “Fuego al desnudo” es una forma de aludir a los disparos de la guerra. El poema primordialmente retrata la soledad que la voz poética siente al confrontarse con la naturaleza que lo rodea. Ésta misma se vuelve un reflejo de su psique.

El desierto se retrata con palabras como “hostil” o “hambriento”. Se habla de la “pared de la venganza” y del rayo que se convierte en el juguete de la tempestad. Todas son imágenes que recuerdan la imposibilidad hacia el destino, el sentirse a la merced o usado por fuerzas mayores, descarnadas que uno no puede controlar. El desierto además es retratado como un mundo frío hostil que no responde a quien lo habita. Ésa es la situación que la voz poética vive. Al mismo tiempo esa hostilidad, ese dolor es atado a una tradición histórica: “Cada momento, aquí, son generaciones / de cristal enmohecido, aquí la muerte y el descanso son gemelos”.

En cierto sentido el pide por su muerte. Lo único que existe en ese vacío es su corazón que late. “La sangre que nadie ha redimido / o llevado a un descanso.” Los últimos versos del poema es lo que lo vuelve verdaderamente bello. Pues habla de la desilusión del poeta, el corazón late por aquello que no existe. Por ese mundo no hostil que no encuentra. Late por las piedras que comparten su decepción. Las piedras que podían prometer algo más.

La referencia a las estrellas, como piedras decepcionadas, y al desierto tiene matices bíblicos; pues las estrellas representan la promesa que D-os hizo a Abraham de tener una descendencia próspera. El poeta ve al desierto, ve a las estrellas y siente la desolación que lo acompaña. La crudeza de la vida áspera que lo rodea, muy alejado de lo que se puede soñar en esa tierra.

 

Las huellas dejaban una luz débil que mentía.
El granito se eregía como los reyes momificados.
Destello de un cielo lobezco. Lejanía, lejanía.
Hasta que el amanecer los abra, cierra tus ojos.

A tu alrededor la noche es hostilidad pura,
la pared transparente de la venganza, no cederá.
El silencio respira un soplo de hambre más que cualquier
tempestad, el rayo a sus pies, un juguete.

Deberá saltar la gacela de la luna sobre la roca
Las distancias adelgazarán, y no retrocederán.
Punto muerto. Cada momento, aquí, son generaciones
de cristales enmohecidos, aquí la muerte y el descanso son gemelos.

Tu corazón es lo único que late en el corazón del desierto:
late por la sangre que nadie ha redimido
o llevado a un descanso, late por las piedras decepcionadas
y las constelaciones en el cielo.

 


First Smile / La primera sonrisa


Do not call me with many words
Do not call me with a desperate vow
I am gathered to you again
From all my weary paths
I climb to your threshold now
Do not call me with many words
Everything shrivels and rots
But you and the night still live

Momentous are the moments of the end
Snuff the candles out
The light cries out for rest
Enfold me in your silence
Distances are adrift
And I am breathing air
At a raving altitude
You! Never have I lived in you!
You are my sea, salty savor of my land!

Yes sometimes your memory
Will seize me suddenly
With a tiger’s hungry leap
With winds and flying doors
With a tempestuous joy
With broken-winged happiness.

For the swift, the silent years have gone past your door,
for in their little casket, your earrings lie dead,
for a leanness, cold and sure, has carved your face and head.
And when you come toward me, like a stumbling ghost, and stand
against a far horizon that shrouds with cloud the blaze,
you preserve for me what is most precious to me,
and redeems all my days: a dry crust of sorrow,
the light of a first smile – that crumbles to dust.

 

En este poema Alterman habla de la muerte de la forma en que los recuerdos pueden nacer de detalles cotidianos. Es el fuego, la vela lo que de repente hace que el poeta recuerde nuevamente a la persona amada. Siente un enorme dolor por su perdida y aun así a veces la felicidad de la primera sonrisa lo embarga. Aunque sabe que ese recuerdo también está por desaparecer. En cierto sentido, el poema también es una lucha contra el tiempo, contra el miedo de perderla finalmente, incluso en el recuerdo.

 

No me llames con tantas palabras,
ni con votos desesperados.
De entre mis caminos cansados
subo a tu umbral nuevamente
y me encuentro frente a ti.
No me llames con tantas palabras,
todo se encoge y se pudre
pero tú y la noche aún viven.

Pequeños son los momentos del final,
apaga las velas
la luz grita por un descanso.
Abrázame en tu silencio,
las distancias pierden el timón
y yo respiro el aire
de una latitud insomne
¡Tú! ¡Nunca he vivido en ti!
¡Eres mi mar, la sal de mi tierra!

En efecto, a veces tu recuerdo
me sorprende repentinamente
y con el salto hambriento de un tigre
con vientos y puertas que se abren
con alegría tempestuosa
con felicidad de alas rotas.

[…]

Los años silenciosos y ligeros han pasado por tu puerta,
en su pequeña cubierta, tus aretes aun yacen muertos,
y la delgadez, fría y segura, esculpió tu cara y tu cuerpo.
Cuando te apareces como un fantasma que tropieza y te paras
frente al horizonte lejano que nubla la explosión,
preservas lo que me es más preciado
y redimes mis días: una costra seca de tristeza,
la luz de una primera sonrisa – que se deshace en el polvo.


Varios de los poemas más desgarradores de Alterman son aquellos en los que habla de la tradición judía como destino que no puede ser escapado. A través de sus versos contrastando las promesas bíblicas con la realidad de la guerra, en él la tradición se vuelve una enredadera en que tiempos anteriores obligan a la persona a ser parte. Llora la sangre que se derrama y se pregunta por qué debería ser ese el origen de nuestra historia. El poema de “Poema entre todos los pueblos” y su serie de “Las Plagas” son textos que muestran esa decepción en su forma más cruda. En ellos le pregunta y reclama a D-os por los pogromos, las masacres y la obligación de crecer como judíos. Y por la indiferencia de D-os frente a todo ello. Este tercer poema “El cabrito de la Hagadá” es mucho más noble, su visión no es tan cruda sin embargo, esboza un poco de lo que se lee en el resto de su poesía.


Kid Haggadah / El cabrito de la Hagadá


There in the market place, bleating among the Billy goats and nannies,
Wagging his thin little tail—as thin as my finger—
Stood the Kid—downcast, outcast, the leavings of a poor man’s house,
Put up for sale without a bell, without even a ribbon, for just a couple of cents.
Not a single soul in the market paid him any attention,
For no one knew—not even the goldsmith, the sheep-shearer—
That this lonesome little Kid would enter the Haggadah
And his tale of woe becomes a mighty song.
But Daddy’s face lit up,
He walked over to pat the Kid’s forehead—and bought him.
And so began one of those songs
That people will sing for all history.
The Kid licked Daddy’s hand,
Nuzzled him with his wet little nose;
And this, my brother, will make the first verse of the song:
An only Kid, an only Kid, my father bought for two zuzim.
It was a spring day, and the breezes danced;
Young girls winked and giggled, flashed their eyes;
While Daddy and the Kid walked into the Haggadah
To stand there together—small nose in large hand, large hand on small nose.
To find in the Haggadah—
So full already of miracles and marvels—
A peaceful place on the last page,
Where they can hug each other and cling to the edge of the story.
And this very Haggadah whispers,
“Join us. . . you’re welcome here. . . you belong,
Among my pages full of smoke and blood,
Among the great and ancient tales I tell.”
So I know the sea was not split in vain,
Deserts not crossed in vain—
If at the end of the story stand Daddy and the Kid
Looking forward and knowing their turn will come.

 

La canción del cabrito se canta al final del seder de Pésaj. Habla sobre el ciclo de la vida y la muerte y primordialmente como todos terminan por encontrar ese final. En el centro se encuentra la idea de que es D-os quien maneja ese ciclo. Sin embargo, en su forma más simple y literal es una canción muy bella pero igualmente muy concreta y un tanto brutal en cuanto a la realidad que retrata. Ha sido cantada por varios siglos y es parte de la tradición judía.

Alterman la usa para retratar la muerte, pero también para dar una lectura de cómo funciona la tradición. Por un lado la pinta como sencilla, azarosa y construida a través de la repetición y el tiempo. Por el otro como si retratara realidades profundas y trasmitiera una sabiduría que sólo se encuentra en ella. Sin embargo, también es el medio bajo el cual los personajes entran en el ciclo de la muerte sin estar consciente de él, sin quererlo. En la poesía de Alterman D-os y la tradición son retratados más a través de una indiferencia, de la frialdad, de un sistema descarnado, que a través de la compasión o la unidad. La canción anuncia el futuro del padre, del hombre que compra el cabrito.

 

Allí en la plaza del mercado, balando entre las cabras Billy y las niñeras,
Meneando su delgada colita, tan delgada como mi dedo…
Estaba el cabrito, marginado, lo que quedaba de la casa de un pobre,
Puesto a la venta sin cascabel, sin ni siquiera una cinta, por sólo un par de céntimos.
Ni un alma en el mercado le prestó atención,
Porque nadie sabía, ni siquiera el orfebre, el esquilador de ovejas…
Que este pequeño niño solitario entraría en la Haggadah
Y su historia de dolor se convertiría en una poderosa canción.
Pero la cara de papá se iluminó,
Se acercó a acariciar la frente del niño y lo compró.
Y así comenzó una de esas canciones
Que la gente cantará por toda la historia.
El niño lamió la mano de papá,
le acarició con su húmeda naricita;
Y esto, hermano mío, será el primer verso de la canción:
Un único Kid, un único Kid, mi padre compró por dos zuzim.
Era un día de primavera, y la brisa bailaba;
Las jovencitas guiñaban el ojo y reían, brillaban sus ojos;
Mientras papá y Kid entraban en la Haggadah
Para estar allí juntos: la nariz pequeña en la mano grande, la mano grande en la nariz pequeña.
Para encontrar en la Haggadah…
Tan llena de milagros y maravillas…
Un lugar tranquilo en la última página,
donde puedan abrazarse y aferrarse al borde de la historia.
Y esta misma Haggadah susurra,
“Únete a nosotros. . . eres bienvenido aquí. . . perteneces,
Entre mis páginas llenas de humo y sangre,
Entre las grandes y antiguas historias que cuento”.
Así que sé que el mar no se partió en vano,
Desiertos no cruzados en vano-
Si al final de la historia están papá y el niño
Mirando hacia adelante y sabiendo que su turno llegará.