El día 18 de julio 1994, el Medio Oriente irrumpió en la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en forma de una bomba que acabó con la vida de 85 personas (86 si se cuenta a Alberto Nisman arrodillado, encañonado y baleado en 2015).

Al día siguiente, 19 de julio, sucede un hecho poco conocido: un terrorista islámico subió a un avión de la compañía de aviación panameña Alas Chiricanas, cuyos pasajeros eran, en su mayoría, empresarios pertenecientes a la comunidad judía local.

En pleno vuelo, hizo explotar una bomba, inmolándose y asesinando a 21 personas.

 

29 años han pasado y estamos en la Cinta Costera de Panamá, más precisamente en el Mirador del Pacífico, donde está por colocarse la primera piedra del monumento Conciencia Viva, en memoria de los fallecidos y a favor de “la convivencia pacífica y segura y la defensa inquebrantable de la libertad, la democracia y los Derechos Humanos”.

Me siento hasta adelante para poder grabar. Volteo hacia dos mujeres que llegaron temprano y las saludo Una de ellas me pregunta: “¿Cuál de sus familiares falleció en el atentado?”

Le explico que solo soy una periodista mexicana de visita a Panamá y le pregunto: “Y usted, ¿tiene relación con el atentado?”

“Mi hijo”, responde. “Mi hijo era el piloto del avión”, dice Marta de González con una mirada triste.

La enorme dimensión de lo sucedido, la dimensión humana, me salta a la cara. El incomensurable dolor de una madre. De 21 madres. Y padres, y hermanos e hijos. Parece surreal que una persona haya viajado hasta Panamá con una bomba y haya subido a un avión con el propósito absurdo de demostrar… ¿qué? ¿Que los judíos no están a salvo en ningún lugar, en ningún momento? ¿Que se puede castigar a Israel más allá de sus fronteras?

¿Qué noble causa merece una carnicería como ésta? ¿Qué causa suprema merece la mirada de la Sra González?

Más adelante, Marta es una de las personas- además de la artista Olga Sinclair, diseñadora del monumento, y su constructor, el arquitecto Marcos Gateño- que empuñan la pala para colocar el cemento dela primera piedra del monumento.

En la tradición judía, este mismo gesto se hace a la hora de enterrar a un fallecido, con la diferencia que la pala no está cubierta de listones blancos como hoy.

La vida de la artista Olga Sinclair también fue tocada por el atentado, pues “una de mis primas acababa de comprometerse con un joven panameño. Él era el copiloto de la nave y falleció en ella”.

“Así que directa o indirectamente, ese acontecimiento nos tocó a todos los panameños”, concluye.

Conciencia Viva es una hermosa torre estilizada de acero corten oxidado, coronada por una esfera brillante. Formará parte del paisaje idílico de la Cinta Costera panameña. La verán al pasarlos joggers de la mañana, los niños camino a la escuela, los empresarios, los turistas y los marineros. Pocos sabrán su significado, a excepción de quiénes entren a su interior y miren hasta arriba, hacia el cielo que escupió la nave. Y lean, en pedazos de acero desperdigados a su alrededor, los nombres de quiénes fueron sacrificados por el odio.

Albert Aboud Attie, Emmanuel Attie, Jorge Luis Ávila, Martín Bim, Salomón Chocrón, Edmundo Delgado, Omar Jean Francois, Rani Gabay, Joseph Gershon, José Antonio González, Isaac Harrouche, Mauricio Harrouche, Freddy Moadeb, Vincent Pantalio, Moshe Pardo, Lizzie de Phillips, Jaica Rascovsky de Yaker, Saúl Schwartz, James Ward Cain y Miguel Zubieta.

Veo a Marta empuñando la pala y pienso cómo la vida de una mujer panameña, en el breve momento de la explosión y por siempre, intersectó con la vida de estos judíos desperdigados por el mundo, con sus historias de persecuciones y de dolor.

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