El plan, que comenzó como una iniciativa política, se ha transformado en un notable desacuerdo sobre la imagen de la sociedad israelí, sus valores fundamentales y, más importante aún, su futuro.

CAROLE NURIEL

Desde hace varios meses, cuando nos preguntan —a mí y a muchos otros ciudadanos israelíes— cómo estamos, con frecuencia respondemos: “Personalmente, estoy bien, pero a nivel nacional… no tanto”.

“Me va tan bien como a mi pueblo”, solía decir el poeta Haim Gouri. Esa es exactamente la sensación.

Como directora para Israel de una ONG que promueve la cohesión social en la sociedad israelí, conozco bien los desafíos que plantea la guerra de narrativas e identidades dentro de nuestra sociedad. Desde 2017, la Liga Antidifamación (ADL) se ha dedicado a monitorear y evaluar el estado de la cohesión social en Israel, y nuestra más reciente evaluación revela una disminución en el sentido general de cohesión.

Aunque durante mucho tiempo ha habido tensiones y divisiones en toda la sociedad israelí, en los últimos meses se han profundizado e intensificado aún más como consecuencia del plan de reforma judicial del gobierno israelí. El plan, que comenzó como una iniciativa política, se ha transformado en un notable desacuerdo sobre la imagen de la sociedad israelí, sus valores fundamentales y, más importante aún, su futuro.

La controversia política de los últimos meses no solo ha sacado a la luz desacuerdos sobre cuestiones específicas, sino que también ha resaltado la ausencia de mecanismos sociales y políticos eficaces para abordar y gestionar estas disputas. Es esencial reconocer que el Estado de Israel es un país relativamente joven que, en sus 75 años de existencia, ha enfrentado numerosos retos. Nuestro contrato social nunca ha sido legalmente plasmado en una constitución, debido principalmente a la incapacidad de alcanzar un consenso sobre cuestiones fundamentales como la religión y el Estado, el trato a las minorías y, más en general, entre las identidades judía y democrática de Israel.

La legislación de la semana pasada marcó un hito importante que decepcionó a muchos sectores en Israel y a millones de personas en todo el mundo, incluida la ADL. Al día siguiente, los principales periódicos de todo Israel lucieron en su portada un anuncio completamente negro para reflejar la sensación de oscuridad experimentada por ciertos individuos y grupos del país.

Pero no debemos considerar lo sucedido únicamente como una cuestión de victoria o derrota para los dos bandos. No creo, a pesar de estos momentos difíciles, que podamos permitirnos sucumbir a la desesperación. Al contrario, creo firmemente que es nuestra responsabilidad resistirnos a ella. El inspirador activismo social y democrático desplegado por cientos de miles de ciudadanos en Israel ofrece aliento y esperanza. Además, nosotros —como ciudadanos y miembros de la sociedad civil— tenemos la capacidad de actuar por encima y más allá del ámbito político. Cuando la política alcanza sus límites, el activismo civil puede continuar, generando no solamente un discurso significativo, sino también fomentando conexiones auténticas que tienen el potencial de superar las expectativas.

Es indudable que los ciudadanos del Estado de Israel tienen distintas formas de ver la vida, lo que inevitablemente conduce a visiones diferentes. Ciertamente, cada grupo de la sociedad israelí arrastra su propio bagaje histórico y, lamentablemente, también existe un sentimiento de competencia por el dolor, la legitimidad y el control. Sin duda, todos estos son retos, pero son retos que pueden y deben abordarse y superarse.

¿Es posible crear una visión social predominante en el contexto de la cual los individuos puedan expresarse individualmente y dentro de sus comunidades, con el Estado sirviendo como marco para todos los diferentes grupos de la sociedad? De hecho, yo creo que sí es posible.

En esta visión, Israel, como Estado judío, debería buscar lograr un amplio sentimiento de pertenencia y deseo de compromiso entre todos sus ciudadanos, incluido el 20% que no son judíos. Bajo este marco, la democracia israelí florecería, porque concedería a los individuos más oportunidades de expresarse libremente y, lo que es más importante, ayudaría a prevenir el antagonismo de quienes actualmente sienten que la falta de un pluralismo religioso significativo los excluye.

Por supuesto, estos pactos requieren procesos exhaustivos de investigación y acuerdo. Sin embargo, los beneficios de tales procesos se extenderían a las generaciones futuras. Si buscamos una vida y un futuro mejores para nuestro país, y si asumimos plenamente el peso de la responsabilidad, no solo debemos reconocer la diversidad de opiniones en Israel, sino también aprovecharla como herramienta para abordar eficazmente los retos que plantea. Basándome en mi experiencia en procesos educativos y sociales a lo largo de los años, creo firmemente que cambiar opiniones, aceptar puntos de vista diferentes y llegar a acuerdos —incluso los más difíciles— sigue siendo posible.

Y en el espíritu del mes judío de Av, si la nación de Israel fue reconstruida tras la destrucción del Templo, nosotros también podemos reconstruir y superar los retos actuales que enfrentamos.

 

*Carole Nuriel es la directora de la Liga Antidifamación (ADL) en Israel.


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