En estos días, nos sorprendió la noticia acerca de una especie de acuerdo no escrito, calificado como provisional, entre la administración Biden y la teocracia iraní. Según trascendió, EE. UU. liberará a varios presos iraníes en territorio estadounidense y transferirá miles de millones de activos iraníes, cerca de $ 7,000 millones congelados en bancos surcoreanos e iraquíes que se trasladarán en otras monedas a Catar. Por su parte, el régimen de los ayatolás liberará a cinco estadounidenses cautivos, bajo cargos injustificables, con la clara sospecha que son utilizados como moneda de cambio en las tratativas.

Cabe destacar que esta extraordinaria suma vendría a aliviar la deprimida economía de un Irán bajo sanciones, tras el abandono por parte de la administración Trump, en mayo de 2018, del llamado Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC)​ (Joint Comprehensive Plan of Action, JCPOA), firmado por Obama en 2015, pues como explicó Trump, fue mal negociado y en realidad, Irán nunca lo acató a cabalidad; de hecho, no ha cumplido sus compromisos con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) sobre el monitoreo de sus instalaciones nucleares y se sabe de estructuras no declaradas. Ese acuerdo no lo hubiera frenado y en la actualidad, dispone de cantidades de uranio altamente enriquecido que se puede convertir en material fisible en unos meses y con ello está a muy poco de conseguir el arma nuclear.

Ese anterior acuerdo, pese a llamarse “integral” rehuyó numerosos asuntos que son responsabilidad iraní y que debieron incluirse en las negociaciones, por ejemplo: sin duda y con indiscutibles pruebas, Irán es patrocinador del terrorismo internacional, por lo que hace una década debió ser un tema prioritario. Además está la desestabilización que ejerce Irán en países como Líbano, Siria, Irak y Yemen, al extremo de destruir su soberanía y la paz interna; en este caso no se nos debe escapar la intensa labor de penetración iraní en América Latina, especialmente en Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Brasil y hasta Argentina; también, en la zona, Irán trata de adelantar entendimientos comerciales para dotar de fertilizantes al Mercosur.

Otra materia trascendental que omitió el acuerdo nuclear de 2015 fue el desarrollo misilístico iraní. Según expertos militares, la República Islámica tiene una serie de misiles balísticos y de crucero capaces de alcanzar a Israel. Más serio aún, hace unas semanas, Irán presentó sus primeros misiles hipersónicos, los cuales pueden evadir radares y sistemas de defensa.

La experiencia nos hace avizorar que, permitir que Irán exporte cantidades limitadas de petróleo junto con el adicional levantamiento de determinadas sanciones, daría a la Guardia Revolucionaria una holgura económica para enviar armas de precisión a Siria, a Hezbolá y en general, financiar el terrorismo en todo el Medio Oriente y mucho más allá, hasta nuestra región continental. Tras el acuerdo de 2015, pese a los términos de invertir el dinero en causas humanitarias, principalmente en mejorar las condiciones de vida de los iraníes, ello no sucedió. En definitiva, este nuevo trato no impedirá, más bien incentivará a la industria militar iraní a desarrollar con mayor vigor su sofisticado programa de pertrechos bélicos y estimulará un avance en la carrera atómica, al punto que, cualquier mañana, el mundo podría amanecer con la palpable y real amenaza de un Irán provisto de armas
nucleares.


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