La semana pasada reflexioné sobre la inviabilidad de los Acuerdos de Oslo, y apunté que, por molesto que resulte decirlo, Israel nunca ha tenido un socio para hacer la paz (en el caso palestino). Esta semana Mahmoud Abbas ha venido a confirmar mi sospecha, con las frases que acaso sean las más odiosas que haya dicho en mucho tiempo (lo cual no es fácil lograr).

Mahmoud Abbas es visto por la comunidad internacional como el legítimo líder palestino, la persona que habla por todos ellos y, por lo tanto, la persona con la que Israel está obligado a sentarse a negociar. Preferentemente, la persona con la que Israel debería ceder en algunas cosas.

Desde los Acuerdos de Oslo, el mundo supuso que la OLP (hoy Al Fatah) había renunciado a su perfil de organización terrorista, y se había involucrado en un genuino proceso de transformación política. Gracias a esto, quedaba validada y legitimada como una organización con la que se tenía que construir, paso a paso, el proceso de paz que permitiera que israelíes y palestinos vivieran en santa concordia, unos al lado de los otros.

En los hechos prácticos, se demostró que esto no era correcto. Después de 1993, Yasser Arafat nunca hizo un solo movimiento para llegar a un acuerdo de paz. Al contrario: demostró tajante y contundentemente que lo que él quería era la guerra. En el año 2000, en el marco de las negociaciones en Camp David, impulsadas por Bill Clinton, Ehud Barak hizo la oferta más generosa que se hubiese escuchado hasta entonces, a cambio de firmar la paz; destacaba el control total del 95% de Cisjordania, y de la zona oriental de Jerusalén.

Arafat, presionado por esta oferta inédita, dijo “no”, y se largó. Tres meses después comenzó la Segunda Intifada, el episodio más violento que hayan protagonizado israelíes y palestinos, principalmente en Cisjordania. Cinco años de atentados y combates dejaron un saldo de más de 5 mil muertos, la mayoría de ellos palestinos.

Es evidente que Arafat no nada más dijo que no, sino que además se replegó a su cuartel en Ramallah para organizar el brote de violencia. ¿Por qué? Porque Arafat nunca quiso la paz. Su visión de los Acuerdos de Oslo era la de sólo lograr una tregua para rearmarse, y volver a atacar cuando considerar que había posibilidades de éxito.

Sin embargo, para ese entonces —y gracias a los Acuerdos de OsloArafat era visto por la comunidad internacional y, sobre todo, por los sectores de izquierda, como un genuino socio para negociar un acuerdo definitivo que resolviera todos los problemas entre israelíes y palestinos.

Esta percepción obtusa estaba tan arraigada en la izquierda israelí, que se molestaron mucho cuando Ehud Barak y Bill Clinton explicaron que el fracaso en las negociaciones se había provocado por la repentina huida de Arafat. Según esta izquierda tan lúcida y perspicaz, al culpar a Arafat “dificultaban” la relación con el único con quien se podía negociar.

O sea: el señor X no quiere la paz, tira toda la negociación, organiza un brote de violencia, pero no hay que acusarlo para que no se ofenda y luego no quiera negociar la paz.

Arafat fue el único culpable del fracaso de esa negociación, y fue el único culpable de empujar otra vez a su gente hacia una intifada que —como de costumbre— perdieron los palestinos.

Su destino lo conocemos: repudiado por amplios sectores de su propio pueblo, aislado del mundo árabe, enfermo, arruinado y hecho una piltrafa humana, Arafat murió en 2005 en su mukata. Los palestinos todavía tuvieron el cinismo de solicitar que se les permitiera enterrarlo en Jerusalén, pero el gobierno israelí hizo bien en negárselos.

Desde entonces, Mahmoud Abbas se consolidó como el líder palestino. Se le designó para un período de 4 años después del cual había que organizar elecciones generales, mismas que no se hicieron. Así que el período de 4 años de Abbas ya pronto llegará a sus tres lustros.

De cualquier modo, Abbas tenía una ventaja: muchos consideraban que, a diferencia de Arafat, él sí era un verdadero moderado.

Pues bien: el verdadero moderado nunca desactivó el conflicto, ha pagado puntualmente premios y estipendios económicos a terroristas o a familiares de terroristas, y se ha obstinado en el uso de libros de texto para educar a la infancia palestina, en los que no se reconoce el derecho de Israel a existir. Qué digo. Ni siquiera se reconoce su existencia objetiva. Son libros diseñados para educar a la infancia en la mentalidad de la guerra, del martirio.

Como les decía, esta semana Abbas nos regaló otra joya. En un conferencia de prensa, afirmó que los judíos ashkenazíes no son de origen israelita sino jázaro, que Hitler no persiguió judíos por una cuestión de racismo sino por los daños sociales que los judíos provocábamos en Europa, y que los judíos de los países árabes fueron obligados por Israel a abandonar sus hogares para irse a vivir al recién creado estado judío.

Tres bulos tan tontos como falsos. Tres cuentos que sólo se repiten en los entornos antisemitas más descarados para tratar de deslegitimar a Israel y justificar la violencia palestina como “resistencia”. Tres mentiras cuyo mensaje de fondo es “nunca habrá paz”.

Sí, sorprendentemente, eso lo dijo Abbas, el autor de una tesis doctoral en la que se niega la historicidad del Holocausto. El moderado. El señor cuya gestión de 4 años ya va para 15. El que le paga a terroristas por matar israelíes. El que representa legítimamente al pueblo palestino y con el que estamos obligados a hacer concesiones para lograr la paz.

Reitero, aunque le moleste a muchos: Israel no tiene socio para la paz. En términos pragmáticos, Israel ya no debería tomar en cuenta ni a Abbas ni a la Autoridad Palestina, salvo para la implementación logística de la cooperación en materia de seguridad (la ventaja es que es a ellos a quienes más les urge, porque sin esa colaboración, el grupo Hamás los tumbaría del poder en muy poco tiempo; por eso, aunque odien a Israel, no van a poder prescindir de la colaboración en seguridad porque su propia supervivencia depende de ello).

La negociación tendrá que hacerse en otro nivel —muy seguramente con Arabia Saudita— y, al final, a los palestinos sólo se les impondrá la solución, sin darles derecho a voz ni voto.

Son ellos los que han provocado que se llegue a esta situación.

Hay que decirlo, y no pasa nada.


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