Definitivamente no.

Por esta razón: el ideal democrático humboltiano no conoce término alguno. Se trata de una aspiración ideal que la humanidad en el curso de siglos, con actores y en circunstancias desiguales, intenta con prudentes pasos alcanzar.

Un empeño equivalente en amplia medida al ambicioso anhelo de superar la humana finitud personal.

Ni el uno ni el otro son alcanzables si rechazamos una engañosa metafísica, religiosa o política, que pretende definir nuestras vidas.

En cualquier caso, el hacer democrático ha dado pasos sustantivos a lo largo de la humana historia sin agotar sus posibilidades. Durante largos periodos y en múltiples regiones del mundo apenas ha merecido alguna expresión personal, familiar o tribal, pero en otros su presencia fue y es sustantiva y creciente.

Por ejemplo, hasta nuestros días el libre derecho de la mujer en los escenarios privados y públicos es excepcional. Se conoce y acepta en muy pocos países desde hace menos de un siglo, un hecho que contrasta sustancialmente con la inestable tolerancia, cuando no abierta represión, de minorías en no pocos regímenes y culturas que se creen absolutamente singulares.

En este contexto, el caso de la democracia en Israel es singular. Acertó hasta aquí a superar crisis sociales, económicas y militares. Ni ellas ni la diversidad étnica, económica y religiosa han logrado estropear sustancialmente la libre convivencia y la igualdad ciudadana.

Un ejemplo: en la Declaración de la Independencia (1948) aparece la firma de solo 2 mujeres entre los 36 firmantes, pero en estos días el sector femenino en la Knéset alcanza algo más de un tercio.

Panorama que se repite en la composición de la Corte Suprema: seis de sus quince miembros son hoy mujeres, y una de ellas lo preside.

Y el otro: la libre voz y la efectiva presencia que las minorías tienen en nuestro país, sin excluir el marco parlamentario.

Realidades que la actual coalición presidida por Benjamín Netanyahu pone hoy en aprietos. Su áspera confrontación con la Corte Suprema con el propósito de reducir sustancialmente las facultades que hasta aquí ha ejercitado lesionará sustancialmente el equilibrio sociopolítico y religioso en nuestro país.

Sostengo que si una desigual coalición de apenas 64 miembros contra los 120 que componen la Knéset restringe radicalmente al Poder Judicial, el paso hacia un régimen autoritario nacional-teocrático es irrefrenable.

Un tránsito que implicará múltiples y destructivos resultados desde ásperas tensiones militares en los espacios de Israel y el Medio Oriente hasta la filosa ruptura con las diásporas que, sin equilibrada democracia, apenas pueden
sobrevivir.

Ciertamente, hasta aquí no han faltado en Israel múltiples expresiones de resistencia. A las protestas públicas se suma en estos días la fría o indiferente actitud de no pocos gobiernos y países.

Juzgo que en estas circunstancias es vital la firme resistencia de la Corte Suprema dirigida a preservar las facultades y el efectivo ascendiente que ha revelado y aún posee nuestro país.

Cabe agregar que el tono y el lugar del anunciado diálogo que tendrá lugar entre Biden y Netanyahu en las próximas semanas constituyen un testimonio más de hechos y tendencias que hoy nos abruman.


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