Lo último que me imaginé en estos días de Sucot era que escribiría acerca de la actitud de grupos de personas que usan las ropas de los ultrareligiosos judíos para molestar y faltar el respeto a los peregrinos que han llegado a la ciudad de Jerusalén.

Cierto, en la historia hubo momentos en los que realmente existió hostilidad entre judíos y cristianos, pero hoy vivimos en un mundo diferente y quien ofende a otra persona del credo que sea, no puede identificarse como judío, porque trasgrede, pese a sus ropas exteriores pertenecientes a uno de los grupos de la ortodoxia judía a las normas de la religión.

No son los primeros que se visten como judíos ultraortodoxos pero no lo son, porque transgreden muchos de los principios básicos de nuestra fe entre ellos el respeto a todo ser creado a Imagen. No merecen ser llamados judíos religiosos porque no pueden serlo si se comportan así.

El cristianismo ha cambiado. La realidad de nuestras vidas también se ha transformado hasta ser irreconocible para quienes no tuvieron la suerte de ver la realidad. Ya no estamos dispersos entre las naciones. Los judíos que residen fuera de Israel decidieron libremente estar en la ajenidad. Nadie les obliga a quedarse allí. Los judíos dejamos de ser miserables y perseguidos.

Escupir a una persona es un arma de los débiles y de los pobres de espíritu, de los incultos y malcriados. No debemos dudar un instante en condenarlos y apartarlos de nuestra presencia.

Como pueblo soberano en un Estado judío está claro que nuestra actitud hacia los demás, y especialmente hacia las minorías que viven entre nosotros, debe ser diferente. Debemos comportarnos con amabilidad, gentileza, hermandad y munificencia a todos y a cada uno de ellos, y no desde el recuerdo de tragedias pasadas.

Hay clérigos cristianos con los que tenemos un lenguaje común, son compañeros en la lucha contra el paganismo y a favor de los derechos humanos. Son solidarios con nuestras disputas y condenan a quienes nos hacen daño.

Ellos y sus compañeros, recorrieron un largo camino para reconciliarse con nosotros y pedir perdón por lo que sus antepasados hicieran a los nuestros.

Allí donde los judíos groseros escupen, debemos dar un abrazo al otro, y decir en voz alta: ¡a pesar de las diferencias y las disputas, la dignidad del ser humano es preciosa para nosotros! Y no sólo esto, sino que hoy tenemos desafíos comunes y podemos unirnos con ellos por los objetivos comunes.

El rabino Shmuel Eliezer Rayner uno de los líderes y fundadores de la Yeshivá Maalé Guilboa nos obliga a recordar que la única y exclusiva orden de dar un escupitajo, Yeriká, es el que da una joven viuda que recibe la orden de escupir al hermano de su marido que se niega a tomarla como esposa y procrear un ser dentro de la familia de su hermano. Y no es necesario comentar más.

Quien confunde el objeto del salivazo, no ofende al otro, afrenta e injuria a sí mismo, a su familia y a todo el pueblo de Israel.

Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío