La festividad de Sukot es única en el panorama de la historia de las religiones. Se trata de una festividad específicamente estipulada para que el pueblo judío conserve la memoria histórica de una etapa del Éxodo (la época en la que vivió en tiendas durante su migración en el desierto). Si conocemos un poco más del entorno cultural de aquellos ayeres, podremos apreciar que esta idea es más compleja de lo que parece a simple vista. Es una idea revolucionaria.

Todas las antiguas culturas mesopotámicas y cananeas celebraban las festividades de Año Nuevo a inicios del mes que, en hebreo, se llama Tishrei. Una fiesta otoñal, si tomamos como referencia las estaciones solares. El judaísmo es la última y única cultura que conserva esa memoria ancestral de que en esa temporada se celebraba el aniversario de la Creación.

No es la única similitud. Los pueblos mesopotámicos y cananeos tenían otra creencia que tiene ciertos rasgos paralelos en el judaísmo. Según la creencia generalizada en la zona, el Año Nuevo consistía en una singular reunión en lo más alto de un monte sagrado (su ubicación varía de cultura a cultura; algunas lo ubicaban en lo que hoy es el norte de Irak, otras en lo que hoy es Líbano). Allí, el dios El (también llamado Ilum) se reunía con los Elohim, es decir, los 70 dioses que había engendrado.

El era una deidad distante que no interfería con su creación. Digamos que ese era el trabajo de sus hijos, cada uno de los cuales reinaba sobre algún lugar del mundo. Pero El, en tanto creador y padre de los dioses, era quien decidía la suerte de cada ser u objeto existente. Para eso era la reunión, para que El comunicara a sus hijos los decretos para el año por comenzar, y estos se encargaran de aplicarlos durante los siguientes doce meses.

Las similitudes son evidentes: la noción de que en Año Nuevo se decreta la suerte o destino de toda la creación, y la idea de que hay 70 naciones, cada una gobernada por un ser espiritual, son ideas que prevalecen en el judaísmo. Por supuesto, también hay diferencias de fondo. Para el judaísmo no existen “dioses intermediarios”, y en los textos sagrados judíos la palabra “elohim”, cuando se refiere a “hijos de D-os”, se refiere específicamente a ángeles, no a dioses. Por ello, D-os mismo no es visto como una deidad lejana. Por el contrario: su pacto con el Pueblo de Israel lo hace presente en el curso de los acontecimientos que suceden en el mundo.

Ahí empiezan las ideas revolucionarias del pueblo judío. Fue el único, en toda esa zona, que sabía que su D-os no era uno entre muchos dioses (aunque fuera el padre de todos), y menos aún uno lejano e inaccesible. Era el Creador, el Único y Verdadero y, además, el que estaba al alcance de toda persona buena que viviera conforme a su Ley.

Hay otra idea profundamente transformadora en la visión judía de esta temporada de fiestas.

Los antiguos pueblos mesopotámicos y cananeos tenían una percepción circular del tiempo. Esto es tan interesante como complejo y, en resumen, lo podemos explicar así: la Creación no es un evento que ocurra en el pasado. Es algo que sucede todos los años, porque el tiempo es circular. La celebración del día 1 de Tishrei, para todas esas culturas mesorientales antiguas, no era nada más una recordación de algo que hubiese ocurrido en un pasado remoto e ignoto. Era la participación activa en algo que sucedía todo el tiempo, todos los años.

Por eso la importancia de los rituales religiosos. El pueblo, masivamente, tenía que participar en ellos porque ese era el modo en el que podían influir en los decretos del dios El, para que estos fueran benévolos con el mundo. En un sentido mitológico, era una forma de participar en el acto de Creación misma (o, para ser más precisos, en el acto de renovación de la Creación misma).

Aquí es donde hay que entender las implicaciones de eso a lo que nosotros llamamos “mito”. Para la gente antigua no era nada más una serie de relatos fantásticos sobre el origen de las cosas, sino el filtro desde el cual se definía su percepción de la realidad.

El pueblo de Israel fue el que vino a cambiar todo eso. Antes que otra cosa, entendiendo que el tiempo se mueve de manera cíclica, pero no circular. Es decir, hay dinámicas históricas que se repiten (la más importante en la noción histórica del judaísmo es la destrucción del Templo, ocurrida ya en dos ocasiones), pero eso no significa que sean lo mismo. Cada una tiene su propio momento, sus propias razones y sus propios significados.

Por eso, la Creación ya era un hecho consumado, y la celebración del mes de Tishrei no era para que el pueblo “participara en la renovación” del cosmos. Eso le da más importancia a la convicción de que D-os, el Único y Verdadero, el Creador de todo, no es alguien lejano ni inaccesible. Su presencia se siente en todo momento, y es la que le da cauce al devenir histórico.

El texto bíblico es sorprendentemente lúcido con ello, porque todo el tiempo habla de cambio (y la historia es, en su esencia más íntima, eso y sólo eso: cambio). A Abraham se le dice que deje Ur y vaya hacia Canaán, a Yaacov se le dice que se reubique en Egipto, a Moisés se le dice que guíe al pueblo de Israel en su regreso a Canaán, a Josué se le dice que dirija la conquista de la Tierra Prometida. Todo el tiempo es ir hacia adelante, entender que las cosas no se repiten de manera cíclica, que no estamos presos en un bucle sin fin.

Se trata de un pueblo que, con todo y las limitantes de su época, hace el esfuerzo por razonar desde un criterio histórico, no mitológico.

Por ello, para no ceder a la tentación que en aquella antigüedad podía representar la idea de la Creación como algo repetitivo, la ordenanza bíblica es que después de las festividades iniciales de Tishrei (desde Rosh Hashaná hasta Yom Kipur), se celebre otra festividad que lleva en su esencia el reto de vivir con una conciencia histórica.

Así, Sukot es el momento para recordar que desde los tiempos del éxodo, la historia ha seguido su curso, y por eso nuestras condiciones de vida son radicalmente distintas a las de nuestros ancestros.

En otras palabras, vamos siempre hacia adelante.

Pero no nos debemos quedar allí, porque eso representaría otro riesgo. Justo para entender lo que significa ir hacia adelante, hay que entender lo que hemos sido en el pasado remoto. Y por ello la invitación a morar en cabañas durante una semana, donde además disfrutaremos de la presencia espiritual de Abraham, Yitzhak, Yaacov, Yosef, Moisés, Aarón, y el rey David.

Es decir, nuestra historia, porque de eso estamos hechos, y lo sabemos desde hace miles de años.

 


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