Cuando la guerra de Israel con Hamás entra en su tercera semana, lo que queda esperar es lo mismo de siempre con Hamás, con la Yihad Islámica o con Hezbolá: la muerte. De soldados israelíes, de militantes de Hamás apertrechados en Gaza, de civiles israelíes víctimas de cohetes y ejecuciones en su condición de rehenes, y de población en Gaza que es también rehén de Hamás y escudo humano usado a placer y conveniencia.

Israel no tiene opciones que no sean crueles. Le asiste la razón y la justicia, pero se gana el odio y la antipatía. O solo devela un sentimiento antisemita de quienes nunca le darán aquello que le asiste: el derecho a ser un Estado judío con fronteras seguras y vida en paz. Ningún país permitiría ser bombardeado impunemente. Tampoco que sus ciudadanos fueran secuestrados, algo ligeramente más esperanzador que haber sido degollados frente a los seres queridos.

Estos secuestradores de millones de palestinos y 224 israelíes, piden ayuda humanitaria: medicinas, alimentos, luz y agua. Parece lógico ayudar a una población inocente. De no hacerlo, Israel es culpable. Es dar oxígeno a un enemigo implacable para que siga en poder de sus rehenes, sus escudos humanos. Con ese arsenal de población civil secuestrada en Gaza, con decenas de miles de cohetes prestos para ser lanzados sobre Israel, con unas huestes de militantes armados dispuestos a morir matando, con la media tratándolos de luchadores y la corta memoria que ya ha olvidado la masacre del 7 de octubre de 2023, Hamás resulta un poderoso enemigo que goza de una espectacular impunidad.

Todos coinciden en que Hamás debe ser desalojarse del control de Gaza, de su gobierno. Y es Israel la llamada a realizar la tarea. Pero con una serie de restricciones y consideraciones que eviten daños colaterales y muerte de civiles inocentes a costa de vidas de jóvenes soldados israelíes cuya sangre y dolor no despiertan las mismas simpatías que la sufrida población gazatí rehén de Hamás y la inexplicable indolencia de sus hermanos árabes, además de la complacencia mundial con sus gobernantes.

Hay una solución menos sangrienta a lo que pareciera inevitable como lo es una invasión terrestre israelí de Gaza. Una invasión que costará muchas vidas inocentes de civiles usados como escudos y soldados israelíes yendo a morir para no matar un número mayor de inocentes.  La solución es que Hamás se rinda. Se entregue. Evite el dolor y la muerte de tantos civiles de su propio pueblo. Que los gobiernos que tienen alguna relación con Hamás le retiren públicamente su apoyo y consideración. Que Hamás, aislado y desenmascarado, se rinda y se entregue. Pero eso no va a pasar. El mundo del siglo XXI es lo suficientemente convenido y miope para lanzar a Israel en solitario con Hamás, luego criticar y condenar sus acciones y, más tarde, esperar que se apacigüen los aliados de Hamás, si es que no Hamás mismo, a la espera de poder ejecutar otro espectacular atentado que reivindique una causa perdida y traer más muerte, dolor y odio.

La sangre judía es barata. Siempre lo ha sido. Por eso es por lo que se piden ridiculeces tales como proporcionalidad en la respuesta militar de Israel. Tener consideración con los enemigos sin ninguna reciprocidad. Se reciben comentarios sesgados en los medios de comunicación que no informan, sino que utilizan los hechos ocurridos en función de presentar una posición antiisraelí que esconden sin poder engañar a quienes, de buena fe, sí saben lo que pasa y quien es quien.

Desde el 7 de octubre al momento de escribir esta nota, una serie de escalofriantes acontecimientos han sido revelados. La opinión pública mundial ha quedado estupefacta ante la crueldad de los hechos perpetrados contra la población israelí. Las muestras de solidaridad, aunque sentidas, parecen otorgar a Israel una muy limitada licencia de acción. Tan pronto las operaciones militares israelíes cobren víctimas civiles, sin ninguna intención expresa, pero con inevitable fatalidad, esta licencia vence y la crueldad de Hamás pasa a un intencional olvido financiado por
una poderosa campaña que muestra a Israel como el agresor que no es. A decir verdad, poco o nada que hacer ante posiciones tomadas y fobias desatadas, con financiamiento generoso.

El argumento banal del presunto bloqueo de Israel sobre Gaza debería caer por su propio peso. Gaza cuenta con un paso a Egipto. En tiempos relativamente normales, aún con atentados homicidas suicidas, Israel da permisos de entrada diarios a decenas de miles de palestinos residentes en Gaza para trabajar en territorio israelí. Gaza recibe ayuda de UNRWA y de países amigos, además de cuotas fijas de países árabes y no árabes, incluyendo ajustes contables con una Israel que le suministra agua, electricidad, gas y telefonía, entre otras cosas.

Gaza no está bloqueada. Gaza está secuestrada por Hamás y sus simpatizantes, por aquellos en todo el mundo que no denuncian el secuestro de 224 israelíes y alrededor de dos millones de árabes palestinos. El gran secuestro de Gaza ha ocurrido y ocurre ante la mirada impasible de quienes condenaron siempre a Israel.

Gaza no está bloqueada. Está secuestrada…


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