A cinco semanas del salvaje atentado terrorista cometido por Hamas en Israel, la respuesta militar del Estado judío ha sido contundente, y el nivel de daños a la infraestructura del grupo salafista radicado en Gaza es irreversible. Israel, además, ha advertido que a esto todavía le falta mucho para acabar, así que podemos dar por sentado que Hamas va a quedar inoperante después de este episodio.

Hay algo que ha resultado sorprendente para muchos analistas: podría decirse que Hamas cayó demasiado fácil, algo que estaba fuera de las expectativas.

¿Qué fue lo que salió mal para el grupo terrorista, para Irán que es su principal patrocinador, y para Hezbolá, el supuesto aliado que se iba a lanzar a la yugular del estado judío?

El de Irán ha sido el plan colonizador e imperialista más agresivo del mundo desde 1979. Ha invertido cualquier cantidad de dinero en ello para mantener en Siria a Bashar el-Assad como mero títere, para armar hasta los dientes a la guerrilla chiíta Hezbolá en Líbano, a los rebeldes huthíes en Yemen, y al grupo terrorista Hamas en Gaza.

Este último caso es particularmente interesante. Desde la primera década del siglo XXI quedó claro que Hamas sería la punta de lanza del tan soñado ataque masivo contra Israel. ¿En qué momento se realizaría? Imposible saberlo. Eso habría que resolverlo sobre la marcha. Pero se puede decir que la estrategia general sería provocar un conflicto de gan calado en Gaza que obligara a Israel a movilizar la mayor parte de sus tropas hacia el sur del país, dejando en una situación frágil al norte y al oriente, para entonces también ser atacado por Hezbolá desde Líbano y Siria, y por diversas facciones palestinas desde Cisjordania.

¿Podría defenderse el estado judío de este asedio? En teoría, sí. Israel es una de las máximas potencias militares del mundo. ¿Cómo lograr, entonces, que la estrategia de Irán, Hamas y Hezbolá tuviera éxito? Ahí estaba el detalle crítico, el punto medular de lo que se tenía que lograr en Gaza.

Hamas, desde hace por lo menos 25 años, se dedicó a construir una compleja, intrincada y sofisticada red de túneles y búnkers subterráneos. Era la alternativa más lógica: el podería militar israelí tendría todas las ventajas en cualquier confrontación abierta (eso se pudo ver desde 1967 y 1973), así que había que llevar la batalla a otro entorno.

El panorama ideal sería provocar una invasión israelí a Gaza. El puro ingreso de las tropas a la ciudad ya sería un problema por sí mismo, debido a la determinación de Israel de causar siempre la menor cantidad de afectaciones posibleas a los civiles. Hamas siempre lo supo, así que su uso de escudos humanos siempre fue el modo de tratar de capitalizar el hecho de que la bondad israelí era, en el marco de una guerra, una debilidad.

Pero la estrategia no se detenía allí, en el puro intento de complicarle la vida a Israel en una confrontación urbana. El plan completo incluiría obligar a las tropas israelíes a ingresar a los túneles de Hamas para tratar de aniquilar allí a la guerrilla islámica.

Tal vez lo habría logrado, pero a un costo altísimo: miles de soldados muertos, cientos de tanques y carros blindados destruidos, y un desgaste moral y económico tanto para el ejército como para el gobierno y la población.

En ese entorno, el ataque de Hezbolá sí tendría posibilidades de ser letal.

Los ayatolas, Hamas y Hezbolá cometieron un error al diseñar esta estrategia: fue el único panorama que se imaginaron. En ningún momento se les ocurrió pensar que Israel podría abordar de otra manera una crisis como esa.

Una regla de sentido común para cualquier proyecto de gran envergadura es imaginar todos los panoramas posibles, y preparar las cosas de tal modo que se pueda garantizar el logro de los objetivos desde la situación más difícil, adversa, limitada o negativa posible. De ahí en adelante, todo es ganancia.

Esa es la lógica con la que Israel, desde siempre, ha diseñado sus estrategias militares. Un ejemplo muy claro fue su estruendoso fracaso en la Segunda Guerra del Líbano en 2006. En esa ocasión, y como consecuencia de los continuos disparos de misiles desde Líbano contra las poblaciones del norte de Israel, el objetivo del ataque fue destruir a Hezbolá.

No se logró, y por ello Israel vio esa guerra como un fracaso; Hezbolá, por su parte, siempre la ha recordado como un triunfo. Un golpe moral contra el ejército judío. Pero en las cifras la situación fue muy distinta. En términos objetivos, Israel ganó esa guerra. Hezbolá tuvo más del doble de bajas y perdió más del doble de infraestructura militar. Además, después del alto al fuego, sus disparos de cohetes contra el norte de Israel cesaron por completo.

En otras palabras, Israel logró su objetivo principal pese a que las cosas salieron del peor modo posible. ¿Por qué? Porque desde un principio diseñó su estrategia para que “el peor modo posible” fuese una derrota moral y la sobrevivencia de Hezbolá.

Esa flexibilidad es la que ha mantenido a Israel como una potencia militar no sólo en cuanto a sus recursos militares y tecnológicos, sino también en cuanto al factor humano, y lo estamos viendo en Gaza.

Dada la violencia del atentado terrorista del 7 de octubre pasado, Hamas calculó que Israel se iría directo hacia la invasión masiva, hacia la guerra urbana y el intento por destruir a Hamas en sus túneles. Por supuesto, los terroristas salafistas ya tenían toda una estrategia a seguir en ese caso, y los túneles no nada más eran un laberinto que los protegería del ataque israelí, sino —tal y como lo presumían en sus redes sociales— también lo que se convertiría en la tumba de miles de soldados sionistas.

Además, tenían el tesoro más preciado de todos: más de 240 rehenes, incluyendo a mujeres y niños. Israel, siempre tan débil ante este tipo de situaciones, primero se sentaría a negociar para tratar de salvar a sus ciudadanos, y muy difícilmente se rehusaría a entregar a todos los prisioneros terroristas que hay en su cárceles.

Repito: el error de Hamas no sólo fue imaginar un panorama tan maniqueo, sino imaginar nada más ese panorama maniqueo. Por ello, la respuesta israelí los tomó por sorpresa casi desde la primera semana.

Una interminable andanada de bombardeos aéreos que empezó a cambiar el panorama de la Ciudad de Gaza, donde se ubicaba lo más importante de la infraestructura de Hamas. Destruyendo los principales sitios de referencia para Hamas, a la hora del combate urbano los propios combatientes palestinos no iban a disponer de las ventajas que, se supone, tenían que darles las callejuelas y callejones de su ciudad capital.

Peor aún: Israel, desde la segunda semana de conflicto, comenzó a anunciar un asalto “inminente” de sus tropas. Hamas, en consecuencia, se preparó para ello.

Pero el asaltó no ocurrió. Pasaron prácticamente dos semanas en las que el asedio terrestre sólo fue un cuento repetido incesamente pero que nunca se concentró, y eso provocó dos cosas. La primera, que los daños provocados por la aviación israelí resultaran de un nivel que Hamas nunca se imaginó; la segunda, que los combatientes palestinos empezaran a usar las provisiones que tenían que servirles en tiempos de guerra, no en tiempos de nada más estar esperando un ataque que simplemente no llegaba.

La orden de avanzar con los tanques, los blindados y los soldados por fin llegó, pero —para desconcierto de Hamas— no fue un asalto masivo ni virulento contra Gaza o contra la red de túneles. Al contrario: fue un taciturno ataque que se enfocó solamente en tomar las zonas periféricas de la ciudad de Gaza, y que más bien se centró en conquistar lo antes posible un corredor que partiera a Gaza por el centro, justo en la zona donde termina la ciudad de Gaza y hay una zona vacía antes de que aparezcan las primeras casas de las aldeas que preceden a Khan Younis.

Hamas se dio cuenta muy tarde de lo que estaba haciendo Israel: partir la Franja en dos para aislar a los combatientes del norte. Y es que era obvio que, si Israel lograba conquistar esa franja central, después de las tropas llegarían las excavadoras para reventar los túneles. Hamas en el norte quedaría totalmente desconectado de Hamas en el sur, tanto por fuera como por dentro del territorio, y eso los pondría en desventaja total porque sentenciaría sus provisiones (alimentos, agua y combustible) a terminarse en cualquier momento.

Diversos escuadrones de Hamas fueron enviados a tratar de impedir el avance israelí hacia el mar, pero todo fue inútil. Esa era una guerra para la que los combatientes palestinos no estaban entrenados, un panorama para el que no tenían estrategia alguna. En la superficie, en campo prácticamente abierto, fueron presa fácil de las tropas israelíes.

Lo demás ha sido tan predecible como inevitable: Israel mantiene su paso lento, como jugando a desesperar a tropas terroristas que cada vez tienen menos provisiones y que ya no pueden lanzar ataques con más de 30 o 40 combatientes. Sitio tras sitio, los terroristas de Hamas están siendo aniquilados o capturados. Muchos ya se han entregado voluntariamente, y otros huyeron hacia el sur como les fue posible.

Falta mucho para poder decir que Hamas está destruido. Todavía hay miles de combatientes libres y escondidos. Pero la infraestructura subterránea en la Ciudad de Gaza, la joya invaluable de Hamas, las instalaciones terroristas más sofisticadas del mundo, la inversión multimillonaria del régimen iraní, están siendo abandonadas porque ya no hay modo de defenderlas. Israel, eventualmente, las va a destruir por completo, y con ello Hamas seguirá existiendo como ideología, pero sin la capacidad operativa para volver a dañar a Israel.

La afectación ya se hizo ver. Los disparos de cohetes hacia territorio israelí han caído drásticamente desde la segunda semana de conflicto. Pronto se detendrán por completo. Mientras, el edificio del parlamento ya fue destruido, mezquitas, escuelas y hospitales ya fueron capturados, y el hospital Al Shifa, debajo del cual se encuentra el principal cuartel de Hamas, ha sido tomado ya en la superficie, y ahora está siendo tomado en sus sótanos y túneles principales. Afuera, hay un enorme estacionamiento de tanques desde donde las tropas israelíes vigilan que Hamas no vuelva a recomponerse.

Contrario a sus expectativas, Israel no se rindió a negociar el intercambio de rehenes, y asumió una postura intransigente: Hamas no está en condiciones de poner condiciones, y la única posibilidad de un alto al fuego es la entrega de los rehenes a cambio de nada, y la rendición incondicional del grupo terrorista. Sin esos requisitos, Israel continuará con su guerra tal cual está planeada, hasta la destrucción total del grupo terrorista.

El éxito de la estrategia israelí ha sido tal, que Hezbolá e Irán optaron por no involucrarse en el conflicto. Han decidido que, por mucho que les duela y por muy severa que sea la pérdida de una inversión multimillonaria, van a dejar que Hamas muera solo.

Y todo, porque ninguno de ellos fue capaz de imaginar panoramas adversos y prepararse para ellos.

Israel, en cambio, es especialista en ello. Y los resultados se notan.


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