Es una frase que nos gusta repetir. Tanto, que incluso la hemos dicho con relación a Zelensky, un genuino macabeo que se ha puesto al frente de un pueblo resistiendo a una invasión criminal y atroz. Pero a veces hay que hacerle un pequeño ajuste para traducir nuestra realidad, y el de Israel es un caso de esos.

Sí, llegan los días de Janucá y, debido a la situación de conflicto en Gaza, tenemos el impulso casi instantáneo de comparar la gesta de nuestros soldados con la gesta de los macabeos. A fin de cuentas, están poniendo su vida para liberar a Israel —y, en realidad, a todo el pueblo judío— de sus peores enemigos.

Pero seamos honestos: las similitudes no son muchas. En aquellos tiempos del malvado Antiojus, los pocos derrotaron a los muchos. Hoy la situación es al revés. De hecho, el ejército israelí tiene abrumado a Hamas porque el podería bélico del estado judío está muy por encima del de ese grupo terrorista. Ni qué decir de la estrategia. Los generales israelíes le han dictado cátedra a los barbajanes de Hamas. ¿Recursos? Olvídalo. Israel supera por mucho a sus contrincantes. No existe la mínima posibilidad de compararlos.

La lección que ha quedado clara es que Hamas se metió a un problema del que no va a salir vivo. Cometió un error mayúsculo al perpetrar una masacre innombrable, transmitirla en vivo por sus redes y canales, presumirla como el inicio de la destrucción de Israel, y luego insistir en que la repetirán todas las veces que sea necesario hasta que sólo exista Palestina.

Con ello, puso al mundo en su contra. Si por corrección política muchos países hablan de la urgencia de dar ayuda humanitaria a los civiles de Gaza, lo cierto es que nadie ha hablado de intervenir directamente en el conflicto. Más bien, parecen resignados a que los mejor es que Israel concluya el trabajo sucia y destruya por completo la operatividad de Hamas.

En otras palabras, eso significa que Israel esta vez cuenta con un apoyo tácito a su guerra. Puede seguir adelante, porque las quejas de muchos países se van a quedar en meras declaraciones. Acaso las de Pedro Sánchez, infumable español, sean sinceras, pero también inútiles. ¿Las de Antonio Guterres? Ni siquiera vale la pena escucharlo.

Esa no era la situación de Matatiahu, al principio, y luego de sus hijos Yehudá, Jonatán y Simón, los macabeos. Ellos tuvieron que luchar desde la desventaja. Tuvieron que ganar desde el milagro. Les sobraba corazón, pero les faltaban recursos y soldados profesionales, y aun así derrotaron a los seléucidas. Cuando todo parecía más oscuro, la luz resplandeció; cuando todo parecía perdido, grandes milagros se hicieron allá.

La tentación entonces sería a decir que, bueno, pues no hay semejanzas y ya, salvo por el nada pequeño detalle de que los enemigos de Israel están colapsando y serán derrotados.

Sí, es correcto esto último, pero no lo primero. Claro que hay semejanzas, y vale la pena señalarlas.

Recordemos la otra parte de la historia: Yehudá Hamakabi liberó a Jerusalén y rededicó el Templo al culto del Único y Verdadero, todo eso en el año 164 AEC. Pero la guerra no terminó ahí. Dos años después vino el contraataque sirio, y los macabeos no pudieron hacer nada por evitarlo. Las cosas se volvieron a complicar, y Yehudá Hamakabi murió en batalla en el año 160 AEC.

Su hermano Jonatán entonces se puso al frente de los rebeldes judíos, y propinó dos severas derrotas al general sirio Baquides. Hartos de los conflictos, negociaron, intercambiaron prisioneros, y firmaron la paz. A fin de cuentas, el pervero Antíoco IV Epífanes ya había muerto, y los nuevos líderes de Damasco no querían imponer su cultura ni su religión al pueblo judío. Si estos prometían no buscar la independencia —y así lo hicieron— todo podía volver a la normalidad.

Y así ocurrió, por lo menos durante algunos años. Pero luego vino lo de siempre: una traición. Cuando se suponía que ya todo estaba bajo control, le tendieron una trampa y lo asesinaron. Era ya el año 143 AEC.

La sucesión recayó en su hermano Simón, que vino a poner todas las cosas en su lugar. Fue este último quien logró la plena independencia de Judea y la consolidación del poder en manos de la familia Hasmonea, tanto el de la realeza como el del sacerdocio.

Entonces se dio una situación inédita en toda la historia del pueblo judío, que pasó a convertirse en una durísima potencia militar local en un momento en que los grandes imperios habían colapsado, o todavía no habían madurado lo suficiente. Roma apenas estaba entrando en su última fase como república; Cartago hacía mucho que había desaparecido; los seléucidas estaban en sus estertores.

En la historia del Israel antiguo, no hubo una etapa en la que el pueblo judío fuese más fuerte que bajo el liderazgo de los hasmoneos, descendientes directos de los macabeos.

Durante unos cuarenta años, nadie les pudo hacer frente. Los reyes Juan Hirkano y Alejandro Janeo derrotaron contundentemente a todos sus enemigos, y los dominios judíos se extendieron más allá de Judea, conquistando territorios idumeos y nabateos.

Israel está pasando por una etapa similar. Tras lo difícil que fue la independencia (esa época sí se parece a la de los macabeos), el estado judío se ha consolidado como la mayor potencia militar del Medio Oriente. Derrotó a los árabes varias veces (igual que Hircano y Janeo), y la actul guerra en Gaza ha dejado ver un poderío militar tan abrumador, que Hezbolá e Irán prefirieron ni moverle al asunto.

Hay otra curiosidad: Hirkano fue un rey poderoso, un gran militar, pero mucha gente no lo quería. Lo consideraban un rey-sumo sacerdote ilegítimo porque no era del linaje de David.

Cosa curiosa: muy similar a lo que le pasa —y le seguirá pasando— a Bibi Netanyahu. Eficiente, pero poco simpático. Gran guerrero que probablemente se vaya a llevar el mérito de haber destruido a Hamas, pero con una gran cantidad de judíos rechazándolo.

Así que, en esta ocasión, el “cada generación tiene sus macabeos” se queda corto. Hay que hacerle un ajuste.

Cada generación tiene sus hasmoneos.

Si es así, podemos confiar en la inminente victoria. Pero también habrá que estudiar bien la historia para evitar los errores que provocaron el colapso de los hasmoneos.

Esto que acabo de decir para nada es queja. Es bueno saber que algo tan doloroso como la guerra, lo vamos a ganar.

Sólo hay que estar atentos al desarrollo de nuestra política interna. Ahí fue donde los hasmoneos fracasaron y dejaron la puerta abierta para que Roma tomara a Judea como provincia imperial, y para que luego un rey eficiente, pero paranoico, llegara al trono: Herodes.

Mientras, nuestro moderno hasmoneo sigue adelante derrotando a los enemigos de Israel, y nosotros esperando a que Janucá venga lleno de milagros, y los rehenes puedan ser rescatados y llevados sanos y salvos a casa.

Por ellos, por Israel, y por un futuro de paz, es que encenderemos las luces, confiados en que si no se apagaron en los momentos más oscuros de nuestra historia, no se apagarán jamás.


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