Durante el Shabat de Janucá se lee la parasha de Miketz, donde se cuenta parte de la historia de Yosef. Cualquier enseñanza obtenida de la misma se asocia con el carácter de la festividad. La siguiente es una reflexión que rab Yaakov Menken nos comparte.

Rab Yaakov Menken. Miketz

En la lectura de Janucá, Yosef es vendido, esclavizado y llevado a Egipto, donde es comprado por Potifar, verdugo jefe del faraón. Pronto se gana la confianza de Potifar, en forma tal que Yosef recibe la responsabilidad de administrar la casa de Potifar y todas sus propiedades [Gn. 39:1-4].

Esto funciona muy bien para Potifar; porque la Torá nos dice que desde el momento en que entregó las cosas a Yosef, Di-s “bendijo la casa del egipcio a causa de Yosef, y la bendición de Di-s estaba en todo lo que tenía, en la casa y en el campo. Y abandonó todo lo que tenía en manos de Yosef, y no supo nada de ello, salvo el pan que comió” [39:5-6].

Sin embargo, la mujer de Potifar se sientía atraída por Yosef, e intentó seducirlo. Se le llama Yosef HaTzaddik, “Yosef el justo”, porque resistió a sus tentaciones.

Hasta que, un día, no lo hizo. Ella lo encontró en un momento de debilidad, solo en la casa, y él estaba listo para ceder a la tentación. Entonces, nos dice el Medrash, vio su propio reflejo.

El Medrash nos enseña que Yosef era exactamente igual a su padre, Yaakov. Así que cuando vio su reflejo, ¡vio a su propio padre mirándole fijamente! Ver esa imagen lo cambió todo, y por eso Yosef se liberó de ella y huyó de la casa. Y por eso es llamado HaTzaddik, el justo, porque el recuerdo de su padre le salvó de la transgresión.

En nuestras oraciones diarias, recordamos constantemente a nuestros antepasados, Avraham, Itzjak y Yaakov. Estamos vinculados, de padres a hijos, a esos santos bisabuelos. Puede que no tengamos un espejo, pero tenemos numerosos recordatorios diarios a través de nuestras oraciones. Aprendemos a emular sus actos, porque, gracias a ellos, ¡tenemos mucho que vivir!

Fuente: Project Genesis