Ser judío es una de las experiencias más estrafalarias posibles. Todo el tiempo hay que lidiar con un doble rasero que a veces hace que uno quiera arrancarse los cabellos de la desesperación. ¿Qué es lo que nos mantiene de pie y, además de todo, indestructibles? Sí, nuestra solidaridad, pero hay algo más igual de importante: nuestra devoción por ponerle atención a la realidad.

“Pues no importa que ustedes sean el pueblo nativo de Israel, porque perdieron esa tierra y se fueron al exilio, y llegaron los palestinos y la conquistaron. Es de ellos”.

Eso me lo han dicho muchas veces. Entonces contesto: “Siguiendo esa lógica, los palestinos perdieron esa tierra en 1948, y nosotros la reconquistamos. Es nuestra”.

La respuesta obligada: “Ah, no, ya no se vale”.

O sea, ellos sí, nosotros no. Algo así como jugar un partido de fútbol en el que la única regla es que un equipo sí puede meter goles y el otro no.

“Es muy pretencioso decir que Hamas son terroristas. Eso depende de quién lo diga. Si lo dice un sionista, claro que son terroristas. Pero todo depende del cristal con que se mire. Desde la óptica de un palestino, no son terroristas, sino la resistencia contra el colonialismo europeo. Es un punto de vista válido, y entonces el verdadero terrorista es Israel”.

Esa es otra que escucho a cada rato. Y contesto: “Interesante relativismo. Siguiendo esa lógica, es muy pretencioso decir que Israel es una potencia ocupante y colonialista. Eso depende de quién lo diga. Si lo dice un palestino, claro que es ocupante y colonialista. Pero todo depende del cristal con que se mire. Desde la óptica de un sionista, Israel es un estado democrático y legítimo que combate al terrorismo palestino. Es un punto de vista válido, y entonces el verdadero invasor es Hamas”.

La respuesta otra vez obligada: “No, no, tú no puedes decir eso…”.

¿Por qué? Porque soy judío y soy sionista. Por eso a mí no se me concede el derecho de usar los mismos argumentos (por supuesto, no estoy pidiendo permiso para usarlos; los uso cada vez que se me antoja, y me divierte mucho ver cómo entran en crisis).

La duda que a veces me acongoja y me quita el sueño es si de verdad esa gente se creerá semejantes tonterías. Vamos, porque es sobradamente evidente que esa actitud incoherente sólo se sostiene si uno está dispuesto a renunciar a la más elemental honestidad intelectual. Es una postura que no tiene pies ni cabeza, y menos aún algo de ética.

Lo chocante es que, durante estos tres meses de estar 24/7 al pendiente de la guerra en Gaza, es que me he topado con cualquier cantidad de gente que sí parece estar convencida de que eso es lo correcto. De que el judío no tiene derecho a absolutamente nada. Ya no se diga a tener un país, o un territorio. Tampoco tiene derecho a llorar a sus muertos, y menos aún tiene derecho a apelar a la razón.

Y eso es lo más interesante de todo: la forma absurda en la que se nos exige que no le pongamos atención a la realidad.

La característica fundamental de la “causa palestina” es que vive en una ficción. Con ello no sólo me refiero a su falsa historia del pueblo palestino (inequívocamente, un plagio de la historia judía; imagínate hasta qué punto nos tienen que robar nuestro pasado, que hasta salen con la gansada de que Jesús de Nazaret fue palestino). Estoy hablando también de su percepción del momento actual y, sobre todo, de sus expectativas. No se diga de sus estrategias.

En X (antes Twitter) me he encontrado cualquier cantidad de publicaciones, ilustraciones o videos en los que se habla de “la futura victoria del pueblo palestino”, o de “la inminente destrucción de los sionistas”, o de “la inevitable derrota de Israel”.

¿En qué planeta viven? ¿Qué parte de sus hemisferios no se han conectado (me refiero al cerebro, por supuesto) como para darse cuenta que Israel está aplastando contundentemente a Hamas, y que es inevitable una transformación radical del Medio Oriente? Ni siquiera Hezbolá se arriesga a entrar en una confrontación abierta y plena con Israel. Irán, menos aún.

El éxito que Israel tiene en esta guerra sólo es comparable al de 1967, cuando la Guerra de los Seis Días. Israel va a salir de este episodio posicionado como la máxima potencia militar del Levante, prácticamente indestructible. Incluso, es casi seguro que va a salir reforzado en sus vínculos con los países árabes.

Auna sí, sobran los despistados que juran que la causa palestina se levantará victoriosa. ¿Por qué? Porque sueñan con un mundo de caramelo en el que todo aquello que ellos consideren “justo”, ganará pues porque en los libros de cuentos infantiles los buenos siempre ganan. ¿O qué no era así?

Para nada es queja mi señalamiento sobre semejante irracionalidad. Dice la vieja sabiduría popular que cuando veas a tus enemigos haciendo tonterías, no los interrumpas. Si ellos quieren vivir en esa ficción, peleando contra fantasmas (el Israel ocupante de territorio palestino) y esperando resultados fantasmagóricos (el Israel derrotado por los nobles combatientes de Hamas), vale, quédense esperando. No tengo porqué quitarles esa ilusión que, de todos modos, será la realidad la que se las destruya.

Nosotros —Israel, los judíos, los sionistas— tenemos mucho trabajo en el cual concentrarnos. Reforzar la seguridad del país, restablecer su productividad, colaborar en la construcción de una Gaza libre de terrorismo (bien trabajado el asunto por Arabia Saudita y los emiratos, pueden convertir ese pequeño lugar en un polo de desarrollo que luego mate de envidia a los palestinos de Cisjordania), y diseñar buenas estrategias de comunicación para ayudar a que la gente vaya entendiendo poco a poco de qué se trata (y de qué no se trata) todo este conflicto.

Esa es acaso la principal razón por la cual podemos saber que vamos a ganar esta guerra (y muchas otras más). Nosotros estamos luchando en el terreno de la realidad; ellos, en el de la fantasía. Digamos que los dos estamos en la misma tienda tratando de comprar la última Coca Cola del desierto, pero nosotros traemos billetes emitidos por el Banco Central, mientras que ellos traen billetes del Turista Mundial. Acaso los más sofisticados intelectualmente traen billetes del Turista Disneylandia.

Gran parte del éxito judío a lo largo de los siglos siempre estuvo allí: nuestra devoción por estar atentos a la realidad. Por eso hemos sabido adaptarnos a los grandes cambios históricos. Por eso siempre tenemos soluciones para todo. Y preguntas para todo.

Es curioso. Para sobreponernos al difícil trance que estamos pasando, sólo tenemos que seguir siendo.


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