Todos hemos tenido esa experiencia en donde nos sentimos divididos entre la practicidad y las emociones, o entre la mente y el corazón. Es tan cliché la idea de la división interna que se encuentra presente en todas las culturas desde tiempos inmemorables. Platón habla del carro tirado por dos caballos (la pasión y el deseo) que deben ser domados por la razón. Aristoteles por su lado nos habla de la justicia como el balance entre las diversas cualidades del hombre. Aquella dicotomía entre cuerpo y alma, o mente y pasión la seguimos percibiendo hoy en día y hemos creado cientos de teorías para encontrar el balance que nos lleve al equilibrio.

La realidad es que nunca somos totalmente uno, ni totalmente el otro y el balance se encuentra en la naturalidad de nuestra existencia misma; en el baile que tenemos entre ambos y los espacios que escogemos para habitarlos. En el siglo pasado, existieron dos filósofos judíos que hicieron mucho por el existencialismo judío y que abordaron esta disyuntiva desde una perspectiva propia dentro de su pensamiento. Fueron rab Joseph B. Soloveitchik, un hito de la ortodoxia moderna, y Martín Buber.

Rab Soloveitchik lo hace desde el análisis de la Torá y a través de ello explica el conflicto que el hombre moderno vive frente a la espiritualidad. Mientras que Martin Buber, siendo existencialista, lo plantea desde la relación que el hombre enuncia en en el actuar frente al mundo que lo rodea; es decir con D-os. Cada uno habla desde un lugar distinto y por ende llegan a conclusiones divergentes, sin embargo, ambos miran el problema desde un lugar de encuentro. Soloveitchik desde la tragedia y el pesimismo, desde el deambular del hombre entre dos deseos no resueltos, mientras Buber lo hace desde la resolución, desde la búsqueda de balance e integración.

Rab Soloveitchik. La soledad del hombre de fe

En los primeros capítulos del Génesis, la Torá nos ofrece dos narraciones divergentes sobre cómo Adán fue creado. En la primera, D-os hace al hombre a su imagen y semejanza, y le ordena mandar sobre la tierra y los animales. Mientras que en la segunda, D-os lo crea del polvo y le ordena cuidar del jardín y serle servicial; le recuerda que así como viene del polvo al polvo regresará. En una se muestra al hombre majestuosamente como rey y dueño de la naturaleza que lo rodea, mientras que en la otra como dependiente de ella. En la primera se le ordena darse a sí mismo dignidad y en la segunda se le pide ser humilde. En este drama rab Soloveitchik mira la dualidad que divide al hombre representada en unas cuantas líneas y lo asocia con dos arquetipos de hombre distintos.

En una de las narraciones rab Soloveitchik ve al hombre primordialmente materialista y en la segunda al hombre del pacto, el hombre de la relación. Propone que todos nos encontramos en un diálogo interno y constante entre ambos. Entre el hombre que busca sus propios intereses, que anhela el poder y la fuerza, y el que busca la espiritualidad, que ve al mundo como la posibilidad hacia una relación.

Como humanos necesitamos a ambos y nos encontramos entre ambas realidades. Somos materia y dependemos de ella, nuestro carácter conquistador nos empuja a relacionarnos con ella desde un lugar de dominio. Al mismo tiempo tenemos esa necesidad tan bella de maravillarnos frente a lo que nuestros ojos se presenta, y anehelamos servir a ello. Nos hacemos pequeños porque entre más pequeños somos más podemos apreciar lo que se presenta a nuestros ojos.

Esto se refleja también en la forma que el hombre decide relacionarse con un otro y la doble narración que existe de la creación de la mujer. En la primera narración Adán ve a Eva como una extensión de si mismo (le llama “isha” de “ish” hombre,  porque del hombre ha salido) la ve con ojos utilitarios, como una ayuda o un servicio. En la segunda la ve como compañera, la encuentra tras haber sufrido soledad y la busca por conexión que ofrece, le llama Eva un nombre independiente al suyo que quiere decir dadora de vida.

Con el hombre materialista la relación con un prójimo parte del uso, de la conquista, del hecho de que entre dos voluntades la fuerza se incrementa y puede etender su dominio; reinar con mayor eficiencia la naturaleza. Con el hombre del pacto  la relación existe por el encuentro mismo con esa otra persona.

Para Soloveitchik la tragedia radica que en el mundo moderno se llega a un desbalance, se sacrifica al hombre del pacto por el hombre material, por un exceso del ego. Y de esa forma se arroja al hombre hacia una división interna muy grande que se observa como incurable.

Martín Buber. Yo y Tú

En cuanto a Buber, él también distingue entre el hombre utilitario y el hombre subjetivo, pero en sus escritos éste encuentra el balance a través del acto de relacionarse. En su libro “I and Thou” “Ich ben Duch” (Yo y Tú) propone que el hombre por necesidad se encuentra en un diálogo constante con el mundo que lo rodea. Simplemente por existir, con cada acción que hacemos enunciamos a un otro y la posición que tomamos frente a él; incluso cuando no estamos conscientes de lo mismo.

En este diálogo que se da entre el individuo y su entorno, el sujeto (cada persona) puede decidir relacionarse con ese entorno desde un encuentro o desde una visión utilitaria. Puede hacerlo desde un “Yo”, desde un “Eso” o desde un “Tú”. En el balance de las tres es que se encuentra la relación.

El Yo representa el mundo subjetivo nuestras percepciones internas y nuestras emociones. Cuando nos centramos sólo en el Yo, en lo que sentimos y percibimos, no abrimos un espacio al encuentro con un otro. Nos privamos de lo que tenemos frente a nosotros. Por otro lado, cuando no nos vemos, cuando apartamos nuestras emociones y necesidades, cuando nos anulamos por completo dejamos existir y tampoco nos estamos relacionando.

En cuanto al Eso, es la visión utilitaria. Cuando el hombre en vez de abrirse a un encuentro le da al exterior un objetivo, lo trata de hacer útil para algo. Lo investiga, lo razona, lo examina, pero no deja de verlo como objeto, no deja de darle un sentido ulterior a sí mismo.

En el encuentro con el absoluto, en el enunciar un Tú, las tres realidades se encuentran presentes. Para subsistir materialmente estamos forzados a ver el lado practico y utilitario de las cosas, no verlo también es aislarse de la relación. También tenemos que incluirnos en el mapa, si no encontramos y no expresamos nuestra subjetividad, nuestro Yo no hay quien se relacione con un externo. Mientras que el Tú es ese encuentro en donde vemos a ambos y nos relacionamos. Para Buber el Tú máximo, el Tú del mundo es D-os.