Herido en Gaza hace casi 10 años, Sariel Teper sabe a qué se enfrentan las FDI. También conoce en carne propia el trauma físico y emocional que miles de soldados israelíes viven desde el 7 de octubre y que es la razón de ser de Beit Halojem. Conversamos con él, en exclusiva. 

 

Pertenecía a una unidad de infantería que brindaba apoyo a los tanques. Entraban y salían de Gaza como parte de la operación Escudo Protector, en 2014. Al frente de su unidad iba el comandante Dvir Fima, a quien recuerda como un líder natural a quien la tropa seguía sin titubeos hacia la guerra.

De pronto, al volver hacia Israel de una de esas incursiones, un sonido quebró el cielo a la mitad. Cuando el polvo se dispersó, Sariel Teper vio a uno de sus compañeros tendido en el suelo. De su cuello brotaba sangre como un río. Él se precipitó sobre el cuerpo de su amigo y usó sus manos para taponear la herida, de la que seguía fluyendo la sangre a borbotones.

“¡Un médico!”, gritaba insistentemente, pero los médicos de la unidad también habían sido alcanzados por el misil. Pasaron 15 o 20 minutos y su amigo perdió el conocimiento. Teper penso que el soldado moriría entre sus brazos pero, por suerte, al fin apareció un doctor. “Consigue una camilla”, le ordenó, mientras lo relevaba en la misión de frenar con sus manos la hemorragia.

El soldado Teper obedeció. Al menos, intentó hacerlo. Se puso de pie y quiso correr para buscar una camilla pero entonces un dolor eléctrico y fulminante lo tumbó al suelo como si de pronto sus piernas se hubieran convertido en trapos. Entonces vio la sangre correr. Esta vez era suya. Las esquirlas habían atravesado la piel de sus piernas y de su espalda.

Cuando despertó en el hospital, tras ser sometido a varias cirugías, supo que su amigo, al que había auxiliado en el campo de batalla, había sobrevivido. Su alegría fue menos cuando le informaron que, en cambio, cinco soldados de las FDI habían muerto en el ataque, y que muchos otros estaban heridos de distintas gravedades.

La guerra había terminado para él. Pronto recibiría ahí mismo, en el hospital, la visita del personal de Beit Halojem, institución que se convertiría en un bálsamo para su vida. Al ser dado de alta, comenzaría los trabajos de rehabilitación para recuperar la movilidad. “Fisioterapia, pilates, tenis”, recuerda ahora, tantos años después, mientras conversa vía remota con Enlace Judío.

Por un momento sonríe al recordar cómo, pese a nunca haber jugado tenis antes, cuando se le propuso hacerlo como parte de su rehabilitación, no pudo negarse: el instructor tenía un solo brazo. “Entonces, cuando tú vas a jugar tenis y tu coach tiene solo una mano, no tienes excusas”.

 

Una ciudad debajo de Gaza

Sariel Teper sabía que en Gaza había una red de túneles, pero no se imaginaba que esta se extendía por el subsuelo hasta abarcar el espacio de “una ciudad debajo de la ciudad”. También era consciente de la naturaleza del enemigo, Hamás. Le consta su uso de civiles como escudos humanos, y dice que sus miembros no son guerreros sino terroristas. “Ellos utilizan bebés y viejos para proteger misiles”.

Por eso no duda en que Israel tiene que “borrar a Hamás del mundo”, pues “esas cosas no tienen que existir”, y agradece que su país cuente con un ejército poderoso, capaz de perseguir al enemigo hasta ese intrincado laberinto subterráneo que representa una enorme trampa para los soldados. “Es algo súper complicado, súper peligroso, pero es necesario cuando tenemos secuestrada esa cantidad de personas”.

Cuando se le pregunta su posición sobre la premisa de liberar a los rehenes “a cualquier precio”, responde que prefiere no hablar de política. Sin embargo, poco más tarde admite que, aunque cree que es necesario liberar a los rehenes, “cualquier precio” deja de ser una opción porque bajo ese concepto podría entrar la propia existencia del Estado de Israel. Hay que tener paciencia y dejar al ejército hacer su trabajo, dice.

Y él sabe de paciencia. Todavía hoy, diez años después de que las esquirlas de un misil lo hirieran en Gaza, debe realizar ejercicios de rehabilitación. Aunque se encuentra mucho mejor, dice que ese trabajo “es para siempre”.

También es vitalicia su adscripción a esa familia llamada Beit Halojem. La gente que se conoce ahí comparte el trauma de la guerra y, por tanto, “habla el mismo idioma”. Por eso, se vuelven “amigos para la vida”.

El 7 de octubre, Teper se encontraba de viaje en Italia. Supo lo que había ocurrido por las noticias y no pudo hacer nada al respecto.

Ya ni siquiera logró volver a su casa en el norte, en la frontera con Líbano, puesto que los acontecimientos pronto confirmaron lo que desde el inicio sospechó: que Hezbolá aprovecharía la ocasión para atacar.

“Ahora estoy en el centro, más cerca de mi familia”, confiesa. El estudiante de Economía toma sus clases vía Zoom, herramienta que también utiliza para conversar con sus amigos dispersos por hoteles o nuevos hospedajes distribuidos por todo Israel. Miles han sido desplazados de las zonas fronterizas desde que inició el conflicto.

Cuando se le pregunta si piensa que a la guerra en Gaza seguirá una contra Hezbolá, afirma que esta ya comenzó.

Habla de los drones y los cohetes lanzados desde el norte y aclara que si la organización islamista no se ha atrevido a dirigir sus ataques hacia las ciudades del centro es porque sabe que eso desataría una reacción militar de gran escala, una invasión terrestre con tanques y una guerra total. “Nadie quiere eso. Ni los libaneses ni los israelíes”.

Él, por lo pronto, prefiere no volver a su departamento, porque Hezbolá cuenta con combatientes apostados en las montañas, lo que les confiere una posición ventajosa desde la cual pueden usar francotiradores. “Así no se puede vivir. No puedo vivir con un francotirador apuntando a mi ventana”.

La historia de Teper da cuenta de los últimos episodios bélicos que ha enfrentado su país.

Herido en Gaza en 2014, desplazado del norte en 2024, es testigo de la crueldad del enemigo y del heroísmo de los propios. Aquel Dvir Fima del que hablaba al comienzo es el mismo oficial que hace dos meses murió cuando usó su propio cuerpo para proteger a sus compañeros de la onda explosiva de una granada.

Sobre el estrés postraumático, dice que aunque vio cosas que estarán en su mente toda la vida, cosas que no son normales de ver y que afectaron a sus amigos y a los soldados que luchaban a su lado, él es afortunado porque fue consciente de lo que le había ocurrido desde el primer minuto y pudo hablar de ello.

En cambio, lamenta que muchos veteranos no estén conscientes o prefieran evadir sus recuerdos de aquellas jornadas horrorosas. En ellos, el trauma anida como un veneno. Él, sin embargo, los entiende: sabe que es muy duro hacer contacto con esas vivencias.

En Beit Halojem, él pudo hablar con sus pares sobre todas esas vivencias traumáticas. Aprendió que era normal no dormir bien después de haber vivido tales eventos, y supo cómo lidiar con los sentimientos que le provocaba recordar la guerra y su terror. Quizá por eso, porque es una persona resiliente, concibe a su país de la misma forma y piensa que prevalecerá.

Es cuidadoso al responder a una pregunta final: ¿Crees que Israel alcanzará una victoria total en esta guerra? Tras los acontecimientos que la suscitaron, hablar de victoria es difícil, opina, pero sí está seguro de que Israel logrará “borrar” a Hamás del mundo y traer de vuelta a los rehenes. “Israel va a estar fuerte. Israel va a existir y esa será nuestra victoria”.

 

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