La hora actual, el mundo actual, el sujeto actual es profundamente antisemita.

DR ALEJANDRO KLEIN*

Cualquier acontecimiento, cualquier excusa, cualquier ceremonia es buena para denostar a Israel y encubiertamente al judaísmo.

Se dice que todo es una reacción por la política “imperialista” de Israel con Gaza, con los palestinos, con los árabes.

Pero sabemos que no es así. Sabemos que si no fuera eso, sería cualquier otra cosa, cualquier excusa.

El antisemitismo es políticamente correcto, está legitimizado, está aprobado social y culturalmente y desespera ver y comprobar que sea cual sea el esfuerzo que se haga nada lo hace desaparecer, ni decrecer, ni variar.

Ni aún después de Auschwitz y Treblinka.

El antisemitismo es una pasión irrefrenable, frente a la cual cede cualquier racionalidad y cualquier sentido común.

Un antisemitismo de siempre, un antisemitismo estructural a la propia sociedad occidental.

Aceptémoslo, aunque duela, aunque signifique el espanto: el antisemitismo tal vez ya nunca desaparecerá. Es parte de la cultura occidental como las hamburguesas Mc Donald, la Coca Cola y las vacaciones veraniegas.

El antisemitismo por supuesto tiene distintas versiones y es bueno comprenderlas para entender lo que de cualquier manera parece ser imposible rebatir.

Y lo vimos el pasado 8 de Marzo, el feminismo actual, carnalmente antisemita, sitúa a Israel como un capitalista, patriarcal, dominante, “violador” y machista.

Encarna todos los supuestos males que el feminismo actual imagina como parte de un relato construido de un mundo al cual hay que aborrecer y de un mundo futuro al cual hay que proyectarse: sin machismo, sin patriarcalismo, sin judíos, sin Israel…

¿Podemos homologar la ideología feminista actual con la ideología nazi?

¿Podemos homologar la ideología izquierdista actual (también radicalmente antisemita) con la ideología nazi?

Realmente, ¿sería un atropello o algo que sería prudente comenzar a enfrentar, por más que duela, por más que escandalice?.

Y ahí tenemos el otro escándalo, los judíos del mundo (ahí tenemos a Judith Butler, ahí tenemos a Jonathan Glazer) tan intelectualmente exultantes en su ataque a Israel, tan gozosamente felices en su identificación con el agresor, donde entre el amplio mundo que les da tantos privilegios y el estrecho mundo del judaísmo que les exige ética y compromiso, no dudan en el movimiento de la balanza

Estos judíos que se avergüenzan de ser judíos, tampoco son nada nuevo. Estos “hijos” de Marx, que desprecian su herencia, su pasado, su tradición son parte de la marca de identidad del judaísmo, y ya se perfilan desde el siglo XIX cuando comenzó lo que se denominó la “emancipación” judía.

Pero, ¿“emancipación” de qué? ¿De la superstición judía, de la ignorancia bíblica, que les permitía ser modernos y estar “integrados” a lo social? Pero, como sabemos, la emancipación judía del siglo XIX terminó en Auschwitz

Y ahora, hoy, ¿de qué se quieren “emancipar” estos judíos tan fieles, tan funcionales al sistema? Pues claramente de Israel, del sionismo, convertido ahora en la herramienta “horrenda” de la opresión y del imperialismo capitalismo.

Es una cuestión a pensar, pues en esta estructura discursiva actual del antisemitismo se juega mucho la polaridad víctima-victimario tan afín a la mentalidad actual. Las víctimas son las mujeres, los palestinos, las personas de color, los pobres. Los victimarios son los israelíes, el judaísmo, el machismo, los blancos, la clase media

Un dualismo mediocre que revela que por más que el pensamiento actual se cree sofisticado, no pasa más allá de las piruetas estultofílicas de Tik Tok.

No es casualidad la posición del feminismo, no es casualidad la posición de la izquierda europea y de la izquierda latinoamericana (Lula, un ejemplo avergonzante), no es casualidad que las universidades sean antisemitas, que los profesores sean antisemitas.

Pues hay otro motivo más estructural, más ontológico que explica el antisemitismo, y es que en un mundo que repudia al padre y los padres, que repudia el pasado y la tradición, el único grupo que mantiene, preserva y legitimiza la tradición (por razón de estructura de su linaje y su herencia generacional) son los judíos. Y eso se torna inaceptable.

En este punto, atacar a los judíos, es también una forma subrepticia, pero efectiva, de atacar aquello que en esta sociedad se ha vuelto intolerable: el respeto a lo paterno, la consideración al pasado y la transmisión, la conservación de valores legitimados vernacularmente

Pero lo más avergonzante no son solo los antisemitas. Es que además no aparece una sola voz con resonancia para decir: “No”, para debatir, para poner las cosas en su lugar, frente a una madeja que confunde cada vez más. ¿Dónde están los Sartre que se yergan y hagan juicio al antisemitismo, no en nombre y a favor de los favor de los judíos, sino en nombre y a favor de la Decencia, la Dignidad, la Verdad?

No están. Ya no están, aterrados por el peso autoritario de lo políticamente correcto, que hace caer su castigo real, simbólico y social, contra todo aquel que en nuestra sociedad se atreva a discrepar, opinar, pensar. El precio a pagar es muy alto y muy real. Y ya nadie se atreve.

Es un efecto de estructura inherente al tejido societario profundamente tanatopolítico del mundo actual.

Por ende, terminará el conflicto con Gaza, pero no terminará el antisemitismo

Por ende, quizás un día exista el Estado Palestino, pero no terminará el antisemitismo.

Seamos pues realistas, tengamos pues sentido común, entendamos pues lo que pasa.

Por supuesto, sigamos enfrentado al antisemitismo, aunque sea inútil, aunque sea una batalla perdida.

Pero hagamos también otra cosa, algo que Judith Butler y Jonathan Glazer nos recuerdan a pesar de ellos mismos: recuperemos más que nunca la honra y la dignidad de ser judíos.

*El Dr Alejandro Klein es Associate Professorial Fellow del Oxford Institute of Population Ageing


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