En estos días, y desde hace varias semanas, se vienen realizando negociaciones para la liberación de los secuestrados en Gaza desde el 7 de octubre de 2023. El proceso es lento y agotador. Hamás, dueño de Gaza, tiene dos interlocutores. Los representantes que viven y se asientan en Catar, y los que manejan la situación en la propia Gaza.

Catar, Estados Unidos, Francia y otros, sirven como intermediarios entre Israel y Hamás. Una especie de teléfono roto, que termina sirviendo a quienes les conviene que la situación que se vive se prolongue en el tiempo. En estos momentos, la tardanza en cualquier acuerdo facilita a Hamás las cosas: se demora más la eventual entrada israelí en Rafah, último bastión aparente en Gaza; se logra más ayuda humanitaria y se sigue presentando a Israel como el malo de una película cuyo comienzo ya casi todos olvidaron. El agredido es condenado, el agresor es glorificado.

Es repetir una y otra vez lo mismo, pero uno no sale de su estupor. El mundo entero, y también Israel, está negociando con secuestradores. Quienes cometieron una fechoría, un crimen, son la contraparte respetada y obligada de quienes negocian con ellos. ¿No es esto bizarro? Pareciera que sí, pero ocurre ante las narices de países y organizaciones que se adscriben en teoría a un Estado de Derecho violentado. Al negociar con secuestradores, dar recompensas o pagar rescate, acceder a condiciones impuestas, aceptar el chantaje evidente y tantas otras anomalías, se legitima de manera inequívoca el crimen, se fomentan futuras acciones de este tipo, tanto en el Medio Oriente como en cualquier otra parte.

La vida de los rehenes está en peligro desde el primer día. Tampoco se sabe quiénes siguen con vida. Las acciones militares de Israel deben retrasarse para poder dar tiempo a negociar las ofertas y contraofertas que ahora se presentan en Catar. La imagen de Israel se sigue desgastando, la población de Gaza sufre día con día. La ciudadanía israelí vive en vilo, evitando atentados o atendiendo atentados. Se culpa al gobierno de las acciones y omisiones. Se entiende que la solución es la deposición de Hamás del gobierno de Gaza. Israel lo sabe y lo ha aprendido con sangre y dolor propio.

A veces las situaciones complicadas tienen soluciones relativamente sencillas. Esta guerra cruenta, con civiles como escudo, ayuda humanitaria en entredicho, con sufrimiento indecible, tocaría a su fin si Hamás se rinde y se entrega, si se deportan sus líderes a algún destino pre acordado. No es tan difícil ni dramático. En todo caso, mucho menos que seguir con una operación militar de proporciones desastrosas en el sur de Gaza, con las inevitables bajas de todo tipo, los daños a la infraestructura, el sufrimiento de todos. Esta rendición y deportación es, a fin de cuentas, lo mismo que pasará cuando la operación militar culmine, pero con un saldo menor de daños. ¿Nadie entiende esto? ¿Es posible que países, presidentes, organizaciones internacionales, voceros, prensa y comentaristas no se hagan eco de algo en principio tan elemental?

Paradójicamente, dentro de Israel y fuera de Israel, amigos y enemigos del Estado judío, siguen en aquello de exigir a Israel presentar el plan del “día después”, de aliviar las barreras para la entrega de ayuda humanitaria, de presionar al gobierno para que sea transigente en las negociaciones de rehenes. No se ve presión sobre quienes sí pueden influenciar a Hamás, no se ven sanciones sobre quienes apoyan a los gobernantes de la Gaza de nuestros días. Canadá suspende la venta de armamento a Israel, Guterres condena, Biden advierte, Schumer recomienda elecciones en la única democracia real de la zona. No se llama a la rendición de Hamás y liberación inmediata de los rehenes. Si no fuera que vivimos esto, sería muy difícil de creer.

Israel vive días muy difíciles. Es una guerra larga y destructiva, que baja la moral de todos. Entierros de soldados caídos todos los días. Duelo y tristeza. La victoria es muy costosa, las condenas injustas resultan degradantes. Las encuestas, que se presentan con demasiada frecuencia, dicen que la mayoría de la población de Gaza y de Cisjordania se identifican o apoyan las acciones de Hamás del 7 de octubre. Esto resulta desolador para todos. Para quienes creen en la solución de dos Estados y para quienes adversan la tesis. Es una pista de lo que se espera “el día después”, y no resulta nada gratificante.

Los secuestradores de los rehenes y sus cómplices directos e indirectos deben ser denunciados y depuestos, desconocidos como contrapartes en cualquier ámbito. Darles el espacio y estatus que se les otorga constituye un peligroso antecedente y un tremendo incentivo para que prive la ilegalidad y la impunidad. Exigir al agredido que se someta es tan ridículo como falto de ética. A este ritmo y con estos principios de acción estamos legitimando el terrorismo y legalizando el secuestro.

Nota: Justo en el momento que se publica esta nota en Enlace Judío estamos siendo testigos de la controversia entre la administración del presidente Biden y la del primer ministro Netanyahu. Estados Unidos no vetó la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU del lunes 25 de marzo de 2024. Una resolución que no condena irrestrictamente a Hamás ni llama inequívocamente a la liberación de los secuestrados, vivos y muertos; que no llama a la rendición de Hamás como condición para un cese al fuego. Es una muestra de apoyo, intencional o no intencional, a quienes utilizan el terrorismo como arma de negociación. El resultado es, además de la profunda decepción para los israelíes sumidos en una larga guerra en solitario, la prueba adicional respecto a lo comentado: la legalización del secuestro.


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