Reinicia—por decirlo de algún modo—el combate entre Israel y Hamas, y nuevamente Estados Unidos asume la postura de ser el que se encargue de que Israel no logre derrotar a su enemigo mortal. Sin embargo, los movimientos que han hecho las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) apuntan a que, nuevamente, la estrategia israelí está bien diseñada, y va dos pasos adelante de todos.

Fue una larga pausa en la que, de todos modos, sucedieron muchas cosas. Cierto: varias cosas se conjuntaron para que Israel no continuara con su embate directo contra Hamas, aunque en ese lapso de tiempo (un par de meses), se realizó un importante operativo en el hospital Al-Shifa, y luego otro en el hospital de Deir al-Balah, y en ambos una gran cantidad de combatientes de Hamas fueron eliminados o capturados.

En ambos casos, Israel jugó muy bien sus cartas. A sabiendas de que la pausa en los combates más severos sería aprovechada por Hamas para reagruparse, las tropas israelíes se comportaron como si ambos hospitales ya estuviesen fuera de sus operaciones o de sus objetivos, y así fue como Hamas cayó en la trampa de tratar de convertirlos en sus nuevos centros operativos. Durante todo el tiempo estuvieron bajo una minuciosa vigilancia israelí, y cuando se consideró que era el momento adecuado, los operativos tomaron por sorpresa a los terroristas de Hamas.

Su gran error fue concentrarse en ambos lugares. Una gran cantidad de combatientes y muchos de sus mandos operativos de pronto se vieron emboscados en edificios en los que no había civiles (escudos humanos). Por eso, Israel puedo controlarlos con total facilidad. Se calcula que un mínimo de 1600 combatientes de Hamas quedaron fuera de combate, ya fuese porque murieron o porque fueron arrestados. Una cifra demasiado alta para Hamas en estos momentos, que no puede darse el lujo de sacrificar de un modo tan “inocente” a sus tropas.

A la par, Israel hizo grandes avances contra Hezbolá, aprovechando los frecuentes intercambios de fuego para destruir una gran cantidad de radares. Se sabe que ahora, más que nunca, la ventaja aérea de Israel es absoluta. En caso de una confrontación abierta y de gran calado contra el grupo terrorista libanés, los cielos son territorio exclusivamente israelí, y eso le da toda la ventaja.

Finalmente, el clímax de estas guerras secundarias llegó con el intercambio de fuego con Irán. Todo comenzó porque Israel eliminó a siete militares iraníes de alto rango, algunos de ellos los encargados de coordinar a Hezbolá y las demás milicias pro-iraníes en la región.

Irán contestó con un bombardeo que hasta se antojo mustio y timorato. Los daños ocasionados a Israel fueron nulos, e incluso los misiles balísticos de los ayatolas fueron derribados sin mayor problema por los sistemas de defensa aérea israelíes.

Apenas unos pocos días después, una respuesta puntual por parte de Israel tomó por sorpresa a Irán, causando destrozos limitados que dejaron bien claro el mensaje: cuando Israel se proponga atacar a Irán, el gigante persa no tendrá la capacidad para defenderse.

Terminados esos subcapítulos del gran drama que es la guerra contra Hamas, las cosas han vuelto a su verdadero campo de batalla, con Israel dando inicio al operativo final de esta guerra. Por supuesto, con la molestia del régimen de Joe Biden, que parece tener una extraña obsesión con garantizar que Hamas sobreviva e Israel no se pueda liberar de su peor enemigo.

Ante la inminencia del ataque israelí, Estados Unidos, Catar y Egipto intensificaron sus esfuerzos para lograr que Hamas aceptara un intercambio de israelíes secuestrados por terroristas encarcelados. Como de costumbre, Hamas se rehusó. Esta vez, alegando que ni siquiera puede garantizar la entrega de treinta y tres secuestrados vivos. Que muchos de ellos serían personas muertas.

Israel entonces procedió del modo más lógico: comenzó los ataques en Rafah. Muy probablemente, Hamas creyó que Estados Unidos detendría a Israel durante más tiempo, pero su cálculo falló. En consecuencia, no tuvo más alternativa que anunciar que aceptaba el arreglo.

Lamentablemente para la cúpula del grupo terrorista, a las pocas horas de que toda la prensa se regodeaba anunciando que Hamas había aceptado un cese al fuego y que ahora Israel tendría que abstenerse de atacar, se supo que el “plan de alto al fuego” aceptado por Hamas era uno que habían elaborado ellos mismos, y no el que había sido puesto sobre la mesa de discusión por Estados Unidos.

Vista la farsa, el operativo israelí se intensificó. Y visto su error, Hamas anunció que ahora sí aceptaba el plan que le habían propuesto, pero Israel notificó que ya era demasiado tarde. Así las cosas, los ataques en Rafah llevan dos días completos volviéndose más intensos.

Entonces vino la última jugada estadounidense: anunciar que no va a surtir cierto tipo de armas (sobre todo, misiles de precisión) a Israel.

La jugada llega tarde. Israel, para ese momento, ya había dado un golpe certero y muy bien pensado: antes que otra cosa, impuso su control sobre el Cruce de Rafah, que limita con Egipto. Ahora, ese cruce —del lado de Gaza— lo controla Israel.

Esto significa que Hamas va a ver significativamente limitado su acceso a provisiones y combustible, y eso es un problema serio cuando todavía le quedan unos 10 mil combatientes activos (cuatro batallones, o un poco más).

Peor aún: si el objetivo estadounidense de estorbar se logra, e Israel tiene que ir más despacio con su guerra, se comenzará a acentuar el riesgo de que las tropas de Hamas mueran de hambre o de asfixia, porque sin combustible no van a poder accionar los mecanismos de ventilación de sus túneles.

Por supuesto, en ese panorama sería muy improbable que Estados Unidos le exigiera a Israel que le devuelva a Hamas el control del Cruce de Rafah. Sería un descarado gesto de apoyo a los terroristas, y Biden sabe que los electores se lo cobrarían muy caro el próximo noviembre.

Con el contro del Cruce de Rafah, Israel tiene todas las cartas a su favor. La guerra se puede extender lo que sea, y de todos modos Hamas está ahorcado. Por supuesto, Israel prefiere terminar esto lo antes posible, y si nadie se interpone continuará con su ataque frontal, sin detenerse hasta que Hamas haya quedado destruido.

De todos modos, pase lo que pase los últimos batallones de Hamas ya quedaron totalmente aislados. El cerco es total, así que la debacle es cuestión de tiempo. Y si es más lenta, será más dolorosa y hasta cruel, y todo por culpa de los Estados Unidos.

Nuevamente, en el momento crucial Israel tomó la decisión adecuada y se posicionó en el lugar más cómodo para llevar la ventaja.

Y, nuevamente, Hamas y Biden se comportaron como novatos.


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