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sábado 08 de febrero de 2025

Irving Gatell/ La peligrosa situación de Turquía

Siria se ha convertido en el foco de atención de todos los noticieros y todos los análisis. Y no es para menos. Hay mucho en juego en el contexto de su guerra civil reactivada. Por eso se le pone poca atención a Turquía, más allá de su apoyo a varios grupos islamistas. Y Erdogan es un tema que también vale la pena analizar.

Turquía es uno de los ganadores de este conflicto, aunque lo es un tanto por accidente. Es cierto que fue Erdogan quien apoyó a varias de las milicias que se lanzaron al ataque recientemente, y que provocaron la caída del régimen de Assad, pero su posicionamiento en el Medio Oriente como nueva potencia regional se debe más a la debacle de Irán, que a méritos propios.

Turquía no tiene la capacidad de producción petrolera de los árabes, ni el nivel de innovación tecnológica de Israel, ni un imperio como el que tuvieron los ayatolas hasta antes de la caída de Assad (o de la debacle de Hezbollá). Tiene, sin embargo, una posición estratégica importante por ser el paso natural de Asia hacia Europa, y el control del Mar Egeo, ruta de salida natural desde el Mar Negro hacia el Mar Mediterráneo.

Pero tiene acaso algo peor: un dictador obsesionado con convertirse en Sultán.

Desde hace décadas, Erdogan ha movido sus fichas pacientemente para incrementar el poder regional de Turquía, y Siria ha sido uno de sus grandes laboratorios. Su ventaja siempre fue que, especialmente desde la guerra civil que asoló a ese país entre 2011 y 2019, ni siquiera Assad tenía el control de todo su territorio. Así, Turquía pudo posicionar zonas de influencia en el norte y en el noreste sirio, incluso tomando el control de algunas regiones petroleras.

Sin embargo, y para molestia de Erdogan, esos son sus límites naturales. Hacia el occidente, choca con Europa (que no ha querido incluir a Turquía en la Comunidad Europea); hacia el norte, con Rusia, con quien lleva una relación tirante y llena de fricciones; hacia el este, con Irán, imperio en pleno proceso de desmoronamiento, pero demasiado grande para que Turquía lo sustituya de la noche a la mañana; y al sur, con Israel y las monarquías sunitas.

Eso ha determinado que Erdogan opte por la estrategia de desestabilización. Es sencilla y eficaz (los qataríes lo saben bien): convertirse en una potencial fuente de problemas, y extorsionar al mundo desde la promesa de controlar esos problemas.

El detalle es que no hay que estirar demasiado la liga, y probablemente Erdogan lo haya hecho.

Su urgencia por ampliar su control sobre el norte de Siria, y continuar su guerra contra los kurdos en el este, de pronto se vieron exacerbadas al corroborar que el daño provocado por Israel a Irán y Hezbollá era mayúsculo, y que estos ya no tenían la capacidad de defender a Assad. Rusia, el otro garante del régimen sirio, tampoco estaba en buenas condiciones, pues su desgaste consecuente a la invasión de Ucrania también es enorme. Así, Erdogan se lanzó a una nueva aventura que, en principio, tuvo éxito: Assad cayó.

El detalle es que con Assad se le cayeron muchas cosas a Rusia, y son dos las que más le podrían doler. Una, que Assad le debía mucho dinero, y este ya no se va a pagar. Rusia nunca tuvo afinidades ideológicas ni con Assad ni con Irán. Se involucró en la guerra civil de Siria sólo por que le resultaba muy lucrativo, y dado que la economía rusa no andaba muy bien, a Putin le cayó de perlas invertir su apoyo militar a Siria, y luego dedicarse a cobrar esa renta que ahora se ha perdido definitivamente, y no va a recuperarse, en parte por culpa de Erdogan.

La otra pérdida rusa todavía no se consolida, y sería el puerto de Tartus, puente de enlace de Rusia para seguir adelante con sus negocios en África. Esto sería todavía peor que lo anterior, y por eso la gente de Putin ya está en negociaciones a fondo con los nuevos gobernantes de Siria para poder conservar ese puerto y una base militar cercana a Latakia.

Mientras tanto, Alexander Dugin —uno de los principales asesores y referentes ideológicos de Vladimir Putin— ya calificó a Erdogan como traidor, y sentenció que tendrá que ser castigado cuando llegue el momento adecuado.

Ese es, acaso, el mayor reto que enfrentará el presidente turco: la competencia con Rusia por la influencia regional. Irán ya no cuenta, e Israel y las monarquías sunitas están fuera de su alcance. Pero el negocio de ruta de enlace entre el este y Europa (sobre todo si se trata de petróleo y gas) es algo que Turquía puede disputarle o competirle a Rusia.

Además, ha viejas rencillas que no se olvidan. El 24 de noviembre de 2015, Turquía derribó un avión ruso y eso estuvo a punto de provocar una crisis mayúscula entre los dos países (que, seguramente, Turquía habría perdido; Rusia todavía estaba en su buen momento de poder militar, y tenía un año de haber ocupado Crimea, por lo que el territorio turco le quedaba a tiro de piedra). La situación se resolvió de un modo tan bizarro como predecible: Erdogan tuvo que ir a Moscú a pedirle perdón a Putin. Algo humillante, evidentemente, y a Erdogan no se le olvida.

Acaso ese es el principal problema que tiene ahora el aspirante a Sultán: él y el Zar se odian.

Finalmente, hay un detalle más que vuelve muy complicada la posición turca, y representa un estorbo para sus aspiraciones: el mercado. Como ya señalé, no es un gran productor de petróleo (Estados Unidos produce 820 millones de toneladas al año; Arabia Saudita, 542; Rusia, 535; los Emiratos Árabes, 192; Irán, 178; Turquía, 3), así que esa es una liga en la que prácticamente no juega. Israel tampoco, pero es uno de los países más desarrollados en innovación tecnológica, un negocio tan importante como el del petróleo. Turquía no, así que también está muy relegado en ese mercado.

Pero acaso lo más peligroso para Turquía, más allá de todos estos factores, sigue siendo Erdogan. De tanto en tanto le da por cometer imprudencias, y en una situación tan volátil como la de estos días, estas le pueden llevar a confrontarse con Rusia, o a ser sancionado por Europa y los Estados Unidos.

Difícil juego el del aspirante a sultán.

No parece que le vaya a salir bien.


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