“En un momento se me paró la vida. Pensé que estábamos volviendo a la época del nazismo. Sobre todo por la indiferencia del mundo”.
Eso sintió Giza Alterwajn el 7 de octubre de 2023, cuando escuchó las noticias.
“Tenía miedo. Obvio, inseguridad. Miedo por mis hijos y por mis nietos. Sobre todo por ellos porque yo, a mis 84 años, ya como que decimos: ‘del cordón, ya queda poco’, pero ellos…”.
Quizás su nombre no sea tan conocido como su apodo: ‘la niña de la maleta’. Y aunque su mirada puede parecer tierna ahora, tantos años después de que su vida comenzara, no es la mirada de una niña sino la de una mujer adulta que lo ha vivido absolutamente todo, y que sigue dispuesta a alzar la voz para contarlo.
“Nadie que haya pasado por la Shoá puede quedar intacta psíquicamente”
Eso le explica Alterwajn al reportero de un medio que, como Enlace Judío, ha venido hoy a su encuentro, en un evento comunitario en la CDMX. Alterwajn habla con un acento uruguayo muy típico. En ese país creció tras ser recibida junto con algunos familiares al término de la Segunda Guerra Mundial.
“Pero tú me dirás: ‘yo, a esta señora, la veo normal, como cualquiera de nosotros’, pero no es así”. Y no. De normal hay poco en ella. Comenzando por la impecable lucidez de su mente, por su férreo compromiso ético con la verdad y con la justicia, por la firmeza y simplicidad de su mensaje y por el cálido brillo de su voz, con la que enuncia hechos de sombra y de luz con la certeza de un cronista.
Cuando era apenas una bebé, los padres de Gina tomaron una decisión difícil: dársela a alguien para que, oculta en una maleta, la sacara del gueto de Varsovia y consiguiera alguna familia cristiana que quisiera adoptarla. Estaban seguros de que esa sería la única oportunidad de la pequeña y no se equivocaban.
La madre biológica de Giza sería de las primeras en morir en Treblinka, en las cámaras de gas, mientras que su padre lo haría en Auschwitz, irónicamente cuando el campo ya había sido liberado por los aliados, por comer después de tanta hambruna,
Giza, en cambio, fue acogida por una familia que la hizo pasar como una bebé adoptiva ordinaria, para lo cual consiguió documentos falsos que acreditaran su origen no judío. La historia podía haber terminado trágicamente:
La portera del edificio donde vivía aquel matrimonio, al ver llegar a la bebé, corrió a denunciar a la policía.
“La señora no está embarazada y, de la noche a la mañana, aparece un bebé morocho de ojos negros: una típica judía”, narra Alterwajn y explica que, alertados por un contacto en la policía, sus padres adoptivos tuvieron tiempo de reunir todos los documentos que avalaban la adopción. De lo contrario, habrían enfrentado una muerte segura, igual que la pequeña.
Mientras la pequeña Giza era criada como una niña polaca, sus tíos, la hermana de su madre y su esposo, vivían ocultos en la casa de otra familia cristiana, detrás de una pared falsa. Dos realidades completamente distintas que hacen que Alterwajn, tanto tiempo después, diga que, dentro de la tragedia de su vida, fue muy afortunada.
“Porque fui a caer dentro de un hogar, de una familia que cualquiera de nosotros quisiera que fuera su familia biológica. Define: ¿qué familiar cercano te busca por el mundo durante 65 años? Nadie. Danusia Gailkowa me buscó durante 65 años. Eso no lo hace cualquiera. Eso lo hacen unos seres elegidos. Desde sus padres, hasta ella y hasta sus descendientes, que estamos en contacto hasta hoy en día…”
Se refiere a su hermana adoptiva, una partisana que luchó contra los nazis durante la guerra y que no paró hasta dar con quien había sido esa pequeña niña, criada como su hermana por sus padres.
Yo no hablaba
A Uruguay, Alterwajn llegó de niña y se quedó toda la vida. Ahí se casó. Ahí tuvo hijos y nietos. Pero también ahí entendió tempranamente que el odio hacia los judíos no había terminado con el nazismo.
“Como era común de la mayoría de los sobrevivientes, yo no hablaba. No conocía ni quería conocer mi pasado. Ni le preguntaba a mis familiares con los que vivía, que son los que me llevaron después de la guerra”. Pero eventualmente conocería cada detalle y entendería que hay cosas que no pueden guardarse en una maleta.
“Hace muchos años, en un Yom HaShoá, en Uruguay, yo escuché unas palabras que me quedaron grabadas y, hoy en día, después del 7 de octubre, son perfectamente actuales: ‘lo opuesto al bien no es el mal: es la indiferencia. Lo opuesto a la vida no es la muerte: es la indiferencia’. Y eso es lo que vemos hoy en día”.
El 7 de octubre vino a recordarle a Alterwajn que el odio hacia el pueblo judío es perenne.
“La judeofobia siempre existió en el mundo. Después de la guerra, como hubo un mea culpa, trataron de disfrazarla, de no volcarse, de no identificarse como judeofóbicos. Ahora, después del 7 de octubre, se sacaron la máscara, y lo dicen abiertamente y hay manifestaciones…
“Ojo, yo estoy completamente de acuerdo que debe existir un Estado palestino al lado del Estado judío, desde el momento en que las Naciones Unidas lo decidieron (que los árabes se negaron), pero no puede ser que estén gobernados por terroristas que no le dan valor a la vida”.
Cada vez quedan menos supervivientes de la Shoá
¿Qué pasará cuando no haya uno solo vivo para enfrentarse con los negacionistas? La pregunta la reciente Giza como una lluvia de hielo, pero no tarda en reponerse para contestar con una anécdota:
“Cuando estudiaba en el liceo, “en una clase de Historia Universal, el profesor, cuando llegó la etapa de la Segunda Guerra Mundial, nombró la época del nazismo, y un compañero mío se levantó y gritó: ‘¡Profesor, profesor, eso es mentira! Eso es lo que inventaron los judíos’.”
Así pues, Alterwajn sabe que no hay que esperar a que los sobrevivientes mueran para que los idiotas alcen la voz nuevamente. Lo han hecho desde el mero principio y seguramente lo seguirán haciendo. En aquel entonces, cuando era apenas una adolescente, no pudo responder a aquel imbécil:
“Yo no hablaba. Yo no podía levantarme y confrontarlo porque yo tenía la maleta. Pero lo único que reaccioné fue levantarme de la silla y llorar”. Hoy, sin embargo, da conferencias y pláticas para ofrecer su historia como testimonio de aquel episodio de barbarie que la muy civilizada Europa vivió a mediados del siglo pasado.
Deshacerse de las maletas
“Yo tengo un sueño. Que no haya más terrorismo, que no haya más guerra, de ninguna especie de guerras (…), que haya más empatía entre uno y otro, y que todos seamos iguales sin depender de nuestra raza, de nuestro color de piel, de nuestra identidad”. Así de simple es el mensaje de una mujer que, sin embargo, parece proclive a pensar que su sueño no podrá hacerse realidad muy pronto.
Quizá sea porque llegó el 7 de octubre a arrebatarle toda ilusión, o porque en marzo de ese mismo año murió su esposo, compañero de vida con quien compartió 65 años, “un hombre impresionante”.

Giza Alterwajn saludando a la embajadora de Polonia en México. “Es un honor conocerla” responde la embajadora
Tampoco cuenta con el recurso de Dios, al que los creyentes se arriman en busca de esperanza en tiempos difíciles. Ella no cree en Dios.
Para ella la existencia es “una duda eterna”. Por eso no sabe qué responderle a aquellos que le dicen que fue Dios quien decidió que ella sobreviviera, y que lo hizo para que pudiera contar lo que le ocurrió. Les dice que esa “es una respuesta para los creyentes, no para mí.
“Eso sí, me siento identificada con el pueblo judío. Soy parte del pueblo judío. No quiero que el pueblo judío se diluya, quiero ver la continuidad del pueblo judíos, pero para mí, somos todo el mundo iguales”.
Pero iguales no, al fin, porque sobre los terroristas tiene una opinión bien concreta:
“No son personas”. Solo así se explica que prefieran la muerte sobre la vida, que la vida no signifique nada para ellos. No se puede dialogar ni alcanzar consensos con gente que prefiere la muerte que la vida, asegura. “Desgraciadamente, hoy día el mundo está gobernado por los extremos, tanto de un lado como de otro, entonces es realmente difícil llegar a una paz compartida con todos los países”.
Nuestra conversación está llegando a su fin. Ya casi es tiempo de que esta mujer asombrosa se levante y se dirija a un público ansioso por escuchar su mensaje. Pero todavía hay tiempo de que nos regale un par de latigazos de luz. Esas historias, esas verdades que solo quienes han pasado por lo peor pueden contarnos.
“En octubre del ’23, yo me cerré, no quise tener contacto con nadie, no quise dar ni charlas ni ver a nadie y estuve encerrada. A los cuatro meses me llama un comunicador, locutor de radio muy famoso en el Uruguay, que lo escucha todo el país, y me pidió que yo sea la oradora de ese día, de esa entrevista (sobre) cómo yo sentía el 7 de octubre.
“Yo no estaba preparada emocionalmente para enfrentarme a un micrófono cuando yo no salía de casa. Pero me di cuenta que mi deber como judía era ir, y fue mi primera salida de casa. Y fue impresionante la audiencia, impresionante la recepción a nivel de todo país, y la cantidad de mensajes de desconocimiento y de recién conocer lo que fue la Shoá, fue a través de ese día, de ese momento, y ese fue el momento que, dado mi situación personal y el 7 de octubre, se juntaron las dos cosas fatídicas y para mí, hasta llegó un momento que no sabía ni dónde vivía ni dónde estaba, durante dos horas no podía tener memoria ni consciencia, me afectó como nunca”.
De su vida como activista destaca, como momentos positivos, los que ha vivido con jóvenes de entre 15 y 18 años que la han ido a escuchar. Jóvenes que nunca habían visto a una persona judía o que no conocían la historia de la Shoá. Después de una de esas charlas, en un colegio católico para chicos “muy humildes”, recibió una carretada de mensajes: “me escribían que ellos me iban a cuidar el resto de mi vida”.
Apenas queda tiempo para hacerle una última pregunta. Una que la tomará por sorpresa pero de la que sabrá salir airosa, como siempre:
—¿Qué le dirías a la niña de la maleta?
—Que no tenga maleta. Que aprenda a vivir la vida desde el comienzo y que trate de asimilar todo lo que la vida te da, paso a paso.
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