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IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO

La conquista de Canaán

Enlace Judío México | No existe evidencia arqueológica alguna de que un grupo identificado como “israelitas” haya conquistado militarmente Canaán.

Existe evidencia de cierto nivel de violencia en algunos casos puntuales, pero ésta se reduce más a los ataques de los antiguos Aviru, que a un proyecto de conquista del territorio por parte de una nación claramente dedicada a ello.

En realidad, la evidencia sostiene que la presencia de los grupos semitas que pueden considerarse ancestros de los posteriores israelitas se dio más por una migración paulatina, que por una irrupción militar repentina.

¿Desmantela esto la “historicidad” en la narrativa del Éxodo?

No, si entendemos cómo se aborda la historicidad de este tema. Como ya hemos visto en notas anteriores, el relato que tenemos en la Biblia es una magnífica construcción narrativa en donde se fusionan episodios que, históricamente, se dieron en diferentes momentos, pero que fueron determinantes para la paulatina evolución y redefinición de la identidad de los grupos semita-cananeos que a veces fueron llamados Aviru (Hebreos), o en otras circunstancias fueron conocidos como Hiksos.

Como ya hemos visto, la idea fundamental para entender lo complejo que fue ese proceso es entender que a partir de las conquistas de Tutmosis I (a finales del siglo XVI AEC), los grupos de semitas y cananeos establecidos en Canaán pasaron a ser parte integral del reino Egipcio, al punto que dejaron de ser considerados extranjeros.

Por ello, un milenio después, cuando todos estos eventos ya estaban muy lejos -cronológicamente hablando- y además había necesidades más relevantes para el antiguo Israel, que estaba regresando del exilio en Babilonia, las crónicas de la conquista de Canaán se integraron al relato del Éxodo.

¿Cuál conquista de Canaán?

La egipcia, naturalmente. En esos momentos históricos, no hubo otra más que la de los faraones, que se dividió en dos etapas: en la primera, bajo la autoridad de Tutmosis I, se conquistó el territorio, situación que se extendió durante un poco más de siglo y medio, hasta el reinado de Akhenatón. Dadas sus deficientes cualidades como administrador, fue hacia mediados del siglo XIV AEC que el control egipcio sobre Canaán se vino abajo, y hubo que esperar unos ochenta años para que se diera la segunda etapa de dominio sobre este territorio vecino, esta vez bajo el liderazgo de Ramsés II. Dicho dominio se extendió todavía durante el reinado de su hijo Meremptah, después de lo cual empezó el paulatino pero también definitivo colapso del poderío egipcio, y finalmente Canaán volvió a ser una zona independiente durante cerca de cinco siglos, hasta la invasión de los asirios.

Aquí el dato relevante es que Ramsés II -lo mismo que los demás faraones de las dinastías XIX y XX) eran de origen semita, lo que corrobora que para ese momento tanto semitas como cananeos habían dejado de ser vistos como “extranjeros”. Tres siglos atrás, cuando faraones del mismo origen que Ramsés gobernaron Egipto, fueron llamados Hiksos -reyes extranjeros-. Pero después de que Tutmosis I había integrado Canaán a la esfera de dominio egipcio, la situación evolucionó.

¿De qué se trata el Éxodo? No sólo de la “huida” de Egipto de un grupo semita, sino también de la conquista de Canaán por parte de este mismo grupo semita, cuyo líder fue un príncipe egipcio pero de origen semita.

Y lo cierto es que la conquista de Canaán en el siglo XIV AEC fue obra de las tropas al servicio de un faraón egipcio de origen semita.

Lo importante para entender el vínculo entre esta conquista egipcia y el posterior relato bíblico, es tener bien en claro un punto que la posterior construcción narrativa de la memoria histórica israelita no tuvo necesidad de tomar en cuenta, debido a los cambios radicales de contexto: para estos momentos -siglos XV al XII AEC-, la inserción de los grupos semitas en la sociedad egipcio era profunda, casi total. Canaán se había convertido en una extensión de Egipto, aunque todo parece indicar que los cananeos habían sido reducidos a pueblos vasallos, mientras que los semitas se habían logrado integrar como “egipcios” en un nivel de mayor y mejor asimilación.

Por hacer una comparación con situaciones modernas que tenemos más a la mano, sería como hablar de una saga de aventuras protagonizadas por hispanos nacidos, crecidos y educados en los Estados Unidos, pero luego reubicados en algún país latinoamericano con el que tuvieran parentescos directos. Un milenio después, se podría escribir una recopilación de esta saga en donde estos personajes todo el tiempo conservaran una plena identidad hispana -lo cual sería perfectamente correcto desde cierto punto de vista-, y se olvidara que sus aventuras fueron, en realidad, hechas por estadounidenses, porque ellos mismos eran estadounidenses -algo también perfectamente correcto desde otro punto de vista-.

Entendiendo esto, es fácil admitir la posibilidad de que la conquista de Canaán por parte de las tropas de Ramsés II haya resultado benéfica para muchos grupos semitas previamente establecidos allí -y que preservaban la memoria histórica de la etapa de los Hiksos-, en detrimento de las tribus cananeas que fueron reducidas a servidumbre.

Dicho dominio sobre Canaán no fue muy extenso: entre Ramsés II y su hijo Meremptah estamos hablando de casi ochenta años de gobierno egipcio, y fue justo hacia el final de este último que empezó el fin del poderío de la que había sido la más grande civilización después de los Sumerios.

Durante los últimos años del reinado de Meremptah, empezaron las invasiones de los llamados Pueblos del Mar. Egipto los logró contener para que no entraran a su territorio principal, pero no lograron evitar el establecimiento de los Filisteos en la actual costa de Gaza, al occidente de Canaán.

Digamos que, en ese sentido, los egipcios corrieron con suerte, y la invasión de los Pueblos del Mar sólo representó la pérdida de su poder en Canaán. Sus aliados y socios del norte -los poderosos Hititas- sucumbieron totalmente y se desmoronaron por completo, quedando enterrados y olvidados por la Historia hasta apenas hace un poco más de un siglo.

¿Qué sucedió en Canaán después del colapso del poder egipcio? Nada nuevo: cananeos y semitas regresaron al modo de organización política que durante más de un milenio le había sentado cómodo a los antiguos Hebreos o Aviru, basado en Ciudades-Estado autónomas que lo mismo integraban alianzas que se enfrascaban en pleitos unas con otras.

Todo ello está, a su modo, perfectamente registrado en el texto bíblico: la conquista de Canaán nunca es un proceso acabado, sino que las naciones cananeas sobreviven durante varios siglos más, y no se llega a establecer una unificación política del territorio. Durante varios siglos, el liderazgo es meramente regional y a cargo de caudillos identificados como “jueces”, con períodos de auge o debilidad para los semitas identificados como “israelitas”.

Con una precisión notable, es en este contexto que los Filisteos aparecen por primera vez como grandes enemigos de Israel en la Biblia (especialmente en la saga de Sansón).

La pregunta obligada: ¿por qué la memoria histórica de las hazañas egipcias -la conquista de Canaán en tiempos de Ramsés II- fue preservada por los posteriores israelitas?

La única explicación razonable es que muchos descendientes de los “egipcios” que debieron establecerse en Canaán después de la conquista, siendo semitas debieron permanecer allí aún después del colapso del dominio egipcio, preservando sus propias memorias como “descendientes de los que conquistaron Canaán”. Durante todo el período que la Biblia identifica como el de los Jueces, sus afinidades étnicas, lingüísticas y tal vez hasta religiosas, debieron llevarles a identificarse con los otros grupos semitas ya establecidos allí y que luego se integraron en lo que vino a llamarse Israel. De ese modo, sus propios recuerdos colectivos pasaron a ser parte integral de la memoria histórica de los últimos Hebreos.

Dichas integraciones no debieron ser accidentales o fortuitas. Lo más seguro es que hubiera un contacto constante -sobre todo de tipo comercial- entre los diferentes grupos semitas de la zona (recuérdese que estamos hablando de una cantidad sorprendentemente reducida de terreno físico; apenas si se puede creer que tanta Historia aconteciera tan sólo allí). Por ello, debió existir una idea de parentesco bastante extendida en la zona.

Es muy probable que esta sea la base histórica para la idea de las “doce tribus” de Israel.

Aunque el relato bíblico es -por decirlo de un modo- “simplista” en el sentido de presentar el origen de estas tribus de un modo muy sencillo (doce hijos de Yaacov, y cada uno engendra una tribu), hay ciertos datos a lo largo del texto bíblico que nos muestran que el panorama fue más complejo que eso.

Lo curioso es esto: aún en la Biblia las doce tribus están divididas perfectamente en cuatro, tomando en cuenta quiénes fueron las madres de cada patriarca. Así, tenemos que las tribus de Reuven, Simeón, Levi, Yehudá, Isajar y Zebulún descienden de Leah, la primera esposa de Yaacov. Luego, Yosef y Biniamín descienden de Rajel. Dan y Neftalí vienen de Bilha, sierva de Rajel, y Gad y Asher vienen de Zilpa, sierva de Leah. Entonces, nótese cómo existe una conciencia clara de un grupo mayoritario -el de Leah- en contraste con uno minoritario -el de Rajel-, y por el otro lado la conciencia de dos grupos descendientes de mujeres “libres” -Rajel y Leah-, mientras que por el otro lado están los que descienden de “siervas” -Bilha y Zilpa-.

Hay más: en la narrativa bíblica se preserva la memoria de una lucha por el poder, siempre relacionada con los hijos de Leah. Si nos atenemos a la tradición, a Reuven le correspondía la primacía por ser el primogénito, pero la Torá explica que por haber deshonrado “el lecho de su padre” al acostarse con una de sus concubinas, perdió este privilegio, cuyos derechos no recayeron en Simeón y Levi por su conducta violenta en el caso de los pobladores de Shejem, a quienes masacraron después de deshonrar a su hermana Dina. Por ello, para la lógica bíblica la primogenitura y sus derechos finalmente recaen en Yehudá.

Sin embargo, Levi preservó la herencia del liderazgo espiritual según el texto bíblico, y por ello fue la tribu de la cual D-os levantó el linaje sacerdotal.

Entonces, está claro que el bloque de hijos -y tribus- de Leah es el bloque de poder según la memoria histórica del antiguo Israel. Es el bloque de Moisés, por cierto, Levita según la Torá, y que por orden de D-os designa a Aarón como primer Sumo Sacerdote de Israel. Es el bloque que siglos más tarde, hacia el año 1000 AEC, va a imponer el dominio político por medio del Linaje de David, de la tribu de Yehudá.

Dicho poder siempre tuvo una oposición, a veces sutil, a veces abierta: el de las tribus de Yosef. En el relato bíblico, es un príncipe de Efraim quien está al frente de la rebelión que, tras la muerte de Salomón, dividió al Reino en dos.

Tiene lógica: Yosef es un personaje de poder en el Génesis, y aquí hay que recordar que si entendemos su historia en su contexto original, se trata de un Avir (Hebreo) que se convirtió en Hikso (“gobernante extranjero”, un siglo antes de que Egipto conquistar a los semitas de Canaán y, por lo tanto, todavía visto como alguien ajeno a la cultura egipcia).

¿Podría sugerirnos este detalle que los hijos de Rajel -Yosef y Biniamín, y por extensión del primero las tribus de Efraim y Menashé- son la forma en la que la Biblia preservó la identidad de los descendientes de los Hiksos?

Estaríamos hablando de poderosos señores Hebreos venidos a menos, y al respecto hay una coincidencia notable: históricamente hablando, los Hebreos más poderosos en el período previo a la asimilación a Egipto fueron los Hiksos. Y en el relato bíblico, el Hebreo más poderoso fue -precisamente- el que se nos presenta como Hikso: Yosef, superado en poder sólo por el faraón.

Después de la conquista de Canaán y tras el período de reinado de Saúl, David y Salomón, Israel se dividió en dos reinos, y -como ya se mencionó- fueron las tribus vinculadas con Yosef las que pusieron bajo cuestionamiento la legitimidad del Linaje de David para gobernar.

Incluso, lo que sabemos históricamente es que entre los siglos IX y VIII AEC, el Reino de Samaria fue notablemente más poderoso y rico que el de Judá. No sería de extrañar: podría tratarse de la descendencia de los antiguos Hiksos, gente de poder y altos vuelos políticos, que siempre habrían representado una poderosa oposición al grupo egipcio de Moisés (es decir, los llegados después de la muerte de Akhenatón, un siglo después de la derrota de los Hiksos).

Hebreos nacidos para gobernar pero derrotados y expulsados por los egipcios, contra Hebreos nacidos para gobernar pero asimilados y educados por los mismos egipcios, aunque siglo y medio después.

Ese podría ser el origen de las tensiones políticas que llevaron al antiguo Israel a dividirse en dos reinos.

Finalmente, y casi como un apéndice, las cuatro tribus descendientes de las mujeres esclavas, que no son otra cosa que los Hebreos que no tuvieron parte directa en estas luchas de poder entre los dos grupos que en Egipto sí saborearon las mieles de la alta política.

Tiene una similitud interesante con los procesos históricos que hemos detectado: el Israel que se estableció como monarquía a partir del siglo X AEC fue la fusión de cuatro diferentes grupos de Hebreos: por una parte, los que siempre estuvieron en Canaán, de origen semita-cananeo; luego, los descendientes de los Hiksos derrotados, gente que durante un siglo fue la aristocracia en Egipto, pero que tuvo que huir exiliada tras ser vencidos por Ahmosis I; después, los que llegaron con Moisés durante la época de crisis tras la muerte de Akhenatón, y que seguramente fue el grupo más grande y mejor organizado; finalmente, los descendientes de aquellos que regresaron a establecerse en Canaán después de la reconquista de Ramsés II.

Paulatinamente, los grupos fueron tomando su posición natural: los que venían con el antecedente de haber ejercido el poder -o cierto tipo de poder- en Egipto, pronto entraron en confrontación (a veces amable, a veces violenta). Los que simplemente acompañaban a los demás, sin ninguna pretensión aristocrática o política, simplemente haciendo lo suyo.

Eso también nos puede explicar por qué en el texto bíblico se trata de un modo tan diferente a los hijos de Yaacov. Por ejemplo, cuando el último gran patriarca está muriendo y hace sus profecías finales sobre el destino de sus hijos, a Yehudá -del grupo egipcio de Moisés- le dice todo esto:

“Yehudá, te alabarán tus hermanos; tu mano en el cuello de tus enemigos. Los hijos de tu padre se inclinarán ante ti. Cachorro de león, Yehudá. De la presa subiste, hijo mío. Se encorvó, se echó como león. Así como león viejo. ¿Quién lo despertará? No será quitado el cetro de Yehudá, hasta que venga Shiló. Y a él se congregarán los pueblos. Atando a la vid su asno, y a la cepa el hijo de su asna, lavó en el vino su vestido y en la sangre de uvas su manto. Sus ojos, rojos del vino, y sus dientes blancos como la leche” (Génesis 49:8-12).

En cambio, a Asher -del grupo de descendientes de las “esclavas”- apenas le dice “el pan de Asher será substancioso, y él dará deleite al rey” (Génesis 49:20), dejando más que clara su condición de “pueblo” e incluso de “siervo”.

A Yosef le dedica palabras interesantes, que vistas en perspectiva sugieren el vínculo con el pasado Hikso:

“Rama fructífera es Yosef. Rama fructífera junto a una fuente, cuyos vástagos se extienden sobre el muro. Le causaron amargura, le asaetearon, y le aborrecieron los arqueros. Mas su arco se mantuvo poderoso, y los brazos de sus manos se fortalecieron. Por las manos del Fuerte de Yaacov (por el Nombre del Pastor, la Roca de Israel), por el D-os de tu padre, el cual te ayudará, por el D-os Omnipotente, el cual te bendecirá con bendiciones de los cielos de arriba, con bendiciones del abismo que está abajo, con bendiciones de los pechos y del vientre. Las bendiciones de tu padre fueron mayores que las bendiciones de mis progenitores; hasta el término de los collados eternos, serán sobre la cabeza de Yosef, y sobre la frente del que fue apartado de entre sus hermanos” (Génesis 49:22-26).

Si bien es un tema que merece estudio aparte, lo cierto es que muchos detalles del Tanaj en general son un claro vestigio de lo complejo que fue el origen de Israel. Respecto a su vínculo con Egipto, es evidente que todavía hacia el siglo I EC se conocía más o menos bien esa parte de la Historia -hoy prácticamente olvidada-, al punto que Celso, en uno de sus trabajos, se refiere al Éxodo bíblico como un problema -literalmente- entre egipcios.

Estamos llegando al final de toda esta reflexión sobre la historicidad del Éxodo. En los últimos cinco artículos, hemos hecho una somera reconstrucción de diferentes aspectos, a partir de todo lo analizado en las notas anteriores.

En la próxima y última nota de esta serie, haremos una reseña final en orden cronológico para redondear lo visto hasta acá.