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IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO

Enlace Judío México | Ya empezamos, en la nota anterior, a hablar de lo que es la memoria histórica, un fenómeno que puede parecernos extraño, pero que en realidad se comporta exactamente igual que la memoria individual.

En sus reflexiones sobre el Éxodo, el arqueólogo estadounidense William Dever ha señalado un detalle de la mayor relevancia respecto a la memoria histórica de cualquier pueblo o de cualquier relato: para la investigación arqueológica, no sólo es importante lo que está compilado en una memoria histórica (como el relato del Éxodo, por ejemplo), sino también lo que no está allí.

En otras palabras, es tan importante LO QUE SE RECUERDA como LO QUE SE OLVIDÓ.

Pongamos un ejemplo: supongamos que yo le pregunto a usted cuáles han sido sus vacaciones más encantadoras en toda la vida, y me responde que un crucero de 20 días en el mar Caribe con toda su familia. Supongamos ahora que le pido que anote TODO lo que recuerda de ese crucero. Tal y como señalamos en la nota anterior, su relato se va a nutrir de tres fuentes distintas: lo que usted recuerda directamente, lo que otros recuerdan directamente (en este caso, su cónyuge y sus hijos), y lo que puede reconstruir a partir de cierto tipo de registros (en este caso, fotos y videos). Es muy probable que, en realidad, muchos detalles recuperados de fotos, videos, y lo que su cónyuge e hijos cuentan, USTED REALMENTE NO LOS RECUERDE, pero de todos modos SON PARTE DE SU MEMORIA (colectiva, en este caso, porque involucra a toda la familia).

De todos modos, puedo asegurarle una cosa: de esas maravillosas vacaciones de 20 días, en términos estrictos usted no va a poder recrear ni siquiera dos días completos en total. Probablemente, ni siquiera uno. Me refiero a esto: supongamos que durante 18 de los 20 días usted dedicó 3 horas diarias a jugar en el casino del Crucero. Eso significa que le dedicó 54 horas a esos juegos. Usted me podrá contar, por ejemplo, la ocasión en la que obtuvo un jugoso premio. Pero su relato apenas si va a referir la información del momento crucial. Muy factiblemente, las -digamos- dos horas previas sólo serán resumidas en un lacónico “estuve jugando dos horas…”, sin NINGUNA RECONSTRUCCIÓN de los hechos. Entonces, una sesión de tres horas quedará resumida a esa frase y al relato de los tres minutos críticos en los que ganó su jugoso premio.

Y así sucesivamente. Por eso le digo: no va a poder reconstruir, íntegramente, esos 20 días de sus más maravillosas vacaciones. Apenas unas horas en total.

Vamos más lejos con el ejemplo: ahora supongamos que yo lo invito a ver los videos recuperados del sistema de vigilancia por circuito cerrado del Crucero, ya que allí hemos detectado diversos momentos en los que usted aparece, que acumulan un total de unas 8 o 9 horas durante esos 20 días.

La abrumadora mayoría de los momentos en los que usted aparece van a ser situaciones de lo más rudimentario y cotidiano: su paso por alguno de los corredores, su ingreso a su camarote, algunos minutos haciendo fila en la taquilla del casino, etc. Momentos que usted puede reconstruir porque SABE que sucedieron, pero no porque necesariamente LOS RECUERDE.

Incluso, es probable que en un momento dado usted mismo se vea haciendo algo que DEFINITIVAMENTE OLVIDÓ, o que gracias al video pueda percibir algo que sucedió junto a usted, pero de lo que EN ESE MOMENTO NO SE DIO CUENTA.

Sería un ejercicio divertido: sus mejores vacaciones vistas desde una óptica radicalmente distinta a la suya y la de su familia. O podría ser sumamente desconcertante, si usted está aferrado a ciertas ideas sobre esas vacaciones. Pero una cosa es definitiva: al comparar toda esta información, usted podría ampliar su propia memoria personal y familiar sobre esas vacaciones, gracias a una fuente de información que le permitió entrar en contacto con algo que había olvidado, o con algo que no percibió.

Así funciona la arqueología: es una disciplina que trabaja con registros que reflejan momentos y circunstancias cualquiera, que probablemente NO ESTÉN REGISTRADOS EN NINGUNA MEMORIA HISTÓRICA (como lo podría ser el Éxodo).

Y es que un arqueólogo no puede escoger lo que va a encontrar. Puede escoger lo que quiere buscar, pero al final del día se va a topar con lo que está enterrado, exactamente como podría pasarle a usted si quisiera ver otra vez el momento en que ganó su jugoso premio en el casino del Crucero, y para ello pidiera los videos de seguridad: el hecho de que haya sido un momento maravilloso para usted no significa que los videos lo hayan grabado. Sólo significa que fue… maravilloso para usted, y los videos grabaron sólo lo que pudieron grabar.

Regresemos al Éxodo: se trata de un relato construido y preservado por la memoria histórica del pueblo judío. Pero tiene una característica especial: sus principales eventos ocurren en Egipto. Entonces, el arqueólogo interesado en el Éxodo tiene que buscar la evidencia en un territorio DISTINTO, perteneciente a OTRA CULTURA, que tuvo SU PROPIA MEMORIA CULTURAL.

Peor aún: el arqueólogo no nada más desentierra cosas relacionadas con la memoria cultural (egipcia o israelita), sino que desentierra lo que se encuentra. Entonces, INEVITABLEMENTE, se topa con muchos elementos que LA MEMORIA HISTÓRICA SIMPLEMENTE OLVIDÓ.

Esa es la complejidad implícita en el estudio arqueológico e histórico del Éxodo, y tal y como Dever lo señala correctamente, se tiene que hacer el esfuerzo para visualizar -a partir de la información que obtenemos tanto del relato y la memoria histórica, como de la evidencia arqueológica recuperada- qué es lo que se recuerda, pero también qué es lo que se olvidó.

Sólo en la medida en la que ampliemos nuestra perspectiva podremos reconstruir QUÉ FUE LO QUE SUCEDIÓ, en términos históricos.

Ahora, hagamos un breve listado de lo que, en términos prácticos, significa todo lo que hemos explicado, contrastando lo que tenemos en la memoria histórica de la narrativa israelita (preservada en el relato del Éxodo), y lo que se ha podido descubrir gracias a la arqueología, poniendo especial énfasis en los aspectos donde la información es disímil.

1.El pueblo hebreo

En la narrativa bíblica -la memoria histórica del antiguo Israel-, el origen del pueblo hebreo parece relativamente sencillo: tres patriarcas -Abraham, Itzjak y Yaacov- pasan del nomadismo a la vida sedentaria, y el último de ellos se establece en Egipto con sus doce hijos y demás descendientes. Según el Éxodo, el grupo se hizo allí “fuerte y numeroso”.

Los descubrimientos arqueológicos respecto al origen del pueblo hebreo son totalmente imprecisos. Está sobradamente demostrado que entre los siglos XVIII y XIII AEC, los flujos migratorios de grupos semitas hacia Egipto -de ida y de vuelta- fueron comunes, así que ese detalle de la narrativa bíblica encaja bien con la evidencia. Sin embargo, ninguno de los grupos referidos en los registros egipcios ha podido ser identificado inequívocamente como el pueblo hebreo.

Se barajan dos opciones: muchos registros egipcios hablan de los ABIRU, y se ha señalado que podría haber una relación etimológica entre ABIRU e IVRI. Sin embargo, el término ABIRU no se usa para referirse a un pueblo, sino más bien a CIERTO TIPO DE GENTE: nómadas marginales y de hábitos violentos y rapaces. Vale la pena señalar que no sólo se mencionan en Egipto, sino también en todas las culturas mesopotámicas -Sumerios, Asirios, Babilonios-, e incluso en las culturas iranias previas a los Persas.

La otra alternativa son los Hiksos, que ofrece problemáticas similares, ya que la palabra tampoco designa a un grupo identificable como “nación”, sino simplemente a “extranjeros”, lo mismo semitas que cananeos.

Su presencia en Egipto está claramente demostrada entre los siglos XVII y XVI AEC, cuando tomaron el poder en la zona norte y establecieron su capital en la ciudad de Avaris (nombre también relacionado etimológicamente con IVRIM). Derrotados por el Faraón Ahmosis, fueron exiliados del país y se trasladaron a Canaán. A partir de ese momento, no se les vuelve a mencionar.

2.Esclavitud y liberación

Según el relato bíblico, los israelitas fuimos esclavizados por un Faraón “que no conocía a Yosef”, y esta condición duró más de 200 años hasta que, guiados por Moisés, fuimos liberados de una manera prodigiosa. Con ello, empezó un lento proceso para que el pueblo de Israel regresase a Canaán.

Se tienen registros arqueológicos bien verificados de que los egipcios llegaron a esclavizar a algunos Abiru, y se acepta la probabilidad de que también algunos Hiksos hayan corrido esa suerte. La posibilidad de un escape masivo de esclavos no es inverosímil si tomamos en cuenta que Egipto pasó por etapas de fuerte inestabilidad en esas épocas, pero eso no evita que haya severos problemas para la datación factible del Éxodo.

Tradicionalmente, se ha identificado a Ramsés II como el Faraón del relato bíblico. Hoy en día sabemos que dicha identificación es imposible. En primer lugar, el texto bíblico señala claramente al Faraón como alguien totalmente ajeno y hasta antagónico al pueblo de Israel. Ramsés II, en realidad, fue un Faraón de origen semita, probable descendiente de Hiksos. Eso, en realidad, lo habría colocado del lado de los israelitas.

En segundo lugar, el abuelo y el padre de Ramsés II (Ramsés I y Sethi I) y su hijo (Meremptah) consolidaron el dominio egipcio en Canaán e incluso más al norte (en el actual territorio libanés), de tal modo que resulta absurdo imaginar el Éxodo en ese momento: sería una épica hazaña de un grupo de esclavos que huyen de Egipto para llegar a un lugar… dominado por Egipto.

No tiene sentido. En consecuencia, es obvio que el Éxodo debe ubicarse más atrás (y eso es lo que refuerza la hipótesis de los Hiksos como el antiguo Israel).

3.La conquista de Canaán

Según el texto bíblico, los israelitas vagaron en el desierto de Sinai por 40 años, y finalmente llegaron a Canaán para conquistar el territorio.

Aquí es donde radica el problema más interesante: la arqueología moderna ha demostrado sin problemas que, efectivamente, grupos semitas regresaron desde Egipto hacia Canaán, pero no hay evidencia alguna de que hayan conquistado todo el territorio de manera violenta. Hay vestigios de algunas batallas, pero no en la proporción que refiere el texto bíblico.

Lo que sí existe es un extenso registro de las actividades militares egipcias en Canaán, en la época de la XIX Dinastía (justamente, la de Ramsés I, Sethi I, Ramsés II y Meremptah). En apariencia, es información que complica el panorama general.

Estas tres ideas generales marcan los tópicos relevantes del tema: el origen del pueblo hebreo, el fenómeno del Éxodo como tal (esclavitud y liberación), y el regreso a Canaán para fundar el antiguo Reino de Israel.

En los próximos artículos, analizaremos uno por uno cada tema, procurando evitar los excesos fáciles en este tema en concreto, que son dos en términos generales: las “demostraciones” felices de que el Éxodo fue un evento histórico, y las “demostraciones concluyentes” de que sólo es un mito.

¿Cuál es el problema con las demostraciones felices del Éxodo como verdad histórica? Es cierto que hay evidencia de que un grupo semita-cananeo estuvo esclavizado en Egipto; también hay evidencia de que hubo una migración semita desde Egipto hacia Canaán. Sin embargo, suponer que eso DEMUESTRA que el Éxodo es un evento histórico, es tan sensato como encontrar un antifaz negro, una casaca azul, un pañuelo rojo y un sombrero blanco, y deducir con eso que el Llanero Solitario fue un personaje histórico.

Aquí el problema es que NO SE HA ENCONTRADO evidencia alguna que VINCULE los descubrimientos señalados (además de otros) como parte de UN MISMO PROCESO HISTÓRICO.

Más aún: están los detalles que no acomodan con el relato bíblico tal y como lo conocemos (como el hecho de que la única invasión militar que sufrió Canaán en la época fue de egipcios, no de israelitas).

Pero tampoco se trata de decir, tajantemente, que el relato del Éxodo es un mito. Es tan inteligente como suponer que sus maravillosos recuerdos de esas maravillosas vacaciones de 20 días en un Crucero son un mito porque en los videos no aparece la mayoría de las cosas que usted cuenta.

Y volvemos al punto: tenemos dos fuentes de información que son completamente disímiles en su naturaleza y en sus objetivos.

Por parte del Judaísmo, tenemos la memoria histórica del antiguo Israel preservada en el relato bíblico. Como toda memoria, es una compilación SELECTIVA de los eventos (y en futuras entregas mostraremos como incluso el texto bíblico lo da por sentado).

Por parte de la arqueología, tenemos evidencias provenientes de otras culturas (principalmente la egipcia, pero también mucha información proveniente de Canaán), que por simple lógica no responden a los parámetros de la memoria histórica de Israel.

Es un rompecabezas que a ratos parece amorfo, pero que nos ofrece una panorámica sumamente interesante que al final de cuentas nos remite a un asunto de lo más trascendental: cómo se gestó una nación, y luego, cómo se construyó su memoria histórica.

La próxima semana empezamos con el tema del origen del pueblo hebreo desde la perspectiva arqueológica.