MAX BOOT

La historia sugiere que la actual ola de terror de Europa puede ser peor, si no es detenida por completo.

Europa occidental parece estar bajo un ataque de terrorismo implacable. En los últimos 19 meses, Francia ha visto el ataque contra el diario Charlie Hebdo (17 muertes); los ataques coordinados en París (130); un ataque con un camión de carga en Niza (84); y la toma de rehenes de esta semana y asesinato de un sacerdote párroco anciano en el pequeño pueblo de Saint-Etienne-du-Rouvray.

Desde el 18 de julio, Alemania ha visto al menos tres ataques a escala menor: un refugiado pakistaní hirió a cinco personas con un hacha sobre un tren; un adolescente iraní-alemán disparó a muerte a cinco personas en Múnich; un refugiado sirio trató de explotar una bomba en un concierto en Ansbach, matándose. Bélgica, mientras tanto, fue atacada por atacantes suicidas el 22 de marzo que mataron a 32 personas.

Es ciertamente comprensible si el temor y el pánico ahora se apoderan del Continente. Pero es importante recordar que esta es difícilmente la primera ola de terrorismo que ha visto Europa—y hasta ahora no la peor.

La primera ola fue obra de anarquistas que atacaron a lo largo de Europa y las Américas desde la década de 1880 a la década de 1920. En el peor de tales ataques, un carro tirado por caballos lleno con explosivos mató a 38 en Wall Street en New York en 1920. El siguiente peor ataque ocurrió cuando un anarquista arrojó dos bombas dentro de una casa de ópera abarrotada en Barcelona en 1893, matando a 22 personas. Entre 1892 y 1894, París vio 11 bombardeos, los cuales mataron a nueve personas.

Pero la verdadera carta de presentación de los anarquistas fue asesinar a jefes de estado. Ellos asesinaron al presidente de Francia, al primer ministro de España, a la emperatriz del Imperio Austro-Húngaro, al rey de Italia—y al Presidente William McKinley. Además, una banda de nihilistas mató al Zar Alejandro II de Rusia. Ningún grupo terrorista antes o desde entonces ha asesinado a tantos líderes.

La segunda ola de ataques fue obra de terroristas izquierdistas y nacionalistas de la década de 1960 a la década de 1980, representando a grupos tales como la Organización para la Liberación de Palestina, el Frente Popular para la Liberación de Palestina, la Facción Ejército Rojo (también conocida como la banda Baader-Meinhof de Alemania Occidental), las Brigadas Rojas en Italia, y el Ejército Republicano Irlandés.

Entre principios de la década de 1970 y principios de la década de 1990, hubo cuatro años en que fueron asesinadas al menos 400 personas en ataques terroristas en Europa Occidental y cinco años en que las víctimas fatales excedieron las 250. Los ataques de alto perfil incluyeron el bombardeo de un avión de PanAm sobre Lockerbie en 1988 (270 muertos); ataques en aeropuertos en Roma y Viena en 1985 (19); el bombardeo a la estación de ferrocarril de Boloña en 1980 (85); y el ataque en las Olimpíadas de Múnich de 1972 (12 muertos, excluyendo a los terroristas).

La tercera ola que está experimentando ahora Europa es de terrorismo islámico. Los peores ataques han sido los bombardeos al tren de Madrid, que mataron a 191 personas en el 2004, y los bombardeos en Londres, que mataron a 52 en el 2005. Los ataques luego disminuyeron, sólo para aumentar nuevamente el año pasado por instigación del Estado Islámico.

Horribles como han sido las atrocidades recientes, no son tan malas como las de la segunda ola terrorista. Los ataques este año en Europa Occidental han matado a 130 personas (no contando a los atacantes) y el año pasado mataron a 147. El Estado Islámico se ha adjudicado muchas más víctimas en Turquía, Siria, Irak, Afganistán y otros países—incluido Estados Unidos (49 muertos en Orlando, 14 en San Bernardino).
La historia no sugiere cuándo terminará esta ola de terrorismo. Sí sugiere que terminará algún día, y que puede ser mejorada, si no es detenida por completo.

La ola anarquista llevó a innovaciones tales como la creación de la Rama Especial de Inglaterra para investigar crímenes políticos, y de Interpol para vincular a las fuerzas policiales occidentales. Simuló el desarrollo de tecnologías tales como “fichas policiales” y huellas digitales para rastrear a presuntos criminales. En forma menos encomiable, llevó a represiones contra inmigrantes inocentes y violaciones de las libertades civiles que no deben ser emuladas.

Finalmente, la primera ola de terrorismo desapareció porque la ideología anarquista perdió su atractivo. Fue sustituida en la izquierda por los bolcheviques, quienes promovieron su causa a través de la subversión y conquista militar en vez de bombardeos.

Los terroristas de la década de 1960 también perdieron finalmente su motivación ideológica. Grupos nacionalistas tales como el IRA y la OLP fueron en cierta forma propiciados por compromisos territoriales negociados. Los grupos marxistas, tales como la banda Baader-Meinhof y las Brigadas Rojas, colapsaron junto con la Unión Soviética. El fin de la Guerra Fría las privó de apoyo logístico y, más importante, de respaldo ideológico. ¿Quién quiere morir por el “proletariado”?

A medida que el fracaso del Comunismo desacreditaba al extremismo marxista, así el fracaso final del Islamismo—ya sea en el Afganistán de la era Talibán o en el Irán o Estado Islámico de nuestros días—desacreditará al extremismo islámico.

Ese día puede ser apresurado a través de la acción occidental vigorosa para destruir al Estado Islámico y subvertir al régimen de Irán. Mientras tanto, puede hacerse más para mejorar la inteligencia y seguridad; Israel ofrece un buen modelo.

Pero no hay una forma a prueba de tontos para detener los ataques de baja tecnología que estamos viendo. Nos guste o no, tendremos que aguantarlos mientras se consume el extremismo ideológico del mundo islámico.

Max Boot es un miembro principal en el Consejo sobre Relaciones Exteriores y el autor de “Ejércitos Invisibles: Una Historia Epica de la Guerra de Guerrillas desde los Tiempos Antiguos al Día Presente” (Liveright, 2013).

Fuente: The Wall Street Journal

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México