SHMULEY BOTEACH

Este mes, el 26 de Sivan, marcaremos el primer yahrzeit (aniversario del fallecimiento) de Elie Wiesel. Casi nadie en mi vida me ha tocado e inspirado como este gran hombre.

Comenzó a principios de los 90, cuando mi esposa y yo servimos como rabinos a los estudiantes de la Universidad de Oxford. Estábamos desarrollando lo que esperábamos que se convirtiera en un programa de oradores internacionales. Empezamos pequeños, pero al poco tiempo, el público empezó a crecer y sentimos que podíamos llegar a personalidades del más alto calibre, hombres y mujeres que ocupaban los más altos niveles de respeto e influencia. Quería mostrarles a estos estudiantes un hombre de verdadera sabiduría y gracia, un hombre que santificó el nombre de nuestro pueblo y nuestro Di-s. Y así, hice una llamada a Elie Wiesel.

Había sido un ávido estudiante de las obras de Elie Weisel durante años. Sus libros me llevaron de nuevo a un tiempo en que mi pueblo buscaba desesperadamente cualquier rastro del Dios dentro del cual habían depositado su fe.

Elie aceptó nuestra invitación y pronunció un discurso característicamente hipnotizante. La audiencia estaba pasmada – un fenómeno familiar para cualquiera que tuviera el privilegio de escuchar un discurso de Elie Wiesel.

A partir de ahí, Elie y yo nos embarcaríamos en una relación de casi treinta años: Elie, el mentor. Yo, el estudiante.

Casi tres décadas después yo volvía a Nueva York de la Academia Hebrea Americana en Carolina del Norte, donde estudia mi hijo Yosef. Elie había caído gravemente enfermo y su hijo, mi querido amigo Eliseo, me extendió la amabilidad de invitarme a visitar a su padre. Llegué a su casa en lo que resultaría ser la última noche de su vida.

Hace dos semanas, nuestra organización, The World Values Network, tuvo el inmenso honor de recibir a Eliseo mientras recitaba el último Kadish para su padre en el primer año de duelo. La oración del Kadish está entre la más sagradas del canon judío. Contiene multitud de secretos místicos y gran parte de su significado es un misterio. Tiene el poder, reclaman los textos judíos, de elevar el alma a los niveles más altos de su recién descubierta morada celestial. Es una oportunidad para que los hijos de quienes se han ido impartan aún más amor, otorguen aún más honor, a quienes adoran y faltan. Seis millones de judíos murieron sin tener a nadie que recite Kadish por ellos. Muchos no dejaron ni niños, o fueron asesinados junto con sus hijos, o murieron en un momento desconocido para sus hijos, impidiendo así su capacidad de decir la oración en su nombre. Así que, cuando Eliseo recitó la oración, la estaba diciendo para todos esos seis millones, y todos respondimos Amén al unísono.

Pero Elie representó aún más que los que perdimos en el Holocausto. Representó a los perdidos en cada genocidio desde entonces, y ha habido demasiados, y también a los amenazados por genocidio – que todavía tenemos la oportunidad de salvar. Si de verdad nos importa.

Pero, el mundo nunca ha dejado de cometer genocidio. Simplemente no nos impacta lo suficiente. La tragedia no nos toca lo suficiente. Atraviesa un mar infinito, o va más allá de alguna montaña increíblemente alta, o tal vez contenida en los confines de una portada periódica, la tinta simplemente no puede levantarse del papel y penetrar la carne de un corazón amortiguado.

Este fue, a mi entender, el gran desafío en la vida de Elie Wiesel. ¿Cómo podía hacer que la gente se preocupara?

Sednaya, la prisión con crematorios para ocultar asesinatos masivos en Siria. (*Fuente: World News)

Y su respuesta fue romper esa desconexión, escribir un libro que pudiera arrancarnos de las comodidades de nuestras vidas, sacarnos de nuestras oficinas y más allá de nuestras salas de estar, lejos de nuestras vidas provinciales, egocéntricas, y nos llevara a las profundidades de su mundo. Un mundo devastado por el mal y exigiendo las reparaciones más urgentes. El poder de Elie Wiesel radicaba en su capacidad para hacernos sentir algo de lo que estaba sintiendo. Para contar la historia que no sólo fuera escaneada por sus lectores, sino que los arrastrara hacia adentro. Con un libro, Elie Wiesel pudo llevarnos a todos al infierno de Auschwitz.

Sus obras conmovieron a una generación. Wiesel provocó algo en la conciencia global, una ola de indignación justa, de seres humanos que comienzan a asumir la responsabilidad de otros seres humanos, una ola de dejar de tolerar las atrocidades, una ola a la que todos debemos montar hasta que la humanidad sobrepase las costas de la indiferencia.

Ahora, la antorcha ha pasado a su hijo Eliseo, quien dio el discurso principal en nuestro homenaje de gala a su padre, que tuvo como invitados de honor al presidente rwandés Paul Kagame, que detuvo el genocidio de 1994 del pueblo tutsi, el ex primer ministro español José Maria Aznar y el ministro israelí de Agricultura, Uri Ariel.

Eliseo es el heredero del legado de su padre y es el mayor logro de su padre, un joven de profunda convicción, claridad moral y compromiso total. Elisha electrizó a nuestro público en Nueva York con su llamado de clarín para que el mundo intercediera en el genocidio de los árabes en Siria, la matanza de cristianos y gays en todo el Medio Oriente y asesinatos de honor de mujeres. Habló de la necesidad de que Estados Unidos y las potencias occidentales abran sus puertas a aquellos que huyen de la opresión y la persecución.

Ser hijo de un gran hombre conlleva una gran responsabilidad. Eliseo está llegando a la ocasión con un llamamiento valiente a la comunidad judía para que sirva como la conciencia del mundo y los principales opositores de los abusos contra los derechos humanos.

Israel, el único estado judío del mundo, haría bien en responder a la llamada decidiendo de inmediato bombardear los crematorios sirios que fueron revelados por el Departamento de Estado de EE.UU. con imágenes satelitales de cadáveres quemados en la prisión de Sednaya de Bashar Assad, donde se dice que decenas de miles han sido asesinados.

Que funcionen crematorios, a sólo 140 millas del estado judío, setenta años después del Holocausto, es una abominación.

Franklin Delano Roosevelt derrotó a Adolf Hitler. Sin embargo, el legado moral de Roosevelt está severamente empañado hoy por su negativa a bombardear los crematorios de Auschwitz. La historia juzgará a todos los que hacemos la vista gorda al funcionamiento de crematorios después de que seis millones de judíos fueran incinerados.

El actual presidente estadounidense, Donald Trump, ya mostró su compromiso de proteger las vidas árabes y musulmanas cuando tomó represalias contra Assad en abril por el uso del dictador sirio de gas venenoso contra hombres, mujeres y niños inocentes. Israel debe seguir su ejemplo bombardeando los crematorios y demostrar que las naciones morales nunca volverán a hacer oídos sordos al gas venenoso y a los crematorios, palabras que deberían hacer temblar a todo judío y a toda persona de conciencia.

El Rabino Shmuley Boteach, “El Rabino de América”, a quien el Washington Post llama “el rabino más famoso de Estados Unidos”, es el autor internacional más vendido de 30 libros, incluyendo su más reciente “El Guerrero de Israel”.

Fuente: The Algemeiner – Traducción: Silvia Schnessel – Reproducción autorizada con la mención:
©EnlaceJudíoMéxico