EN EXCLUSIVA PARA ENLACEJUDIO POR SARA COHEN SHABOT

(Haifa, Israel) No pocas veces me he encontrado con gente – dentro y fuera de Israel – que piensa que la sociedad israelí (o por lo menos la sociedad israelí no religiosa) es una sociedad altamente igualitaria en lo que a las relaciones entre mujeres y hombres se refiere. En realidad, no es difícil llevarse esa impresión si se guía uno por las apariencias. Israel es un país en el cual la mayoría de las mujeres se han sumado a la fuerza laboral y el servicio militar es obligatorio tanto para hombres como para mujeres.

Ya hasta un primer ministro mujer tuvimos, y en las últimas elecciones estuvimos a punto de tener de nuevo a una mujer en el poder. ¿Qué más podría pedirse? Especialmente si nos comparamos con nuestros vecinos (las sociedades árabes a nuestro alrededor) no cabe duda que las mujeres se encuentran aquí en una posición privilegiada, en la cual tienen los mismos derechos (por lo menos en teoría) que sus compañeros varones.

La verdad es por supuesto más compleja y basta con que analicemos con mayor profundidad los datos arriba señalados para que nos encontremos con un panorama diferente.

Lo cierto es, por ejemplo, que la mayoría de las mujeres que sirven en el ejército, lo hacen en puestos no bélicos y en realidad, funcionan la mayoría como secretarias o responsables de cuestiones administrativas, reproduciendo así un modelo altamente sexista en el cual los grandes generales siguen siendo hombres casi siempre servidos por mujeres que se encuentran bajo su autoridad. Así, finalmente resulta que la presencia de mujeres en Tzahal actúa por lo general en detrimento de la igualdad de género en la sociedad israelí, siendo que este patrón claramente jerarquizado de relaciones se refleja continuamente en la sociedad fuera del ejército. De hecho, vivimos en una sociedad esencialmente militarista, en la cual los valores y las jerarquías militares son altamente respetados y por lo tanto también reproducidos fuera de la esfera puramente militar.

Otro fenómeno interesante en cuanto a las mujeres en el ejército se refiere, es el que concierne a las que sí sirven en puestos bélicos. Mucho se ha oído de las mujeres-piloto y de otras mujeres que sirven en puestos que hasta hace no mucho eran exclusivos de los hombres (y lo siguen siendo en casi todos los ejércitos del mundo). Sin embargo, proporcionalmente son muy pocas las mujeres que se encuentran en estos cargos, y es precisamente esta participación poco frecuente la que ha llevado a que mujeres como éstas adopten – dentro y fuera de ejército, en la medida de lo posible – una imagen estereotípicamente “femenina”, esto es, que se preocupen por llevar una apariencia que grite a voces que ellas no son “marimachas” o “lesbianas” solo por servir en este tipo de cargos. Así, se observa que son precisamente estas mujeres las que muchas veces – lejos de “retar” las características “normales” de género, en aras de combatir la desigualdad – reproducen, dentro y fuera del ejército, los elementos mas consensuales de la “feminidad”, incluyendo el deseo expreso en la generalidad de éstas de tener hijos y formar una familia típica tan pronto como su trabajo militar llegue a su fin.

En cuanto al campo laboral se refiere, las estadísticas señalan que las mujeres israelíes ganan en promedio menos que sus colegas del sexo opuesto, aun en los mismos puestos. La sociedad israelí es una de las sociedades de occidente en las que se observa, en la comparación entre hombres y mujeres, uno de los más profundos abismos en cuanto a posibilidades laborales y  sueldos recibidos.

El hecho de que Israel tuvo un primer ministro mujer, y que estuvimos a punto de tener otra recientemente, es también un dato que no refleja la verdadera presencia de mujeres en la política israelí y el Parlamento. Hoy por hoy, por ejemplo, hay solo dos ministras mujeres – entre más de 20 ministros en el gobierno – y de los 120 miembros que conforman el parlamento israelí, solo 23 son mujeres.

La sociedad israelí continúa siendo una sociedad relativamente violenta para con sus mujeres. En lo que va del año, por ejemplo, casi una veintena de mujeres han sido asesinadas por sus maridos o por otros miembros de su familia. La violencia sexual permea casi todos los estratos de la sociedad israelí y de hecho, una de las noticias que ha permanecido en los encabezados durante  los últimos días concierne a claras sospechas de eventos de acoso sexual dentro de los más altos  rangos de la policía.

Por último, quisiera mencionar un tema que me concierne particularmente como mujer israelí, trabajadora y madre de dos niños de menos de cinco años. Israel es un país que impulsa de manera agresiva la natalidad.

Ya sea por razones culturales-históricas (en especial la presencia aún tan viva de la Shoá como cúspide de la amenaza de exterminio total del pueblo judío) o por razones demográficas nacionales (el problema de la presencia judía en Israel frente a la amenaza demográfica de los árabes en la zona), el hecho es que las mujeres israelíes se han convertido en el “útero nacional” y en las responsables, en buena parte, de traer al mundo más judíos y más soldados que puedan servir al ejército israelí. Este esfuerzo se reconoce en las claras políticas  favorecedoras de la natalidad, siendo Israel el país occidental en el cual mayor cantidad de facilidades se dan a mujeres que quieren embarazar; facilidades que van desde tratamientos de fertilidad de costos enormes que se otorgan gratuitamente a las mujeres que los requieren, hasta una cantidad exorbitante de exámenes y análisis en el embarazo, todos dedicados a producir la mayor cantidad de bebés (y no solo de bebés, sino de bebés sanos y perfectos).

Todo esto no sería un problema tan grande si tales políticas de natalidad estuvieran acompañadas de medidas que ayudaran a las mujeres no solo a tener hijos, sino a poder criarlos de manera tal que no tuvieran que renunciar por ello a su presencia en el campo laboral durante los primeros años de la vida de sus hijos, quedando relegadas muchas veces a la casa durante años críticos para sus carreras permitiendo así que la desigualdad de género a la larga se profundice. Lo cierto es que Israel está a años luz de ofrecer a sus madres las condiciones que muchos de los países europeos les otorgan. La “jufshat leida” (licencia post parto) sigue siendo demasiado corta y principalmente, el hecho de que la educación hasta los 4 años no es subsidiada, es responsable de que muchas mujeres no salgan a trabajar durante los primeros años de la vida de sus hijos, al no ser esto económicamente redituable.

Así, es claro que más allá de las apariencias, a la sociedad israelí le falta mucho camino por recorrer en lo que a igualdad de género se refiere. Golda Meir, Tzipi Livni y las mujeres-piloto, son mas bien “accidentes”, que encubren una sociedad que es aún altamente sexista y jerarquizada.