SERGIO SARMIENTO

Todas las revoluciones parecen adorables en su infancia”.

David Ignatius

Cuando estalla una revuelta como la de Egipto de inmediato surgen en los medios de comunicación explicaciones fáciles. El problema es que rara vez toman en cuenta los hechos.

Mucho se ha dicho, por ejemplo, que esta revuelta es producto del estancamiento del país. Pero Egipto ha tenido en los últimos cinco años una vigorosa expansión, quizá la mayor de su historia, con un 6 por ciento anual en los últimos cinco años. Solamente China, la India y algunos países petroleros han tenido un crecimiento superior en este tiempo.

Otra razón que se esgrime es la pobreza. Egipto sin duda es un país pobre, pero mucho menos que otros muchos. En 2010, según cifras del FMI, tenía un Producto Interno Bruto per cápita de 6,367 dólares al año ajustados por poder de compra y ocupaba el lugar 103 en la lista de 182 del organismo. Muchas otras naciones de África y del cercano oriente tienen registros bastante peores. Si la pobreza fuera el detonador de las revoluciones, la República Democrática del Congo, Zimbabwe, Liberia, Burundi o Eritrea las habrían sufrido, y no Egipto que es 20 veces más próspero.

Si no es el estancamiento o la pobreza, entonces seguramente es la desi- gualdad. De hecho, ésta ha sido la explicación que más he escuchado, pero los hechos tampoco la avalan. La última cifra que he encontrado para Egipto del índice de desigualdad de Gini (en el que 0 es total igualdad y 100 completa desigualdad) es del año 2000, anterior al periodo de rápido crecimiento de estos años. Sorprendentemente muestra un nivel de 34.4, menor que los de Australia (35.2), Estonia (35.8), Israel (39.2), Nueva Zelanda (36.2), Polonia (34.5), Portugal (38.5), Singapur (42.5), España (34.7) y otros muchos. México, con un índice de 46.1 en 2008, es bastante más desigual que Egipto. Ésta, por lo tanto, tampoco es la explicación de la revuelta de Egipto.

La verdad es que nunca nadie ha podido predecir una revolución… ni siquiera explicarla convincentemente una vez que tiene lugar. Karl Marx, que se preciaba de saber del tema, afirmaba que la revolución comunista necesitaba un desarrollo capitalista previo, por lo que suponía habría de comenzar en las fábricas del norte de Inglaterra o en el Ruhr alemán. Nunca imaginó que los comunistas tomarían primero el poder en una Rusia agraria y semifeudal.

Si algo nos dice la historia es que las revoluciones son más bien “cisnes negros”, para usar el término de Nassim Taleb: explosiones que ocurren por una acumulación de circunstancias y no por grandes tendencias que puedan llevar a resultados previsibles.

Alexis de Tocqueville señalaba que los regímenes autoritarios se encuentran en mayor riesgo cuando su situación económica es mejor. El hecho de que Egipto haya sido relativamente próspero, y haya tenido un rápido crecimiento, le dio dinero a la gente para tener televisores, computadoras y acceso a internet. Un país como Corea del Norte, infinitamente más pobre, no cuenta con los instrumentos que permitan la difusión de las ideas revolucionarias.

La Revolución Mexicana se registró en el momento de mayor prosperidad hasta ese momento de la historia del país. La de terciopelo de Europa oriental tuvo lugar también en un momento de éxito económico.

Si bien hoy es el momento de ver lo que ocurre en Egipto, más que de ofrecer explicaciones a priori, la revuelta parece deberle más a la relativa prosperidad del país y al acceso a comunicaciones modernas que al estancamiento, la pobreza extrema o la desigualdad. Todo lo contrario a lo que nos dicen los “expertos”.

JAQUE MATE/ REFORMA