En su libro “1984”, George Orwell predijo para el futuro de aquel momento, la existencia de un organismo controlador omnipresente, denominado Big Brother. En la novela, el Gran Hermano seguía de cerca todo lo que la gente decía y hablaba, además de encargarse de dictaminar reglas, basándose en la ideología política de la casa.

Representaba la autoridad y ejercía todo tipo de poder político.

Todo hijo de judíos que lea la obra, no puede dejar de sentirse de alguna manera identificado. Su propio entorno familiar está regido por una autoridad semejante.

La madre ejerce los tres poderes: dicta las leyes, las hace cumplir, e imparte justicia.

Y también es el escrutador.

Mamá lo sabe todo. Es el ojo que observa al Gran Hermano.

No es que tenga la intención explícita de vigilarnos. Tiene una fuerza perceptiva que la supera, sobre todo con lo que le importa demasiado.

Cuando yo era bastante más joven que ahora, creía que mi secreto mejor guardado era mi primera novia, con quien por esos días daba mis primeros pasos.

Diego: No le digas a mamá una sola palabra de esto. Me lo prometiste.

Lorena: No te preocupes, mamá ya lo sabe.

Diego: ¿Cómo?

Lorena: Sí, me lo dijo antes que vos.

Diego: Pero… ¿cómo?…

Lorena: Dice que te vio lavándote los dientes antes de salir.

Diego: Pero yo siempre…

Lorena: No sé, Diego. No sé cómo lo hace. Ya te vas a acostumbrar.

Era todo cierto. Yo me lavaba los dientes en horarios inhabituales, tenía novia y mamá se daba cuenta.

La había visto en el espejo cuando pasó por atrás, pero nunca pensé que pudiera estar analizándome, investigándome.

Ahí me encontré por primera vez con la policía filial.

Mamá es Elliot Ness. Es implacable, incorruptible, insoportable.

Los hampones de la privacidad, esperamos que se retire. Y los más religiosos dicen que el mesías va a llegar con los formularios de jubilación del ANSES en la mano; para dárselos y que reine la paz.

Por más cuidados que yo tome, todavía es imposible evitarla.

La otra situación fue hace algunos meses, cuando se casaba mi primo.

Disfruto de las bodas. Se come y se toma bien, las mujeres van bien vestidas, y lo mejor de todo: Las solteras se sensibilizan por no estar casadas y buscan refugio en cualquier traje.

Puede resultar muy provechoso ir a un casamiento, siempre y cuando no vayas con mamá.

Ahí todo se convierte en la constante paranoia por no dejar rastros de levante.

La despedida de soltero había sido mixta y Martín tenía reservada para mí, una amiga de su hermana. Me lo dijo explícitamente.

Cuando llego al salón, me rencuentro con los primos a los que tanto quiero y que tan poco veo. El clima empieza a ponerse realmente festivo.

Hacemos una fila y la señorita da las mesas nos recibe, de a uno por vez.

Pasa mi hermana.

Señorita de la entrada: Mesa cuatro.

Pasa mi cuñado.

Señorita de la entrada: Mesa cuatro.

Pasa mi primo.

Señorita de la entrada: Mesa cuatro.

Ahora la novia de mi primo.

Señorita de la entrada: Mesa cuatro.

Mi otro primo con su mujer.

Señorita de la entrada: Mesa cuatro.

Ahora me toca a mí. Y cuando estoy preparado para escuchar “Mesa cuatro”, oigo la voz de la recepcionista.

Señorita de la entrada: Mesa nueve.

Diego: Eh… no, no. Yo soy de la cuatro.

Señorita de la entrada: No señor. Acá dice claramente que su mesa es la nueve.

Diego: No claro… lo que te estoy explicando es que esa lista está equivocada. Los que pasaron recién son mi cuñado, mi hermana, mis primos… Estamos todos en la cuatro.

Señorita de la entrada: A ver, deme un segundo que lo consulto.

Estoy seguro de que el malentendido se aclara en pocos minutos. Mientras recorro los ribetes de las columnas en el hall , espero el regreso de la recepcionista. Ahí la veo volver.

Señorita de la entrada: Está confirmado señor. Su mesa es la nueve.

Diego: Muy bien. Me voy a sentar e la nueve. Pero ya vas a ver cuando se enteren los novios.

Al entrar, lo confirmo con mi primo. La mesa está correcta. Me sentó con un rejunte de solteras y gente que le costaba embocar en cualquier otro grupo. Entre ellas, la chica que Martín había elegido para mí.

El silencio se apodera de la mesa de desconocidos, mientras que en la cuatro vuelan los panes y las risas.

Decido intentar aprovechar la oportunidad que el “inteligente” de mi primo intenta generar a la fuerza. Todavía no estoy seguro de si me gusta o no, pero sé que está soltera. Empiezo a remar como si la corriente me arrastrara al iceberg.

De todas formas, sé que tengo que ser un ninja. Tengo que hacerlo de manera silenciosa, esquivando la mirada atenta de mi madre.

Me ocupo de sacar a bailar a TODAS las mujeres del salón, para despistarla. A muchas ya las había conocido en la despedida y a otras las encaro en el momento. No dejo a ninguna sin revolear, incluídas las tías gordas de dientes pintados de rouge.

Bailo con todas, termino exhausto. El sacrificio necesario para un objetivo insignificante.

Sobre el final de la fiesta me cruzo con mi viejo. Los dos vestidos con sendos gorros de colores, en el medio de un “siguruchá” en el carnaval carioca.

Papá: Che, Die. Tu mamá te vio bailar con una chica y ya te está casando.

Pregunté, aunque sabía la respuesta.

Diego: ¿Qué? ¿Con cual? Bailé con todas.

Papá: Mamá solo te vio con esa.

Hubiera jurado que mi trabajo fue impecable. Antes de encontrarme con papá. Antes de ver que su dedo apuntaba a la chica que me habían impuesto como objetivo

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