JACINTO ANTÓN/EL PAÍS

11/06/2011/No se le ocurre a uno ocupación tan estremecedora como hacer de mecanógrafo del diablo. Mietek Pemper lo fue y supo sacar de tamaño oficio la posibilidad de hacer el bien, y además justicia.

Nacido en Cracovia en 1920 en el seno de una familia judía de buena posición y orgullosa de sus conexiones con el imperio austrohúngaro (su padre y su tío combatieron en la I Guerra Mundial en el ejército austríaco), Mieczyslaw Pemper, fallecido el martes en Augsburgo, en el sur de Alemania, donde vivía, fue un personaje clave en la salvación de los Schindlerjuden, los judíos rescatados por el industrial Oskar Schindler en uno de los pocos episodios con final feliz de esa inconmensurable tragedia que fue el Holocausto. Sirvió de asesor en la película de Spielberg sobre la historia pero el director lo omitió como personaje haciendo recaer por razones dramáticas todo el protagonismo en otro judío implicado en la redención, Itzhak Stern, interpretado por Ben Kingsley.

Pemper fue reclutado en 1943 en el gueto de Cracovia (donde su familia compartía piso con la de Polanski) por el comandante del campo de Plaszów, el siniestro Amon Göth, como mecanógrafo personal por su conocimiento hablado y escrito del alemán y de la taquigrafía. Su papel era de escribiente esclavo pero la pereza e incapacidad burocrática de Göth, vago además de sádico, le permitieron al joven judío un conocimiento inaudito de los entresijos de la maquinaria concentracional nazi y las operaciones de las SS. La brutalidad del comandante hacia sus propios subordinados hacía que estos le pidieran a Pemper que repasara sus textos antes de entregárselos. Dotado de memoria fotográfica y una enorme inteligencia (del valor ya ni hablemos), Pemper almacenó todos los datos de lo que escribía y leía y tras la guerra fue el testigo principal y decisivo en los juicios contra el propio Göth y el coronel de las SS Gerhard Maurer, uno de los tipos más siniestros y esquivos de la política de campos nazi, que ya es área.

La insólita abundancia de documentos que le pasaban por las manos en el despacho de Göth le permitió a Pemper enterarse de la que se avecinaba en Plaszów (la liquidación del campo y de los presos) y acordar con Schindler y, paradójicamente, el propio Göth, poco interesado en quedarse sin trabajo y que lo enviaran al frente del Este, maniobrar para que se reconociera que la labor en Plaszów era esencial para la guerra. En ese contexto, fue la persona que mecanografíó los nombres del millar de prisioneros cuya tarea era indispensable y debían por tanto seguir con vida: la lista de Schindler, efectivamente.

Puede imaginarse el miedo en que vivía Pemper. Algunas de las cosas que vio en sus 540 días en Plaszów eran tan bestias que Spielberg no quiso incluirlas en la película. Como el que los grandes daneses de Göth, Rolf y Ralf, se alimentaban a menudo con la carne de los presos que mataban a dentelladas. Es cierto que como Ralph Fiennes en el filme, el comandante cazaba presos a tiros desde su balcón. En cambio, Pemper negaba que fuera verdad la historia sentimental de Göth con la judía Helen Hirsch.

Las claves de su supervivencia aquellos días terribles, decía Pemper, un hombre solitario y amable, que nunca se casó, fueron la discreción y una dosis inmensa de suerte.

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