STIEG LARSSON/LA RAZON.es

“¿Qué hace un judío mirando la ceniza que hay en un cenicero? ¡Estudiar su árbol genealógico!” El chiste aparece en la página web de Pro Patria y es uno de los cuarenta que podemos encontrar bajo el epígrafe “Humor” y la categoría “Judío”.

Otra colección de chistes de la misma índole se halla bajo el encabezado “Negro”.

Hace quince años –es probable que incluso diez– hubiera sido impensable publicar una propaganda antisemita de tan mal gusto. El editor responsable habría sido objeto de una investigación policial, un proceso jurídico y una sentencia condenatoria. Lo que no sucede hoy en día.

Y eso que, por lo general, no resulta especialmente difícil dar con el editor responsable de una revista. En este caso concreto, cuando quise saber quién era, Expo Research apenas tardó unas horas en informarme de que la página web de Pro Patria pertenecía a «Mats», una persona que antes residía en Solna. No es la primera vez que el tal «Mats» aparece en Internet vinculado al nazismo. De hecho, llegó a estar al frente de la página web Gjallarhornet, en la actualidad inexistente.

Que los nazis se dedican a difundir el odio antisemita no es ninguna novedad; la piedra angular ideológica del nazismo clásico era precisamente el antisemitismo. Pero después de la segunda guerra mundial –después del Holocausto– la repulsa hacia el nazismo fue tan general que el antisemitismo, lisa y llanamente, no tuvo cabida.

Eso no quiere decir que el odio que los nazis sentían contra los judíos dejara de existir, sino que ya no se llevaba entre aquellos grupos neonazis que pretendían sobrevivir políticamente. Por consiguiente, el odio antisemita fue eliminado de la propaganda oficial y quedó relegado a las reuniones internas. En la prensa nazi, la palabra «judío» se sustituyó por unas pertinentes palabras en clave, como, por ejemplo, «cosmopolita», «internacionalista» y –desde los años sesenta– «sionista». Los veteranos y destacados ideólogos nazis que cultivaban el odio judío ya mucho antes de la guerra –el sueco Per Engdahl es un buen ejemplo de ello– cambiaron de chaqueta y negaron haber sido antisemitas; declararse públicamente antisemita significaba ser etiquetado de enfermo mental.

Lo que no sucede hoy en día.

La página web de Pro Patria no es la única ni la peor de su especie; es una más de entre las muchas que hay, una más de las del montón. En la actualidad existen más páginas web claramente antisemitas que nunca. Aparecen sin cesar. Hasta el momento ni uno solo de los editores responsables ha sido procesado ni condenado por difundir propaganda racista en Internet.

Eso sólo puede significar una cosa: que las personas que durante los últimos años se han dedicado a divulgar propaganda antisemita, que resultaba impensable hace quince años, es hoy en día tan frecuente que la policía y los fiscales consideran que no merece la pena investigarla. Tampoco los medios de comunicación ni las organizaciones políticas se molestan siquiera en señalarla.
Así, Pro Patria y gripos de propaganda similares gozan de un curioso estatus de exoneración de toda responsabilidad por sus actos criminales.

Subcorriente antisemita

El hecho de que, tras la guerra, el odio antimiseta atenuara su intesidad no significó que desapareciese del mapa ideológico. En la posguerra, el antisemitismo continuó existiendo como una inisdiosa subcorriente, aunque sólo unos poco intransigentes nazis -por lo general, unos cuantos chalados tristemente célebres- se atrevieron a declararse abiertamente antisemitas. Desde un punto de vista político no han tenido ninguna importancia, pero como continuadores de una tradición han cumplido su función.

Uno de los ejemplos que tenemos en los años cincuenta es Einar Aberg, cuyos pasquines y octavillas antisemitas suscitaron la atención y consternación de toda Europa. Einar Aberg, también puede servir como indicador de que, efectivamente, se ha producido un cambio en el clima político. Comparados con el aluvión de mesajes antisemitas que hoy en día inundan Europa – en forma de musica de supremacía blanca, revistas, programas de radio y películas de vídeo- ,los pasquines de Aberg casi parecen inofensivos.

Otra diferencia es que la clase dirigente político-cultural de Europa ya no reacciona a la propaganda antisemita como lo hizo en el caso de Einar Aberg. Si, por ejemplo, Ahmed Rami hubiera tenido su programa en Radio Islam durante los años cincuenta, o si Nordland hubiera publicado entonces su tristemente famoso panfleto contra la familia Bennier, los editoriales de Le Monde, The Times y Der Spiegel habrían centrado todo su interés en Suecia. Escritores, jurista y políticos le habrían exigido al gobierno sueco que actuara contra la propaganda nazi antisemita.

Uno de los motivos que explican esa falta de respuesta por parte de los intelectuales es, por supuesto, que los propagandistas antisemitas ya no se reducen a un Einar Aberg, un Colin Jordan, un Francis Parker Yockey y esa veintena de -por desgracia- célebres nazis de los que se podría hacer caso omiso tachándolos simplemente de locos.

El número de antisemitas existente hoy en día es considerablemente mayor. Su propaganda ya no se limita a pequeños regueros de tinta procedentes de unas cuantas plumas aisladas. En casi todos los países de Europa, incluidos los escandinavos, hay varios grupos antisemitas bien organizados y con unos asombrosos recursos económicos.

Por lo que respecta a las actitudes que existen entre los propios antisemitas, la diferencia es también grande. Durante los años posteriores a la guerra -incluso hasta bien entrada la década de los ochenta-, el odio antisemita era algo de lo que los propios propagandistas nazis intentaban distanciarse. Muy pocos líderes nazis presentaron un mensaje abiertamente antisemita, y cuando los medios de comunicación centraron su interés en alguna de las agrupaciones que sí lo hacían, éstas se apresuraron a alejarse de la atención mediática.

El actual antisemitismo, encarnado en personas como Ahmed Rami o en publicaciones como Nordland y partidos como Nationalsocialistik Front, ne se avergüenza de p`racticar ese odio. Todo lo contrario: manifiesta una sólida confianza en sí mismo y hace gala de un gran orgullo cuando declara: «Hitler tenía razón».

El revisionismo: un rompehielos

El revisionismo histórico nazi es la rama del antisemitismo que, tras la guerra, ha dedicado más atención a los judíos. A diferencia de los activistas políticos, los revisionistas- como es bien sabido- se han especializado en intentar ofrecer la imagen de investigadores «objetivos» y «serios». Su principal objetivo no ha sido tampoco fomentar el antisemitismo, sino absolver a Hitler y generar misterio en torno al Holocausto, sembrando la duda de si realmente existió.

En esto último han tenido éxito: el informe que CEIFO publicó el año pasado relativo a la opinión que tiene los jóvenes sobre la democracia y el racismo reveló que el 17 por ciento de la juventud sueca -una cifra demasiado elevada- no está segura de que el Holocausto tuviera realmente lugar.

No existe ningún estudio similar hecho en años anteriores, pero habría sido interesante poder comparar los números de hoy día con alguna estadística de, por ejemplo, los años setenta; es de suponer -aunque esto no sea más que unamera especulación- que el número de jóvenes que habría puesto en duda la existencia del Holocausto hubiera sido extremadamente reducido.

Entre las personas que más han hecho porque el revisionismo nazi arraigue en Escandinavia se encuentran Ditlieb Felderer y Ahmed Rami en Suecia y Alfred Olsen en Noruega. Los interesante es que los tres se hayan desmarcado claramente de la mayoría de las actitudes tradicionales de los revisionistas internacionales. A diferencia de, por ejemplo, Robert Faurisson -que se ha esforzado en que no se le relacione con el antisemitismo-, ni Felderer, ni Rami, ni Olsen jamás han intentado ocultar el hecho de que el odio antisemita constituye su principal fuerza motriz.

Cuando, a principios de los años novneta, Rami fua acusado de incitar a la discrmibación racial en sus programas de Radio Islam, la mayor parte del movimiento nazi guardó silencio. los elogios no llegaron hasta 1992, una vez que Rami hubo cumplido su sentencia. Tommy Rydén, por aquel entonces líder de Kreativistens Kyrka, llegó a participar en Radio Islam, y en 1993 varios mienbros del Riksfronten actuaron como guardaespaldas de Rami durante una de las visitas de Robert Faurisson. En 1996, Nordland publicó una larga entrevista con Rami.

En cierto modo, Rami ha sido el precursos del movimiento nazi: fue él quién consiguió romper el tebú que había contra la propaganda antisemita; una propaganda que el propio movimiento no se atrevió a expresar de forma tan clara durante muchos años.

Un aluvión de antisemitismo

Si hojeamos al azar las revistas nazis de los años setenta, nos percataremos de que muy raramente -por no decir nunca- aparece la palabra «judío». En ocasiones puntuales se recurre a palabras en clave como «cosmopolita» o «sionista», pero muy pocas veces la propaganda abiertamente antisemita tenía cabida en ellas.

Hoy en día, el antisemitismo es el componente ideológico más importante de la mayoría de las revistas neonazis. Esta circunstancia no es exclusiva de Escandinavia, sino una tendencia general aplicable a la mayor parte de Europa.
En Suecia, la ideología neonazi empezó a centrarse en los judíos a finales de los años ochenta. Una de las revistas pioneras del nuevo antisemitismo fue Vit Rebell, publicada en Södertälje por Peter Melander y Göran Gustavsson y sustituida poco tiempo después por Storm, la que durante algún tiempo fue portavoz de la organización Vitt Ariskt Motstand. más tarde, Storm se transformó en la revista Nordland, en la actualidad una de las agrupaciones que más hacen por intentar resucitar el antisemitismo clásico.

Aparte de Nordland, hay en Suecia otra agrupación que se erige en uno de los principales abanderados del declarado odio antisemita: el Nationalsocialistisk Front (NSF). Fue este partido el que, antes del aniversario de la Noche de ls Cristales Rotos, el ocho de noviembre, realizó en Estocolmo la primera manifestación específicamente antijudía que tenía lugar en Suecia tras la segunda guerra mundial. Sus consignas no dejaban lugar para la duda: «Acaba con el poder de los judíos» y «Acaba con la democracia».

Hace veinte años -es probable que incluso muchos menos, digamos que cinco o seis-, una manifestación como la del NSF habría sido impensable. Hoy en día resulta lógica: los judíos vuelven a ser presentados como «el principal enemigo»

Difusión en la sociedad

En los años veite y treinta el antisemitismo formaba parte del acervo cultural europeo. Para mucha gente a la que jamás se le habría ocurrido definirse como nacionalsocialista, mirara a los judíos con recelo y hostilidad era algo normal. Por eso no es del todo inusual que en cualquier novela de los años veinte -incluso en las que son contrarias al nazismo- los judío sean descritos más o menos de la misma forma estereotipada que los nacían los nazis.

Este antisemitismo cultural explica en gran medida la enorme acogida que tuvo el antisemitismo nazi. Si éste se volviera a propagar más allá de las filas neonazis nos encontraríamos ante un gran peligro.

El hecho de que el antisemitismo dogmático sea preconizado por una persona como Ahmed Rami o por un colectivo como el representado por Nordland o por el Nationalsocialistisk Front no es nada sorprendente. Como tampoco lo es que estos grupos difundan su odio antisemita en las páginas web.

Pero en este último año el antisemitismo ha empezado a difundirse fuera de las filas del nonazismo. Los primeros en subirse al tren han sido unos cuantos «respetables racistas» pertenecientes a grupos populistas contrarios a los inmigrantes. Una de las características que definen a varias de estas agrupaciones es que pretenden dejar de estar marginados y ganarse el respeto general intentando perfilarse como «patriotasantirracistas» o «nacionalistas sensattos».

Como es obvio, estos grupos no han dado un giro radical de ciento ochenta grados de la noche a la mañana para aparecer de repente abiertamente antisemitas. Aun así, resulta evidente que no son capaces de mantenerse alejados del territorio propagandístico de los grupos nazis; cosa que, por otra parte, tampoco es tan rara, puesto que todos aquellos que se mueven en esta zona fronteriza que existe entre el populismo y el nazismo han constituido hasta el momento su único apoyo.

La propaganda de estos grupos es considerablemente más insidiosa.

El lobby racista Fri Information, por ejemplo -dirigido por Eva Bergqvist, antes miembro del partido Moderaterna-, tiene una página web que presenta una serie de enlaces con diversos y oscuros grupos. Uno de ellos nos lleva a la página web del político danés Mogens Glistrup, que ofrece unmatrial revisionista y antisemita de lo más vulgar.

Otro ejemplo lo constituye el grupo afín Blagula Fragor (BGF), liderado por Jan Milld y Anders Sundholm. Entre los muchos asuntos a los que se dedica, últimamnete ha empezado a centrarse cada vez más en el Holocausto. Hace poco, publicó una insidiosa critica contra Stephane Bruchfeld, autor del libro sobre el Holocausto que el gobierno encargó con fines educativos y del que se hizo amplia tirada.

BGF no intenta argumentar en contra del contenido del libro; lo que sí hace, en cambio, es un largo artículo, es arrojar dudas sobre los conocimientos y la legitimidad de Bruchfeld como investigador.

La página web Exponeringen -muy afín a Blagula Fragor- acaba de cambiar de sitio desde que se reveló que se hallaba en el hosting del grupo nazi Alt.media. Además, dicha página enlaza con la noruega Hvit Ungdom y ésta, a su vez, con otra similar. Y así sucesivamente.

Se podrían ofrecer muchos más ejemplos. La conclusión, sin embargo, ha de ser la siguiente: la extrema derecha populista está modificando rápidamente su actitud antisemita.

Lo que queda por saber es la rapidez con la que esto se extenderá. Y cúanto tiempo pasará antes de que el diputado de un partido político se levante en el Riksdag y exija que en Suecia se limite el «poder de los judíos»