RABINO MARCELO RITTNER

“Cuando Gregor Samsa despertó una mañana después de una mala noche, se encontró a sí mismo convertido en un insecto gigante. Estaba de espaldas, como si trajera puesta armadura pesada, y cuando levantó un poco la cabeza, podía ver su enorme estómago dividido en grandes secciones, encima de las cuales a duras penas podía sostener la cobija, y estaba a punto de resbalarse. Sus numerosas patas, las cuales eran mínimas en comparación con el resto de su enorme forma, se agitaban sin remedio ante sus ojos. ‘¿Qué me ha sucedido?’, pensó. Pero no era un sueño”.

Así comienza el famoso relato de Franz Kafka, “Metamorfósis”, uno de mis preferidos. Sin embargo, a medida que leemos su historia, cada vez resulta más claro que Gregor Samsa no se transformó. Él siempre fue un bicho. Encerrado en un esqueleto de expectativas familiares y  demandas profesionales estrecho y rígido, Samsa no tiene ningún espacio para crecer ni fuerza para moverse. Él es un pequeño hombre con pequeños sueños y pequeñas satisfacciones y todo lo que es heroico y noble en su vida ha muerto.

Gregor Samsa es el retrato alarmante de Franz Kafka de un hombre que despierta una mañana enfrentado a la verdad de que él ha vivido satisfecho demasiado pronto con demasiado poco. Ha vivido englobado en una vida ordinaria, mediocre, y privado de la capacidad para cambiar.

¿Qué es lo que en el alma humana mata nuestros sueños y nos convierte en bichos? ¿Nunca te sucedió despertarte agitado, angustiado o angustiada, sintiéndote terriblemente sola o solo, perdido, como si fueras un exiliado en tu propio mundo? ¿Como un turista en tu propia vida?

Por un lado está el mundo de todas las bendiciones y frustraciones, de todas las alegrías y tristezas, de esa rutina que consume nuestro tiempo. Por el otro, la fría realidad de un mundo que se nos revela como terriblemente frágil. Y entre los extremos, estamos nosotros, tu y yo, continuamente arrastrados de uno a otro buscando desesperadamente el equilibrio necesario.

Desafortunadamente, muchos parecemos caminar por la vida de puntitas, silenciosamente, como si nuestra meta más importante fuera simplemente llegar a salvo al otro lado. Y en el trayecto, vamos abandonando sueños, proyectos, principios, emociones, sentimientos y tradiciones.

Pero leyendo la lectura de la Torá de este Shabat no pude escapar de imaginar un paralelismo entre una parte de la Parashá y el relato de Kafka. Seguramente recuerdan el episodio de los exploradores como uno de los momentos clave en la experiencia formadora del pueblo en su deambular por el desierto. Con la Tierra Prometida a la vista, D-os ordena a Moshé que envíe exploradores para reconocer el lugar, saber si está habitado y si lo está, cómo sus habitantes recibirían a los israelitas y finalmente, saber si la tierra es fértil o estéril.

Y así, doce hombres, uno por cada tribu realizaron la misión que duró cuarenta días. Simbólicamente cada día de la misión refleja los cuarenta años de la vida en el desierto. Regresan describiendo de forma unánime que la Tierra prometida es una donde emana leche y miel.  Sin embargo diez de ellos, en un mensaje alarmante, declaran: “…No podemos subir contra ese pueblo, porque es más fuerte que nosotros. La tierra que hemos explorado es una que devora a sus habitantes y allí habitan gigantes…y nosotros nos vimos como chapulines y así seguramente nos vieron ellos a nosotros”.

El pueblo entra en pánico . Llenos de miedo, lloran por temor y claman: “…Mejor regresemos a Egipto”.

Habiendo llegado frente a lo que soñaron desde la esclavitud, la Tierra Prometida, sostenidos por el Dios que los sacó de la esclavitud, destruyó al ejército egipcio, que los hizo cruzar el mar Rojo, que les entregó la Torá en el Sinaí, aún así, tienen miedo. Miedo de tomar posesión de lo prometido. Miedo de avanzar y hacerse la gente libre. Miedo de tomar responsabilidad de su destino. Miedo de un mañana sin garantías. Miedo de arriesgarse a vivir. Miedo a dejar de ser Gregor Samsa. Esa noche ellos demostraron colectivamente su falta de fe en Dios y en ellos mismos y todos se vieron a sí mismos como bichos. ¡”Déjenos volver a Egipto”! Sólo la esclavitud ofrece la seguridad y la certeza absolutas.

La Torá, como el texto de Kafka, nos presentan un cuestionamiento acerca de cómo el ser humano percibe su propia identidad individual. Si un individuo se ve como pequeño, débil, frágil, derrotado, desesperanzado, seguramente así será percibido en su entorno.

D-os los envió a explorarse a ellos mismos, a confrontar sus temores antes de poder conquistarlos. Nuestros hábitos están tan arraigados que lleva tiempo poder modificarlos. Por ello el sentido del castigo de D-os. Solo una nueva generación capaz de conquistarse a sí misma podrá conquistar la tierra y vivir allí la plenitud y el significado. Y eso requiere tiempo y actitud.

Y así, el pueblo de Israel, como Gregor Samsa, o como cualquiera de nosotros, despierta una mañana para descubrir que necesitamos entender quiénes somos y hacia donde vamos. Necesitamos identificar nuestros hábitos y rutinas para entonces conquistarlos y poder despertar como mujeres u hombres.

Amigo, tú no eres ningún bicho. Tú fuiste creado a su imagen y semejanza. Tú sueñas los sueños de Dios, y ante ti está la Tierra Prometida personal.

¿Eligirás vivir como un turista en tu propia vida?

¿Despertarás como humano o como Gregor Samsa?