ROBERTO BLANCARTE/MILENIO ONLINE

Tengo una amiga noruega que un día, hace varios años, me dijo: “Nosotros decimos que los daneses son los judíos de Escandinavia, porque son buenos para hacer negocios, que los suecos son como los burgueses de Escandinavia, porque son los más refinados de la región y nosotros nos consideramos los campesinos de Escandinavia, porque somos gente sencilla y sin mayores pretensiones”. En otras palabras, los noruegos no se ven a sí mismos como herederos de aquellos salvajes atacantes despiadados que asolaron buena parte de Europa hace mil años, sino como pacíficos y civilizados habitantes de una región que, a base de políticas distributivas, ha logrado establecer una sociedad relativamente multicultural, sin mayores contrastes y, por lo tanto, sin mayores enfrentamientos.

El ataque que dejó casi un centenar de muertos, en su mayoría jóvenes afiliados a la izquierda socialista, es un aterrador recordatorio, no sólo de que la violencia terrorista o de otro tipo no ha sido erradicada de ninguna sociedad, sino de que su origen va más allá de circunstancias económicas y sociales; puede incrustarse por razones meramente ideológicas, es decir, por la manera en que diversos grupos sociales ven a sus congéneres.
Y en el caso de Noruega, nos recuerda, como ya lo hizo la trilogía de Millenium, la cual ha tenido tanto éxito literario y cinematográfico, que Escandinavia puede tener sus clósets llenos de esqueletos. Uno de ellos, evidentemente, es el de la extrema derecha radical y xenófoba, que se alimenta de una mezcla extraña de neonazismo ariano, neopaganismo nórdico y neocristiandad antiislámica, que rechaza el reciente y tímido multiculturalismo escandinavo.

La violencia es un fenómeno complejo. No soy un especialista del fenómeno, pero es evidente que no tiene una sola causalidad. Uno esperaría que tuviera una razón única, pero lo cierto es que es una serpiente de muchas cabezas y no siempre se puede atacar de la misma manera. Pensando en lo que acaba de pasar en Noruega, parecería evidente que sus causas son completamente distintas, por ejemplo a las que llevan a un narcotraficante a ensañarse con sus enemigos. ¿Por qué alguien tendría interés en cortarle la cabeza a una de sus víctimas, más allá de matarlo? ¿Por qué alguien, como este muchacho noruego de 32 años, querría matar a cien jóvenes para protestar contra la sociedad multicultural? ¿Por qué alguien que se dice cristiano estaría a favor de generar tanta violencia? En otras palabras, más allá de cierto punto, la violencia no parece tener mucho sentido. Y, sin embargo, desde la perspectiva de muchas ideologías eso no es tan obvio.

Me acabo de topar con un número monográfico de una revista española titulada Más allá, dedicada a Hitler y el nazismo en general y su relación con el ocultismo. Como lo señala el editor de la revista, “tras personajes como Hitler, Himmler, Göering o Hess, fermentó un sistema de creencias apuntalado en la astrología, el esoterismo oriental, la alquimia, o la búsqueda de la Atlántida”.

Los aliados descubrirían durante la Segunda Guerra Mundial que los nazis “eran ávidos coleccionistas de ‘objetos de poder’, reliquias sagradas de otros cultos, o guardianes de creencias como que el abominable hombre de las nieves del Himalaya era el verdadero antepasado de la raza aria”.

La revista permite entender qué parte de las raíces que movieron al nazismo se pueden encontrar en el movimiento ariosófico surgido en Viena justo antes de la Primera Guerra Mundial el cual interpretó en clave germana los escritos de diversos ocultistas europeos. Algunos autores, como Jörg Lanz von Liebefels, quien fue monje cisterciense durante varios años, habrían introducido la vena cristiana y antisemita en el esoterismo neopagano de los nazis, condensado en una obra titulada: Teozoología o los simios de Sodoma y el electrón de los dioses. “Con el tiempo —señala la revista Más allá— Von Liebefels conectaría con otros esoteristas alemanes con los que se reuniría para debatir sus insólitas teorías, en las que mezclaba la Biblia, el ocultismo ario, los mahatmas hinduistas y la pureza racial”.

Y parece ser que Steven Spielberg no inventó nada cuando escribió su guión sobre Indiana Jones y el Arca de la Alianza, pues hay elementos que señalan a Himmler como el artífice de una organización que, alrededor de las tristemente famosas SS pretendía entre otras cosas recuperar las reliquias sagradas, como el Santo Grial o la Lanza de Longinos, las cuales, según ellos, le permitieran a Hitler dominar al mundo.

Algunos pensarán que todo esto es obra de gente insana. Pero el atentado y los asesinatos en Noruega nos obligan a recordar que este fundamentalismo semicristiano, semipagano, basado en la mitología nórdica o en alguna otra forma de fundamentalismo religioso, sigue siendo el centro de muchas ideologías radicales, xenófobas, antisemitas, racistas y ciertamente peligrosas. Mal haríamos en pensar que eso es exclusivo de un lugar como Noruega.

La intolerancia y el fundamentalismo esotérico-religioso, aunado a un conservadurismo creciente que rechaza la sociedad plural, es un mal que está más cerca de lo que pensamos. Tenemos que examinar ahora lo que aquí puede conducir a una deriva similar.