PAÚL LUSTGARTEN/NUEVO MUNDO ISRAELITA

Los Protocolos de los Sabios de Sión juegan un papel fundamental en el antisemitismo del siglo XX y, por consiguiente, en el Holocausto. Se ha dicho, y con razón, que es el libro más difundido en nuestro planeta después de la Biblia.

Ha sido empleado sucesivamente como propaganda antijudía por la policía zarista, por los ejércitos blancos durante la Guerra Civil Rusa, por los nazis antes y durante la Segunda Guerra Mundial, y por algunos gobiernos y organizaciones árabes en la actualidad.
Para los antisemitas que lo usaron y lo usan con propósitos difamatorios, este libro no es otra cosa que una serie de documentos que forman parte de un plan para dominar al mundo, pergeñado por los dirigentes judíos durante el Primer Congreso Sionista que se celebró en Basilea a fines del siglo XIX.

El mito de la conspiración judía no es otra cosa que una adaptación moderna del mito medieval, en el que el judío era agente del Diablo, cuya tarea era la destrucción de la cristiandad.
De acuerdo con el mito de la conspiración en su versión moderna, existe un gobierno judío secreto que, por medio de una serie de organismos disfrazados, controla gobiernos, partidos políticos, periódicos, la opinión pública, bancos, bolsas de valores, etc. Este gobierno secreto tiene como fin apoderarse del mundo.
Los Protocolos llegaron a formar parte del esquema mental de Hitler y de su camarilla, así como de los antisemitas que creyeron y creen en esa patraña.

El primer intento de crear un documento acusatorio contra los judíos estuvo a cargo del general Orgeyevsky, jefe de la Ojrana (policía secreta) en París, quien fracasó rotundamente en su propósito.

El sucesor de Orgeyevsky fue el general Rachkovsky, bajo cuyas órdenes se fraguó el mayor fraude del siglo XX.
Según los expertos Henri Rollin y Boris Nicolaevsky, gran parte de Los Protocolos fueron escritos por un eminente fisiólogo y periodista político, conocido en Rusia como Ilya Tsion y, en Francia, como Elie De Cyon.

De Cyon era judío de nacimiento y, aunque se convirtió al catolicismo romano, jamás fue antijudío. Era un ardiente y peligroso oponente de la política modernizadora del ministro de finanzas ruso, el conde Sergei Julievich Witte, a la que consideraba fatal para la causa de la autocracia y del orden en Rusia.

Los Protocolos fueron en gran parte plagiados del Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu escrito por Maurice Joly, abogado radical francés, contra Napoleón III. El libro de Joly es una obra admirable, incisiva, lógica y bellamente construida. Fue publicada en Bruselas en 1864. La parte de Los Protocolos que no se basa en el Diálogo en el infierno corresponde a proyectos de Witte a los cuales se oponía De Cyon, así como a algunos pasajes tomados de la Biblia del antisemitismo francés, titulada “ Los judíos, el judaísmo y la judaización de los pueblos cristianos”, de Gougentot Des Mousseaux.

En 1897, Rachkovsky —para entonces jefe de la Ojrana en París— y sus hombres, cumpliendo instrucciones de Witte, asaltaron la casa De Cyon, en Terriet, Suiza, llevándose una gran cantidad de papeles. Es casi seguro que entre esos papeles encontraron una adaptación del libro de Joly.

Una vez en manos de Rachkovsky solo fueron necesarias unas pocas alteraciones y adiciones para convertirlo en una manifestación de las “Autoridades Judías Mundiales”, contra las cua¬les se requerían pruebas. Al principio, Los Protocolos no tuvieron aceptación y no fueron publicados. Un muy pequeño número de copias circuló hasta llegar a manos de Sergei Nilus, un rico terrateniente ruso que perdió su fortuna en Francia y luego se convirtió en monje místico. Nilus tradujo los documentos al ruso, de su original francés, y los publicó bajo el título El Anticristo: una cercana posibilidad política, como apéndice a la segunda edición de su obra mística Lo grande en lo pequeño. Como obra independiente fue publicada posteriormente por Pavolaji Khrushevan, editor y típico progromschik ruso.

Por fin, en agosto de 1921, el corresponsal del Times de Londres en Constantinopla, Philip Graves, pudo suministrar pruebas concluyentes de que se trataba de una falsificación. Un refugiado ruso le entregó un libro sin tapas, identificado más tarde como el Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, que era, en efecto, una especie de sátira sobre las ambiciones de Napoleón III escritas por Mau¬rice Joly, como fue mencionado anteriormente. Esto fue ratificado más tarde en el juicio de Berna, que se celebró entre los años 1933 y 1935.

Todo lo que hicieron los falsificadores fue sustituir a Napoleón por los Sabios de Sión y adaptar el material a sus nuevos fines. El original está escrito con maestría e ingenio; los defectos de estilo y la confusión de Los Protocolos se debe a los falsificadores y no a Joly. No cabe duda alguna de que el contenido de Los Protocolos está plagiado de Joly, pero la forma del libro se tomó de un relato que ya había sido impreso en varias ocasiones en Rusia. La idea de una reunión secreta de “los Sabios de Sión” se halla en una obra de un ex funcionario de correos convertido en escritor. Se trata del alemán Hermann Goedsche, quien escribía novelas de terror entre las décadas de los 60 y 70 del siglo XIX, bajo el seudónimo de Sir John Retcliffe. En su obra Biarritz, que se publicó en 1868, hay un capítulo que se titula En el cementerio judío de Praga.

El capítulo en cuestión es una pieza de imaginación, de tipo sensacionalista que, sin embargo, llegó a ser la base de un fraude anti¬semita de gran influencia.

En el mencionado capítulo se describe (con todos los efectos propios de una obra de ese tipo) una reunión secreta en el antiguo ce¬men¬terio judío de Praga, de los jefes o príncipes de las tribus de Israel (Goedsche no está seguro si son doce o trece) para planificar sus conquistas del próximo siglo. El que preside la reunión es, por supuesto, el Diablo, que aparece y desa¬parece envuelto en llamas azules. Este capítulo con algunas modificaciones es lo que se conoce como El discurso del rabino.

Llegó a ocupar un lugar propio en la literatura antisemita.
Los supuestos Protocolos y la imaginaria prédica en el cementerio de Praga son los principales documentos citados en fuentes antisemitas como prueba del complot judío.

La derrota de los nazis, la total impotencia del pueblo judío para impedir el asesinato de 6 millones de seres y la amplia difusión de las pruebas de la falsificación, no impidieron que Los Protocolos siguieran siendo hasta hoy un arma efectiva para los antisemitas. Reflejan la compleja estructura del antisemitismo más reciente en su máxima virulencia, porque, para los antisemitas fanáticos, el judío conserva el misterioso y pavoroso comportamiento sobre-natural que se le asignó en la Edad Media y es, al mismo tiempo, el símbolo del modernismo o, más bien, todo lo que los espanta en el mundo moderno.