SALOMÓN LEWY.

Los medios, la gente, se preguntan ¿por qué se dan las manifestaciones?

Las respuestas conllevan diversas razones, pero, al final, cada quien se va con lo que quiere: la injusticia social, las diferencia étnicas, la marginación, la política gubernamental, la economía global, la discriminación y tantas otras versiones.

La realidad es que grandes grupos de las sociedades, de los países, se dejan ver y oír , algunos de manera violenta, incendiando, destruyendo, atacando a los representantes del orden público y otros, pacíficamente, con tiendas de campaña, rótulos, pintas, etc., pero todos con un “leit-motiv”: el derecho a vivir mejor.

Por el momento no quiero mencionar la reacción de ciertos gobiernos que rayan en el totalitarismo, en la represión de los derechos humanos. Eso es un capítulo separado.

Tomemos como ejemplos al Reino Unido y a Israel.  Ambas son naciones democráticas, representativas, en las que las libertades están a flor de piel de sus integrantes.

Así, de pronto, en el Reino Unido, las calles se incendian. Londres y sus suburbios se sumergen en la violencia. Jóvenes y viejos, negros y blancos, nativos e inmigrantes, se mezclan en un furor bárbaro, golpeando, incendiando, destruyendo, atacando. El primer ministro británico y sus colegas instruyen a su policía que detenga la violencia, con violencia si es necesario,

El mundo entero se sorprende: ¡Cómo es posible que una nación tan avanzada económica y culturalmente, de tanta tradición, depositaria de los mayores capitales y hábitat de refugio de grandes personajes de las finanzas se vea en esta situación!

La tradicional Gran Bretaña, con 244 mil kilómetros cuadrados, 62 millones de habitantes y más de 34 mil dólares de ingreso anual por persona, se sumerge en un mar de violencia.

Versiones no faltan: ese ingreso por persona está mal distribuido; los servicios que debe proporcionar el gobierno han disminuido: no hay trabajos bien remunerados, no hay oportunidades para quienes queremos progresar, etc.

Al final del día – y por la noche – ¿qué queda? El descontento, los destrozos, las primeras planas de los diarios, el eco de la televisión, y las promesas de las autoridades británicas de que “esto va a cambiar”.

El ciudadano común, al que llamamos inglés, se va con su “Times” (o “Guardian”, según el caso) a la cantina (pub) y con su cerveza caliente se limita a quejarse de los acontecimientos y a hablar de su equipo favorito. Ahí queda.

Del mismo modo, y coincidentemente, al mismo tiempo, en las principales ciudades de Israel, gente de edades diversas inició una serie de protestas, manifestando su descontento por la carestía de la vida, la falta de habitación a precio razonable, etc., y exigiendo solución a sus problemas más ingentes.

Curiosamente, los manifestantes no eran personas marginadas o carentes de servicios, sino que se trataba de hombres y mujeres de lo que podríamos llamar clase media. Sus reclamos no se convirtieron en actos de violencia. No fue necesario que intervinieran “los guardianes del orden”. Aquellos utilizaron pequeñas tiendas de campaña para sus “sit-downs” – frente a las sedes municipales, cantando y bailando a ratos, y con gran estruendo.

El mundo, con su respectiva clasificación político-ideológica, así mismo se preguntaba: ¿Cómo es posible que un país tan pequeño- 22 mil kilómetros cuadrados, con 7.6 millones de habitantes y un ingresos por persona de 26 mil dólares anuales,  que se precia de ser socialmente responsable, tenga estas manifestaciones de protesta?

Solución aparente del problema: el gobierno decide formar un comité de estudio para tratar de resolver, primero, el problema de la vivienda. El resto es política.

Quisiéramos saber cuál es el denominador común en ambas situaciones, en los dos países.

Alguien dice que en la Gran Bretaña hay una gran variedad de etnias y orígenes que polarizan a la sociedad, quedando algunos en desventaja. Bueno, ¿y qué pasa con Israel? ¿Allí no hay gente de los más diversos orígenes?

Otros culpan al exclusivismo de los estudios superiores británicos, a lo que pocos tienen acceso. También en Israel las colegiaturas universitarias son caras.

Seguimos escarbando, tratando de encontrar lo que origina esos disturbios.

¿No será que en ambos casos hay tendencias políticas encerradas? Ya sabemos que “la izquierda” y “la derecha” están luchando por imponer su hegemonía, su propia solución.

“¿Me estás diciendo que la política se está imponiendo y que las peticiones y exigencias son meros instrumentos de presión?”

Pues sí, puede ser, como también se dice que la gente se convulsiona bajo el peso de la economía globalizada, en la que el individuo deja de ser tal y las corporaciones dominan la actividad productiva, algunas de ellas en connivencia con los gobiernos, originando los disturbios populares.

“Bueno, pero estos disturbios populares, como los llamas, necesitan de una fuerza motriz que los arranque y haga caminar”.

Volvamos a los dos países-ejemplo de este caso.

El primer ministro de GB, en su declaración reciente, culpó a “esas hordas salvajes”, la mayoría de ellos emigrantes, mal preparados, cuyos padres fallaron en darles la  educación necesaria para vivir y ganarse la vida, etc.

“Sí, pero no tienen esos atributos porque la GB no le ofrece la posibilidad de obtenerlos. Viven, por decirlo así, de la beneficencia del estado”.

El primer ministro de Israel, en cambio, no utilizó adjetivos, no clasificó a los manifestantes. Con simpleza declaró que no estaba de acuerdo con ellos y que tomaría medidas para procurar enfrentar sus demandas. Removió a un alto funcionario del ministerio de finanzas y hoy se da a la tarea de nombrar un comité ministerial que llegue a estudiar – y resolver – los puntos álgidos de los reclamos, recordándole a la población que, a pesar de que Israel como país nació con bases socialistas, 63 años después, el mundo ha cambiado e Israel con él, y que el paternalismo gubernamental es hoy una política imposible de practicar.

Cada uno a su particular modo, GB e Israel tratan de enfrentar y resolver sus problemas. Lo importante es que haya gobierno, que sus habitantes sepan que quienes están en el poder, son mandatarios nombrados por la gente y que tienen la obligación de responder y entregar cuentas de su actuación.

Suena ilusorio, pero esto lo dijo Platón. ¿Lo recuerdan?