LEN OPALIN CHELMINSKA

Las revueltas de la primavera árabe se han trasladado a otros puntos del planeta: Chile, China, Inglaterra e Israel, países en los que con matices propios, un creciente número de personas experimentan marginación, económica, social y política; salvo Israel, la respuesta de las autoridades a la inconformidad ciudadana ha sido violenta; la población se manifiesta contra los poderes fácticos que muestran apatía y arrogancia para superar la descomposición social y la falta de oportunidades económicas; particularmente para los jóvenes.

En Israel, un país democrático, que ante la constante amenaza de guerra con sus vecinos árabes, forjó un elevado espíritu de unidad nacional y de solidaridad ciudadana, se han llevado a cabo movilizaciones multitudinarias en varias ciudades, que no estuvieron vinculadas con demandas de paz o de tipo religioso, sino con reivindicaciones económicas ante la ascendente carestía, sobre todo en el rubro de vivienda y en el educativo, así como para que se reduzca la elevada carga impositiva a la que está sujeta la clase media y se eliminen los privilegios fiscales que gozan diferentes grupos de la población, especialmente los militares, los religiosos ultraortodoxos o los colonos establecidos en zonas específicas. Asimismo, los protestantes reclaman la anulación de las prebendas que tiene la clase política y que se castigue la corrupción y la apatía de los servidores públicos para mejorar las condiciones de vida de la gente. El Estado Benefactor que por décadas ha existido en Israel no se justifica en una sociedad globalizada en la que priva una aguda competencia entre naciones; empero, el gobierno no puede abandonar a su suerte a las clases desprotegidas.

En el contexto de la rebelión social sobresalen los violentos disturbios que se suscitaron en Londres y otras ciudades de Inglaterra a raíz de la muerte de un joven negro a manos de la policía en el barrio londinense de Totenhan y que derivaron en actos de pillaje, destrucción de vehículos e incendio de edificios y que fueron calificados por el Primer Ministro, David Camerón, como “actos puros de criminalidad”, en este sentido, Inglaterra registra una de las mayores tasas criminales de la Unión Europea. Detrás de la revueltas está la injusticia social, el racismo y la falta de oportunidades de trabajo para los jóvenes, cerca de una quinta parte de las personas entre 16 y 29 años están desocupadas, porcentaje que sube a 50.0% en el caso de los afrobritánicos. Por otra parte, la violencia que se observa en Inglaterra expresa la vulnerabilidad de la policía que ha resentido el recorte de sus ingresos presupuestales derivado de programas de austeridad del gobierno; igualmente, manifiesta la incapacidad del Estado para mantener la cohesión social.

En el marco de las protestas también sobresalen las registradas en el Sur de China en el condado de Qianxi en donde miles de personas salieron a las calles para expresar su repudio a los abusos y brutalidad policiaca contra los ciudadanos. Los protestantes arremetieron contra policías y quemaron vehículos oficiales; hubo 18 muertos y decenas de heridos. Las revueltas en China no son nuevas y cada vez son más frecuentes por el malestar social existente y por el descontento de diferentes minorías étnicas que han sido reprimidas, entre otras, la de los Ulgures, por ser considerados por el gobierno como “una amenaza terrorista”; más de ocho millones de personas de este grupo étnico viven en Xindiang, región autónoma cercana a la frontera de Kirguistan. Los Ulgures se quejan de que son sometidos a una violenta represión cultural y religiosa (profesan la fe musulmana) y resienten una migración masiva a la región, alentada por las autoridades, de ciudadanos de la étnica Han, mayoritaria en China.
Igualmente en Chile, país que tiene los mejores indicadores de desarrollo social de Latino América, multitudes de jóvenes estudiantes han causado disturbios en sus protestas en las que demandan una mayor calidad educativa. La policía ha desatado una violenta represión para frenarlos. 

Analistas políticos consideran que las revueltas en el mundo continuarán y su efectividad mejorará apoyada por las redes sociales; de aquí que si los diferentes gobiernos no toman decisiones políticas de fondo para acabar con la marginación y la intolerancia, la violencia puede convertirse en un fenómeno crónico.