SALOMÓN LEWY.

Conforme a la tradición, asisto con alegría y añoranza a la sinagoga; no con la frecuencia que debiera, pero en ocasiones me es necesario. No sé exactamente por qué.

Este inicio de 5772 me hizo entender, sin proponérmelo, que era trascendente para mi sentido y recorrido de vida procurarme un espacio de reflexión, de resumen y, por qué no, de plegaria y recogimiento.

Mi sinagoga es hermosa. Todas lo son, pero en ésta encuentro la tradición de tantos años. Debo confesar que todavía guardo en mi memoria los años de niño, cuando nosotros “los yekes” de Hativah Menorah celebrábamos Rosh Hashana y Yom Kippur en un pequeño anexo de precioso templo Yehuda Halevi, allá, cerca del viaducto, pero el tiempo es inexorable. Esa pequeña Comunidad se fugó con él y dejó de ser.

Quienes quedamos somos pocos y estamos esparcidos, unidos a diferentes sinagogas. La mía, la que me adoptó, fue la respuesta a mis pérdidas más grandes: mis padres. Creo que por eso la quiero tanto.

Rodeado por la atmósfera de las celebraciones, acomodado en  mi lugar acostumbrado, mi mente voló hacia atrás, hasta 1971, cuando emigré a Israel.

Luego de un año, me convertí en ciudadano con plenos derechos y obligaciones.

Recibí mi pasaporte y sentí que, ahora sí, podía participar en todo y de todo, como cualquiera de mis amigos y vecinos de Netanya y el resto del pequeño-gran país, mas no contaba con “la astucia” de Zahal, y , por supuesto, recibí el famoso “Zav Kriah”, el llamado al ejército. Pensé que por mi edad – en aquel entonces –  mi función sería algo así como de soporte, secundaria.  Lo que fuera, todos debíamos pasar por “tironut”- capacitación  y entrenamiento iniciales.

Mi perfil resultó de 87 puntos porque utilizo anteojos, que si no…Por lo tanto, fui asignado a infantería. Claro, ¿qué quería…piloto de Phantom?

La tironut duró 60 días. Éramos un grupo de veteranos, el mayor ya era viejo. Tenía dos años más que yo.  El batallón estaba integrado por georgianos, marroquíes, yanquis, franceses, argentinos y un mexicano. ¡Qué curioso! En México era yo el judío y en Israel, el mexicano.

Pocos meses después del entrenamiento, estando en mi trabajo en la hotelería, se soltaron las alarmas. Sirenas, anuncios por radio, carros con altavoces, todos advirtiendo a la población israelí que estábamos siendo atacados. Era Yom HaKippurim.

Los teléfonos se atascaron, el tránsito se hizo imposible, los rostros desencajados de la  gente reflejaban la angustiosa situación.

Como pude, llegué a mi casa en mi destartalado VW. Mi familia salió de la pequeña sinagoga cercana y llegó corriendo. No había pánico, sólo un enorme  sentimiento de angustia colectiva, y muchachos de uniforme, sin despojarse de “talit” y  “kipah”, en estratégicas esquinas de las calles abordaban en tropel los transportes militares.   Y las sirenas de alarma…

Debíamos estar pendientes de la estación radio militar. Por ella llegaban las órdenes en clave. Pensé que me llamarían a cualquier frente. Nada.  De la municipalidad de Netanya llegó un soldado, este sí, veterano, quien me ordenó ir con él a servir como guardia nocturna en mi ciudad.

A mi vecino, un transportista argentino , le requisaron un camión de carga. No se llevaron mi VW porque era una “carcacha”.

Las noticias, confusas muchas, decían que  el ejército sirio habría llegado hasta el Kinneret; los egipcios habrían cruzado el Canal de  Suez, arrasando la línea Bar-Lev, llegando hasta las afueras de Beersheba.

El resultado de esa guerra, treinta y ocho años después, lo conocemos todos.

Sabemos quiénes fueron los héroes: todo el Pueblo judío, y sabemos qué esperar del mundo, pero también tenemos sospechas, tanto de rivales como de supuestos aliados, quienes sabiendo, por su tecnología, de la acumulación de ejércitos y armamentos, callaron convenientemente, dejando a pueblo y gobierno de Israel atenido a sus propios recursos. Bueno, eso es la política.

Al final de las hostilidades armadas, a los “veteranos” se nos asignó la tarea de sustituir a quienes se partieron el alma en la defensa de Israel.

 

Largas horas en el Hermón, de noche, pecho a tierra en posición estrella,  con nuestros M-16 apuntando hacia la oscuridad, en el silencio que sólo interrumpían las lejanas maldiciones en árabe y las ráfagas de viento helado – Kor meshugá –  según lo llamaba Alalouf, el marroquí.

Llegó abril de 1974 y con él la esperada orden de retirarse del monte Hermón.

La nieve había empezado a desaparecer. Los amaneceres eran más claros, lo mismo que las ideas.

De regreso – por fin – de nuestra improvisada base, noté el estoicismo de la gente, vi los rostros de quienes perdieron a sus hijos, pero me di cuenta, ahora sí, de la inmensidad del amor que hay por un pedacito de tierra propio y de la solidez de convicciones y afectos del pueblo de Israel.

En ese momento, lo que menos interesaba era la política. Sí, alguno que otro decía que Golda Meir, que Moshé Dayán, que si esto o lo otro, pero los temas giraban alrededor de Ariel Sharon y todos los responsables de una indiscutible hazaña. De todas las pruebas de resistencia a las que Israel ha sido sometido, como Pueblo y como Estado, esta fue una de las mayores.

Otra gran prueba, para el que esto escribe, fue el momento de despedirme de quienes estuvieron junto conmigo. No muchas palabras, ninguna promesa. Un simple abrazo y una mirada que expresaba mejor  todos los sentimientos.

En mi lugarcito de la sinagoga pasaban por mi mente las imágenes y los recuerdos de todo ello y más. Pienso en mi posible insensibilidad de aquellas circunstancias. Me pregunto cómo no sentí miedo.

En estos años, Israel ha sufrido cambios, pero cambios para mejorar. Cada ocasión que regreso veo algo nuevo: Carreteras, aeropuertos, edificios, transportes, sistemas, y mucha gente nueva.  También descubro  que hay movimientos sociales y políticos nuevos.

Voy al lugar de la Matzevah de mi madre y trato de recorrer con la mente los cuarenta y siete años que vivió allá desde su emigración. Me doy cuenta de lo que ella presenció, así como lo hicieron mis hermanos,  hijos y nietos. Es difícil que exista  otro país en el mundo que se hubiese transformado de ese modo.

De una tragedia, derivada de la agresión y la equivocada idea de que podrían acabar con el Estado de Israel, ha surgido y seguirá fortaleciéndose el futuro de generaciones israelíes.

Yom HaKippurim 1973 está hoy aquí.