SALOMÓN LEWY

En algún artículo anterior traté el tema de las “manifestaciones”, a raíz de las protestas que se organizaron en Israel. Ustedes las recuerdan, son recientes. Tiendas de campaña, música, gritos, pancartas, jóvenes y gente mayor levantando sus voces para denunciar el alto costo de habitación, alimentos, educación, etc. y paulatinamente fueron extendiéndose a las principales ciudades, al grado que cada plaza principal de ellas se tapizó de pequeñas carpas y letreros durante días.

Algunas secuelas de ese movimiento permanecen vivas hoy todavía, principalmente entre el personal médico de los hospitales de Israel. Varios doctores (as) y enfermeras(os) han renunciado a sus puestos mientras prosigue un cierto ambiente de negociación, pero el asunto continúa en litigio, particularmente con el Ministerio de Salud.

Propuestas y recriminaciones van y vienen. Es lógico, pero conociendo a la sociedad israelí, podemos augurar que más temprano que tarde se llegará a un acuerdo, mismo que no dejará satisfecha a ninguna de las partes y, como siempre, quedarán algunos resabios.

A pocas semanas después de estas manifestaciones, se inició otra, pero esta vez en los Estados Unidos, específicamente en Nueva York, en un popular parque en el corazón de esa ciudad. Inicialmente, como pudimos ver, los manifestantes eran gente joven, que denotaban cierto grado de estudios, incluyendo graduados y algunos, inclusive, con maestrías, pero por su edad, ruidosos, animados y con una suerte de cohesión que conseguía la simpatía de muchas personas mayores, manteniendo un ambiente de orden que sólo requería la discreta presencia de la policía en los alrededores del sitio. Los medios informativos relataban y transmitían imágenes con un tipo de festiva curiosidad.

Paulatinamente fueron agregándose distintos tipos de personas de extracción diversa, portadores de otro lenguaje diferente, algunos de ellos con actitud violenta tanto en sus voces como en su comportamiento, hasta convertir el “sit-down” en una masa rugiente y deforme que se extendió a otras zonas de la ciudad.

En masa comenzaron a desfilar por las principales avenidas provocando el caos vial, agrediendo a personas, pintarrajeando muros y rompiendo vidrieras. Otras plazas fueron ocupadas por el cada vez mayor número de manifestantes, pero sus actividades ya se acompañaron de alcohol, drogas e incluso, sexo.

La policía no se limitó a vigilar, sino que inició su intervención directa y comenzaron los arrestos.

Para entonces, la inefable prensa aumentó el volumen de información, aprovechando – como de costumbre – las escenas de violencia y así procurar incrementar su cada vez más reducida circulación.

También como es usual, los medios tomaron partido. Los “políticamente correctos” elogiando a los manifestantes, como queriendo dar cuerpo a un movimiento sin líderes aparentes. Los “de derecha” censurando a los “vándalos”, descalificando a sus miembros y tildándolos de revoltosos comunistas.

Como sabemos, las protestas han ido extendiéndose a otras ciudades. Curiosamente, en cada una de ellas los mensajes son diferentes. Lo que le duele a los de Iowa es distinto a lo que abruma a los de Michigan, por ejemplo, pero existe en todos un denominador común: la desigualdad económica.

Queda claro que ninguno ofrece, ni siquiera sugiere alguna idea al respecto. Podemos utilizar el maniqueísmo para presentar la situación para escoger entre dos opciones o juicios: blanco o negro, grande o pequeño, socialismo o capitalismo, etc., pero no es tan simple. Nuestro mundo hoy es muy diferente al que conocimos quienes nacimos en la tercera o cuarta decena del siglo pasado.

Demasiada agua ha corrido bajo el puente desde la Segunda Guerra Mundial. Los cambios sociales, tecnológicos, geográficos, ideológicos y políticos han sido impactantes, radicales. Lo que era válido y acostumbrado hace menos de cincuenta años es hoy extinto, casi dinosáurico.

Las sociedades se han transformado, para bien o para mal, y los usos y métodos se han ido regenerando – algunos degenerando – hasta el punto que, quienes tenemos historia y memoria, en ocasiones encontramos difícil entender o explicar razones y proporciones.

Es entonces cuando surge la diferencia de criterios. Aquellos que “se quedaron atrás” – en dinero, en preparación, en perspectivas – protestan y exhiben su malestar e inconformidad. Los otros, los que se subieron a tiempo al autobús de un destino más cómodo, sólo perciben el ruido que hacen los primeros en sus manifestaciones de descontento.

Recurro nuevamente a mi mejor herramienta, la Historia, y la frase “que coman pastelillos” de la emperatriz al inicio de la Revolución Francesa, o el surgimiento de la Bestia en medio de la crisis y la hambruna en la Alemania de 1929, como la revolución de las masas de MaoZedong en China, y trato de conciliar una inquietud con una posibilidad: ¿Será que el mundo requiere de quitarle a lo que llamamos democracia su gobierno “de, por y para el pueblo”?

El capitalismo democrático, real o aparente bajo el cual vivimos ¿ya no es funcional y provoca tanta disparidad?

Se aprecia en el ser humano la ambición sana, el deseo de prosperar, de conseguir una vida mejor. Esto nos fue inculcado desde la niñez, en la mayoría de los casos con el ejemplo paterno. ¿Será que los “ricos capitalistas” de hoy exageraron y extremaron su ambición, sin importarles el prójimo? O tal vez que algunos de nosotros perdimos el empuje, el impulso de mejora y nuestro recurso de reduce a protestar.

El lema de “Todo lo que yo alcance es para mí” va contra el otro: “Nunca nadie nos da nada”. ¿Serán estas las opciones?
Según la primera, interpretando el sentido de las protestas, puede entenderse un sistema bajo el cual unos cuantos aprovechan recursos ajenos para lograr su objetivo de acumular riqueza, en algunos casos con la complicidad de sus gobiernos.

En la otra, el gobierno es el responsable de otorgar los satisfactores a los que los gobernados tienen derecho.

Volteemos a recordar algo de Historia y tomemos como ejemplo la creación del estado de Israel. Los “jalutzim” no tenían un gobierno organizado, sólo una especie de selectividad colectiva y procuraban el sustento basados en pequeñas comunidades de ayuda mutua. Kibbutzim y moshavim fueron transformándose en todos los ámbitos y, sin demasiado ruido político o social llegó Israel al día de hoy – con todo y las manifestaciones de descontento actuales.

Otros ejemplos, disímbolos todos ellos, los encontramos en las dictaduras, asiáticas, africanas o latinoamericanas. En ellas no caben las protestas. Son apagadas con toda la fuerza armada, y tampoco satisfacen las necesidades de su gente. Entonces: ¿a qué conclusión llegamos? ¿Dónde está el “justo medio”?

¿Cuál es el régimen o tipo de gobierno que puede satisfacer nuestras necesidades básicas y facilite nuestro desarrollo?
Ustedes, queridos amigos, tienen la mejor opinión. Háganla valer.