ESTHER SHABOT/EXCELSIOR

Turquía se ha convertido en una nación cada vez más central dentro de la geopolítica regional. Su gobierno encabezado por el primer ministro Recep Tayyip Erdogan, de tendencia islamista moderada, ha conseguido un crecimiento económico notable en el país y ha maniobrado hábilmente para competir por un liderazgo regional que le es disputado por otras potencias de la zona. Erdogan es hoy un personaje bien conocido en los foros internacionales al haber extendido en los últimos tiempos su participación en la mayoría de los asuntos relevantes que marcan el devenir de la región en que se ubica. En el frente interno, acaba de iniciar, el 19 de octubre, los trabajos para gestar una nueva constitución destinada, entre otras cosas, a dotar de mayores derechos a sus minorías étnicas, tradicionalmente maltratadas por el Estado turco.

Sin embargo, Turquía ha sufrido recientemente dos reveses que están exigiendo a Erdogan moverse con cautela. El primero fue el ataque recibido de parte de guerrilleros del Partido Kurdo de los Trabajadores (PKK) quienes desde territorio iraquí montaron un operativo en el que mataron a 24 soldados turcos, con la consecuente represalia del ejército de Ankara que arrasó campamentos kurdos a ambos lados de la frontera turco-iraquí. El segundo consistió en una catástrofe natural, un terremoto de alta intensidad en el distrito de Van, que dejó muchos muertos y desparecidos además de que miles de viviendas se destruyeron o quedaron inhabilitadas. La crudeza del invierno que se cierne sobre el lugar ha vuelto urgente que las autoridades brinden solución rápida a las carencias derivadas del sismo y tal urgencia ha puesto a prueba la capacidad del gobierno de Erdogan para moverse adecuadamente con ese propósito. Un dato que hace más complicada la situación, es que la mayoría de los damnificados son kurdos, y dada la reciente confrontación con el PKK, una negligencia del gobierno en ayudar a las víctimas bien podría contribuir a una imagen que Erdogan no desea proyectar: la de que su régimen sigue tan empeñado como sus antecesores en el pasado en discriminar a los kurdos.

Así que justamente en la forma de encarar este desafío es donde se muestra una de las características más notables de la personalidad de Erdogan. Se trata de un líder que ante ciertas situaciones polémicas y de tensión es capaz de desplantes y respuestas altisonantes y agresivas, para poco después recurrir a la moderación y a gestos conciliatorios. Es decir, existe en él una decisión deliberada de hacer ruido y mostrarse firme y decidido –como se espera de un fuerte líder regional- aunque más tarde y sin muchos aspavientos ponga freno relativo a sus propias decisiones.

La accidentada relación de la Turquía de Erdogan con Israel es una de las pruebas más fehacientes de este tipo de manejo. Son numerosos ya los altercados registrados en el pasado reciente entre estos dos antiguos aliados regionales que por muchos años cooperaron en un sinnúmero de áreas. Tales altercados han sido acompañados por acusaciones fuertes de parte de Erdogan, hasta el grado de rebajar notablemente el nivel de la relación diplomática entre ambos.

Sin embargo, Erdogan sabe, al igual que Israel, que una ruptura total iría en contra de intereses importantes de los dos, razón por la cual tanto él como su contraparte israelí promueven que las aguas regresan finalmente a su cauce. En el caso del terremoto en Van, la ayuda israelí fue rechazada primero para luego ser aceptada, de la misma manera que no obstante el daño infligido a la relación por el incidente del Mavi Marmara, Israel aceptó la ayuda turca cuando hace cerca de un año Israel sufrió un incendio devastador en la zona norteña del Carmel.

El régimen de Erdogan se comporta así con un pragmatismo extremo que sin duda le está siendo útil para no perder ninguna de las cartas que le permitan seguir posicionándose como una indiscutible potencia regional. Incluso ha jugado la carta de encontrarse con un alto enviado del régimen iraní para coordinar esfuerzos contra las acciones de la guerrilla kurda ubicada en su frontera común, por ejemplo.