BEATRIZ W. DE RITTIGSTEIN |  EL UNIVERSAL

Resultan excepcionales las negociaciones anteriores a la del recién liberado Guilad Shalit en que las bandas terroristas que permanentemente atacan a Israel hayan entregado algún rehén vivo; un caso inusitado es el del industrial Elhanan Tannenbaum, canjeado en 2004, junto con los cuerpos de tres soldados israelíes.

Una de las desapariciones más enigmáticas es la del aviador Ron Arad, que en 1986 fue capturado por la milicia chiíta de Amal, luego de eyectarse de su avión de combate cerca de Sidón. En 1988 fue “vendido” a las fuerzas de Irán en el Líbano. Desde entonces ha habido información contradictoria sobre su suerte y paradero. Hezbollah asegura no poseer referencias. Una investigación conducida por la inteligencia israelí concluyó en 2009, que Arad había muerto.

Para el Estado judío también los cuerpos de sus ciudadanos deben ser rescatados. En julio de 2008, el gobierno israelí intercambió terroristas, entre ellos Samir Kuntar, quien en 1979 asesinó a tres miembros de una familia israelí, entre ellos una niña de cuatro años, por los cuerpos de Ehud Goldwasser y Eldad Reguev. Hasta el momento del canje, Hezbollah mantuvo en vilo a la sociedad israelí, dejando la duda si estaban vivos o muertos. Las pesquisas mostraron que los terroristas secuestraron sus cadáveres, tras emboscar a una patrulla.

Israel se enfrenta a esa cultura de la muerte, que venera el suplicio e incluye el sacrificio de su propia gente; la del uso de la población vulnerable como escudos humanos; la de la jihad, que adoctrina e instiga a matar para convertirse en mártires.

De allí el dilema de mantener presos a asesinos confesos y sentenciados, o pagar ese alto precio en peligros futuros a fin de “traer a casa” a los cautivos.