TRADICIONES JUDÍAS

El Rab Lipa viajó desde Jerusalén a Milano en Italia para recaudar fondos para sus instituciones de caridad. Ahí conoció al Sr. Hilkot, uno de los millonarios más dadivosos de la comunidad, quien lo invitó a conocer su hogar. La mansión del Sr. Hilkot, era la más hermosa que había visto el Rab Lipa en su vida. Cuando estaba observando tanta lujosa riqueza, de repente, se toparon sus ojos con algo que llamó su atención: en una de las repisas habían unos vidrios rotos, viejos y llenos de aceite. Cuando el dueño de la casa percibió su asombro, le dijo: “Sé que te sorprende ver esos vidrios rotos ahí, pero quiero que sepas que todo lo que tengo hoy en día se lo debo a esos vidrios”.

Y le empezó a relatar al Rab su fascinante historia: “Cuando era niño, estudiaba en una escuela judía en Holanda, pero mi abuelo me pidió que, como era el mayor de los nietos, viniera a Italia a ayudarle con su tienda. Y yo al llegar aquí rápidamente me convertí en un exitoso vendedor. Poco después murió mi abuelo, dejándome a mí como único encargado de todo el negocio.”

“Poco a poco me fui alejando de mi judaísmo, empecé a dejar de rezar todos los días y al final acabé asimilándome por completo”.

“Sin embargo, muchos años después, ya casado y con hijos, una vez caminando por la calle vi a unos niños judíos jugando, mas uno de ellos lloraba incontrolablemente gritando: ‘¿Qué le voy a decir a mi papá? ¿Qué le voy a decir?’.

Me le acerqué a ver qué le pasaba, pero el sólo repetía diciendo ‘¿Qué le voy a decir a mi papá?’. Le dije que tal vez yo podía ayudarlo, y el niño me explicó que su papá llevaba meses ahorrando para comprar aceite para prender las velas de Janucá, y ahora que lo mandó a él a comprar una botella, por jugar con sus amigos esta se rompió y todo el aceite se derramó.”

“Entonces, fui a la tienda y le compre una botella nueva. El niño quedó muy feliz y yo también, ya que sentí a había hecho una gran mitzvá. Sin embargo, la frase de ese niño se me quedó grabada: ‘¿Qué le voy a decir a mi papá?’ y me pregunté yo también: cuando me llegue mi hora y llegue allá arriba ¿Qué le voy a decir a mi Papá Celestial…? A mi Creador…

¿Cómo voy a rendirle cuentas?”

“Entonces esa misma noche hice lo que muchos años no había hecho y prendí una vela de Januca. La segunda noche dos y así consecutivamente.

Sentí que entre más velas prendía más se iluminaba mi camino. Desde entonces comencé a respetar shabat, dar caridad a las personas y otras mitzvot, lo que me ha llevado a sentirme más íntegro y a tener mucho éxito en todos mis negocios.

¿Ahora entiendes por qué esta botella de aceite, que es la que se le rompió al niño, es tan especial para mí?”

¡JANUCÁ SAMEAJ!

¡Ojalá que también para cada uno de nosotros las velas de Janucá iluminen nuestra vida!