ESTHER SHABOT/EXCELSIOR

El cuadro que ofrece el proceso de reconstitución de Egipto tras el derrocamiento de Mubarak sigue siendo confuso y sombrío. Es cierto que las tres etapas de las elecciones parlamentarias han podido celebrarse ya aunque los resultados finales aún no han sido emitidos, pero continúan las indignadas protestas públicas marcadas por el desencanto ante lo limitado de los cambios esperados y los abusos frecuentes del Comando Supremo de las Fuerzas Armadas al mando del país.

Hace unos días se celebró un episodio más del juicio al derrocado presidente. Éste, sus hijos y varios de los altos funcionarios que sirvieron durante su régimen escucharon cómo el fiscal pidió para los acusados la pena de muerte, pena exigida también por una multitud de manifestantes que en las afueras de la sede del tribunal clamaban por justicia. Otro sector de la sociedad egipcia, profundamente agraviado no sólo por la dictadura de Mubarak sino también por sus sucesores hoy en el poder, es el de los cristianos coptos cuyo peso demográfico es mayor al 10% de la población total del país que alcanza los 85 millones de personas. Justamente anteayer la Iglesia copta celebró la navidad (que en el calendario litúrgico de las iglesias orientales es el 6 de enero) y a pesar de que en la misa de la catedral de El Cairo estuvieron presentes como gesto de cortesía altos líderes políticos del país incluidos miembros de la Hermandad Musulmana y del gobernante Comando Militar, la dirigencia copta sigue en estado de alerta ante la frecuencia y la gravedad de los ataques y atentados diversos que han sufrido sus fieles a lo largo del 2011 por parte de extremistas islámicos.

La mayoría de la población egipcia anhela por supuesto contar con un gobierno estable, transparente y dispuesto a trabajar en pos del bienestar general, pero la desesperación ha empezado a cundir sobre todo por el inocultable panorama de empeoramiento de las condiciones económicas derivado de la inestabilidad actual. Al respecto, las cifras no mienten: las reservas en moneda extranjera han caído a un ritmo de dos mil millones de dólares mensuales lo cual está presionando hacia una devaluación de la moneda local y a una más alta inflación que ha llegado a 9.1% anual general y a un 50% en el ramo de productos alimenticios. Los ingresos por turismo –uno de los sectores vitales de su economía- han caído 33%; el desempleo está en su punto más alto en toda la década (11.9% oficial, bastante más alto en la realidad). La economía sólo creció 1.2% a lo largo del 2011 y el crecimiento pronosticado con optimismo para este año es de 3.1%, la mitad del necesario para la cantidad de empleos requerida por la joven e inconforme población del país que constituye la inmensa mayoría. Quizá la cifra que con mayor claridad expresa la crisis nacional es la de que cerca del 90% de las familias tienen un ingreso mensual total de menos de mil dólares y sólo 3% obtienen más de dos mil.

Un apoyo importante para superar este panorama negativo provendría de una condonación de la deuda nacional por parte de las instituciones financieras acreedoras, lo mismo que de nuevos préstamos jugosos capaces de subsanar una parte de las dificultades. Sin embargo, es claro que ello no será suficiente si el país no consigue establecer un gobierno estable y confiable que más allá de sus orientaciones ideológicas y religiosas tenga la habilidad para superar las divisiones sectarias de manera institucional, poner en pie la economía y abrir espacios de libertad y respeto para la población general, en especial para las mujeres y las minorías. Todo esto evidentemente no es fácil por lo que cabe esperar que en Egipto, el país más poblado del mundo árabe, las turbulencias y la incertidumbre sigan siendo por un buen tiempo el tono dominante.