SALOMÓN LEWY
EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Inmediatamente salta la pregunta: ¿Qué busca el Presidente de Irán en su visita a nuestro continente, particularmente en Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Cuba?

La respuesta que encontramos tiene dos vértices, uno externo y el otro, interior.

En el primero se revela que las presiones de “Occidente” se empiezan a sentir en Irán. Las sanciones que paulatinamente se han ido imponiendo al gobierno iraní por su negativa a renunciar al desarrollo de su programa nuclear, a todas luces encaminado a fabricar armas de destrucción masiva, empiezan a hacer mella en su economía. Su banco central ya no puede – no se le permite – transferir a ni aceptar fondos de un gran número de instituciones bancarias en el mundo, por una parte, y por la otra, miles de empresas que acostumbraban hacer negocios con Irán, ya no podrán hacerlo, y la lista de impedimentos se agranda cada semana.

Las reacciones de Ahmadineyad y sus ayatollahs han exacerbado el conflicto, inclusive, con la interferencia de sus dos más importantes patrocinadores: Rusia y China.

Irán tiene a su favor una especie de contrapeso: naciones que dependen en gran parte del suministro de petróleo, particularmente Japón, Corea del Sur , la India y, por supuesto, la inefable Turquía.
Si hacemos un pequeño ejercicio de memoria, recordaremos que todo esto comenzó poco después que aquel obtuviera la presidencia de su país. Había sido el jefe de gobierno de Teherán, la capital, y fue votado y nombrado presidente por una abrumadora mayoría.

De inmediato comenzó a lanzar amenazas a Israel, aplicándole cualquier cantidad de denuestos, incluyendo llamarlo “El pequeño Satán” – y a los EUA “El gran Satán” – prometiendo borrar de la faz de la Tierra a los sionistas.

Israel se quejó públicamente ante todo el mundo y todas las instituciones habidas y por haber. Lamentablemente, todos estos sólo se encogieron de hombros y no quisieron escuchar las quejas –y menos las advertencias – que salían del gobierno israelí y de uno que otro editorialista, incluyendo este escribidor.

Las razones saltaban a la vista: económicas, porque convenía obtener petróleo iraní; militares, porque un gran número de países eran – y son – respaldados por el potencial iranio utilizando intermediarios (Hamas, Hezballah, Al-Qaeda, las Hermandades Musulmanas, etc.) o directamente (Siria, República Democrática del Congo, Angola, Somalia) entre otros, del mismo modo que el derrocado y hoy difunto Muammar Ghadaffi lo hacía.

Pero volvamos a América.

El presidente venezolano Hugo Chávez, en su megalomanía, encabeza un movimiento anti-yanqui, haciéndose acompañar por regímenes tan regresivos como el suyo. Ecuador, Bolivia, Nicaragua y, sobre todo, Cuba. Los tres primeros gobernados por aspirantes a implantar en sus países el sistema político seudo-socialista que murió con la URSS pero cuyos residuos sobreviven en la dictadura de Corea del Norte y en la misma Cuba. Ahora bien: el denominador común de estos cinco gobiernos latinoamericanos es la bandera del “anti-imperialismo” norteamericano, al grado que están uniendo sus esfuerzos por crear un organismo paralelo a la Organización de Estados Americanos sin la concurrencia de Canadá y EUA.

En esta atmósfera, llega Ahmadineyad en visita oficial, llamando “hermano” a su homónimo Chávez, asistiendo a la toma de la tercera posesión presidencial de Daniel Ortega en Nicaragua; haciendo declaraciones de unidad ideológica y política con todos aquellos que comulgan con las suyas, aquí sí, sin barreras religiosas. Como muestra de esto vemos al presidente Fernando Lugo de Paraguay, antiguo obispo de la Diócesis de San Pedro y sus comunicaciones con el iraní, en su “terreno común”, según sus propias palabras.

Al momento que escribo este artículo y luego de que Chávez y Ahmadineyad se mofaran de la preocupación occidental por el probable desarrollo de armas atómicas de Irán, así como de la firma de varios convenios de “cooperación” entre ambos países, el presidente iraní se dispone a continuar su gira.

Tomando en cuenta la cuestión económica, los siguientes anfitriones son países que requieren de respaldo. Irán lo puede otorgar. ¿A cambio de qué?

No hay que ir muy lejos por la respuesta. Nicaragua, Ecuador y especialmente Cuba no son autosuficientes. Los EUA distraen gran cantidad de recursos en otras áreas de planeta y por razones distintas, amén de que en sus prioridades no están ubicando a América en lugar preponderante. Aquí está el resquicio por donde Ahmadineyad puede colarse, aunque no con la misma fuerza financiera pero sí la ideológica, aún siendo por conveniencia pero no por convicciones.

Aquí cabe otra acotación: todos los países latinoamericanos mencionados tienen otro denominador común. Todos ellos han votado una y otra vez a favor de resoluciones contra Israel en la ONU y demás foros mundiales. Curioso, ¿verdad?.

Ahora vayamos a lo que llamé vértice interior.

La posición política – y personal – de Mahmoud Ahmadineyad en Irán no es lo cierta que aparenta. Los ayatollahs, verdaderos poderes, son los que deciden, hacen y deshacen según su propio código. No sólo son fundamentalistas religiosos sino también políticos. Utilizan a aquél como fachada política, mas lo pueden usar como “chivo expiatorio” cuando les sea conveniente. Entre ellos mismos existen diferencias, algunas muy graves, y al mismo tiempo, luchan entre ellos por la jerarquía máxima. Los “viejos sabios” – como los llaman los iraníes – son la figura del Imam, del líder. Herederos del Ayatollah Khomeini, son los líderes, las figuras supremas desde la revolución de 1978 y sus secuelas. Saben mezclar los conceptos religiosos y los políticos, lo que explica la diferencia y la distancia con el actual presidente.

Mientras todo esto sucede, el mundo no sabe qué pensar, mucho menos qué opinar. La única sirena de alarma la acciona Israel. EUA, Francia, Inglaterra y un puñado de naciones reaccionan, cada una a su particular manera. No sé, pero me recuerdan algo de la Historia. Tengo para mí que el gobierno iraní es una amenaza real, física, presente y que el mundo, por conveniencia o ceguera voluntaria, se encoge de hombros como en los años treinta del siglo pasado.