DAFNA OPALÍN

El día de ayer mi hijo de 8 años se tuvo que quedar en el colegio hasta las 4 de la tarde en detención, a trabajar con sus compañeros sobre la violencia por un incidente que hubo de linchamiento en contra de otro niño. Mi hijo sólo observó. Quizá no parezca justo el castigo por observar, pero no es así…

El colegio tiene la intención de enseñarle a mi hijo a través de esto que no puede quedarse callado, que no puede permitir un acto de violencia en contra de otro ser humano incluso si él cree que lo merece… Mi hijo no hizo nada porque no sabía qué hacer; ahora ya lo sabe: ¡No más!

Nosotros hemos sido observadores cientos o miles de veces y eso nos hace cómplices de todo aquello de lo que nos quejamos. No decir nada cuando alguien está siendo atacado es igual o peor que lo que el atacante está haciendo. ¡No más!

Todos queremos que el mundo cambie pero casi nadie está dispuesto a cambiarse a sí mismo para lograrlo (León Tolstoi); esperamos que alguien más tome la iniciativa por nosotros mientras esperamos pacientes a que nada nos pase. ¡No más!

Sin embargo, sólo levantamos las voces (y en muchos casos el puño), cuando algo no concuerda con nuestras creencias, ideas, pensamientos o formas de vida. Lo injusto es lo injusto. La vida es la vida. Nadie es más valioso que otro para que merezca ser salvado más que otro. Todos tenemos los mismo derechos y tendríamos que tener la confianza de que los demás defenderán a nuestro lado esos derechos porque son los propios. ¡No más!

Las sociedades ya se están cansadas de quejarse… ya todo está dicho pero no todos los esfuerzos están hechos. Nos quejamos de la violencia: “Si, pero son delincuentes… ¿a quién le importa?”. Nos quejamos de la corrupción: “Tengo prisa, ahí tiene para sus refrescos…”. Nos quejamos del día a día: “A este pendejo me le meto y me lo chingo…”. Nos quejamos y nos quejamos… Eso no es levantar la voz; hacernos oír es hacer. ¡No más!

Hace poco tiempo un profesor de la maestría nos dijo: “Los valores no existen; son abstracciones. Lo que existe son los hechos, los actos.” Yo siempre he querido enseñarles a mis hijos lo mismo que mis padres me enseñaron a mí, no discriminar, y he tratado de explicárselos con palabras, poniéndoles ejemplos empáticos, pero la realidad es que debiéramos hacerlo por hacerlo, no porque nos conviene: “Cuando vinieron por mí, ya no quedaba nadie que levantara la voz por mí” (Martin Niemöller). ¡No más!

La violencia es violencia en cualquier expresión, ya sea por defender a otros, por atacarlos o por simple diversión como lo es en el caso del boxeo, las corridas de toro y las peleas de gallo. Incluso el pensar que tenemos derecho sobre los animales para encerrarlos y exhibirlos, es violencia. ¡No más!

Quizá haya muchos ojos entornados cuando lean estas líneas. No me preocupa. Los que me ocupan son aquellos que pueden entender y ver más allá del momento presente. No se trata de salvar el pellejo; se trata de cimentar las bases de un mundo mejor para el futuro. Ésa es nuestra responsabilidad (Tikun Olam).

Todo es mejor juntos. Las cosas salen mejor cuando el trabajo es en equipo, pero eso no quiere decir que no se pueda hacer. ¡No más!

A mí no me importa de qué color eres, en qué Dios crees ni si caminas en dos erguido o en cuatro patas… ¡No más violencia! Si empezamos por ahí, lo más seguro es que lo demás se dé por sí solo.

Entonces, para poder mejorar como sociedad, como país, como mundo, lo relevante no es a quién le des tu voto en la elecciones, ni que estires una mano mientras escondes la otra, como tampoco lo es el quejarse del trabajo, la escuela, la familia… Lo relevante es QUÉ VAS A HACER TÚ PARA CAMBIARTE A TI PARA QUE LAS COSAS MARCHEN BIEN.

“Justos entre las naciones” (Yad Vashem), es el título que todos debemos tener.

Gracias a todas esas personas que en el último mes me han ayudado a llegar a esta conclusión; ustedes saben quiénes son y mi profundo agradecimiento por darme esperanzas de que SI hay gente que quiere cambiar para cambiar al mundo. Me siento orgullosa del colegio de mis hijos y de las personas que se tomaron el tiempo para darnos esta lección. También agradezco el que la vida haya puesto en mi camino a personas como Leonel y Bill, e instituciones como la Asociación Educativa contra el Prejuicio y la Discriminación.

Solos no podemos…

Hoy, yo digo: “¡NO MÁS!”