ANDRE MOUSSALI PARA ENLACE JUDÍO

A lo largo de los siete años en que ha estado en el cargo, el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, ha afirmado en repetidas ocasiones que las sanciones internacionales no tienen el menor efecto sobre la economía de Irán.
“Irán, insiste, es un país rico, con enormes reservas de divisas y una economía saludable”. Pero lo que ha sucedido durante las últimas semanas en el mercado iraní desmiente radicalmente su jactancia hueca.

Desde que se dio a conocer la decisión occidental de imponer estrictas sanciones al comercio del petróleo de Irán, se ha producido un caos en los mercados locales. Las tasas en moneda extranjera han ido subiendo día con día, a veces inclusive por hora. El valor del dólar casi se duplicó en dos semanas. El precio de los productos básicos se disparó y la escasez comenzó a sentirse.

Los cambistas no estuvieron solos cuando se negaron a hacer negocios debido a la fluctuante tasa de cambio; también las grandes empresas se negaron a vender sus mercancías porque no podían establecer un precio fijo.

Ahmadinejad afirma que Irán tiene reservas en divisas para 150 años. Pero los principales actores de la economía iraní sostienen que dichas reservas casi se han agotado. Algunos incluso advierten que en el plazo de seis meses el pueblo iraní podría enfrentarse a una grave escasez de alimentos e incluso a una hambruna.

Irán insiste sin embargo en que no tendrá ningún problema para vender 2,2 millones de barriles de petróleo al día. Eso es cierto. El problema es que con el embargo de su banco central, la transferencia del pago por el petróleo iraní se ha convertido en difícil y costosa. El problema saltó en una venta reciente de petróleo con valor de tres mil millones de dólares a la India. El banco de Turquía cobró una tarifa astronómica a los iraníes para llevar a cabo la transferencia de una parte del dinero. Los iraníes exigen ahora el resto del pago en yenes japoneses, pero la India se niega a cumplir.

Una de las soluciones que Irán está considerando es la del trueque. Pero no hay casi nada a cambio que realmente necesite por parte de sus clientes petroleros. Lo que necesita desesperadamente son divisas duras para pagar una amplia gama de productos de primera necesidad. Por otra parte, la espiral de las tasas de cambio también dañó la producción local, que por años ha sufrido de una mala gestión y de un flujo de caja limitado; y ahora tendrá que pagar más por las materias primas importadas.

Las nuevas sanciones ya han tenido un efecto devastador en la moral pública. En una conversación con una estación de radio persa en Europa y Estados Unidos, un oyente iraní hablaba de compras de pánico generalizadas. Y los iraníes que llamaban al servicio de la Radio de Israel en persa, querían saber si la guerra ya iba a empezar y cuáles áreas serían bombardeadas. Muchos radioescuchas expresaron su disposición a soportar el sufrimiento, siempre y cuando fuera relativamente corto y orientado a derrocar al régimen. Algunos inclusive estuvieron de acuerdo con un ataque militar, en tanto no dañara a civiles o a la Infraestructura nacional.

Por sí solas, ¿estas últimas sanciones económicas tienen el poder de detener el programa nuclear de Irán? La respuesta es un rotundo no. Pero si las sanciones se combinan con otras medidas que representen una verdadera amenaza para el régimen, la respuesta posible es que sí.

En 1988 el líder espiritual iraní, el ayatolá Rujolá Jomeini, fue obligado a beber un cáliz envenenado: tuvo que dar marcha atrás y aceptar un alto el fuego después de ocho años de guerra con Irak, porque, dijo, “garantizar la existencia del régimen islámico tiene prioridad sobre todo lo demás”

Israel, Estados Unidos y el resto de la comunidad internacional deben disponer de una combinación de medidas que amenace seriamente la supervivencia del régimen iraní. Ésta seria la única manera de obligar al actual líder espiritual, el ayatolá Alí Jamenei, de seguir los pasos de su predecesor respecto de su programa nuclear.