EL MUNDO.ES

El jeque Hazem Abu Ismail soñó con cosechar en las urnas una victoria tan gloriosa como la llegada del profeta Mahoma a La Meca. Y a decir por el ruido de pasquines y fieles, la posibilidad de suceder al faraón que fue azote de los islamistas era cada vez más creíble. Pero ayer todo se desvaneció. La exclusión dictada por la Comisión Electoral precipitó un fracaso que ha enfurecido a su legión de acólitos.

“Bismillah ir-Rahman ir-Rahim…”, declamaba Abu Ismail como buen musulmán al principio de todos los sermones que desde hace años ofrecía en la mezquita de su barrio de El Cairo. Ayer no acudió a su cita ni pronunció entre sus paredes el primer capítulo del Corán (En el nombre de Alá clemente, misericordioso). En su lugar, el abogado cincuentón lanzó la arenga contra su descalificación de la carrera presidencial en una llamada telefónica a Hakma, una de las televisiones por satélite salafistas que crecieron durante la dictadura y explican –en parte- su meteórico y ahora fugaz ascenso.

A través de las ondas, el barbudo denunció “la arrogancia e intransigencia” de unos jueces a los que acusó de estar detrás del sonado fraude electoral que marcó las elecciones parlamentarias de noviembre de 2010, apenas unos meses antes de que Tahrir asestara la última puñalada a las tres décadas de Hosni Mubarak. Con su seductora oratoria, habló de sobornos y conspiraciones de la Junta Militar que administra el país y pidió paciencia a sus seguidores, conocidos por una pasión desmedida hacia su líder.

Poder catódico

Con el poder de convocatoria de un muecín, Abu Ismail anunció su campaña presidencial el año pasado. Bajo el yugo de Mubarak, había intentado su asalto al parlamento pero –como muchos de los independientes de la Hermandad Musulmana- había fracasado en unos comicios controlados por la Seguridad del Estado y el poder omnímodo del disuelto Partido Nacional Democrático.

Su labor como letrado, en defensa incluso de adversarios, y su vida mediática –como articulista y telepredicador – prepararon el terreno sobre el que asentó una carrera presidencial ajena a los influyentes Hermanos Musulmanes y paralela al auge electoral de los salafistas de la alianza Al Nur, que logró una cuarta parte del nuevo parlamento. Su irrupción en el Hemiciclo certificó el éxito de las estrictas ideas wahabíes que crecieron en Egipto desde la década de 1970 al calor de la emigración a los países del Golgo Pérsico.

Pero fue, sin duda, su cita semanal con sus devotos seguidores –retransmitida por los canales más conservadores- las que terminaron por encumbrarle. La última encuesta publicada por el Centro de Estudios Políticos y Estratégicos Al Ahram le situaba en el segundo lugar de las preferencias electorales. Su apoyo popular no pareció menguar cuando hace dos semanas surgieron rumores acerca de la nacionalidad estadounidense de su madre, un extremo que –aunque rechazado siempre por el candidato- le ha costado una exclusión contra la que ya ha anunciado un recurso.

Tengo una pregunta para usted

El jeque que llegó a denunciar la supuesta tapadera sionista de Pepsi convirtió su aparición en la mezquita en un ritual. Sentado en una pequeña mesa delante del mihrab (nicho que señala el sitio donde deben mirar quieres oran), Abu Ismail solía pasar la tarde del sábado respondiendo a las preguntas escritas en trozos de papel por el público masculino.

Hace unas semanas, ELMUNDO.es asistió a esta peculiar versión de ‘Tengo una pregunta para usted’. Entonces, Abu Ismail departió acerca del “tiempo crítico de una transición que castigaba al pueblo” y cargó contra el poder. “Hay un consejo consultivo de la Junta Militar y un parlamento sin manos. ¿Para qué sirven?”, se interrogó ante la sonrisa de los presentes. “Los militares no deben jugar papel político. Tienen que estar en los cuarteles como los maestros están en sus escuelas”.

Fiel a su costumbre, el abogado prometió el “renacimiento” de Egipto y la prosperidad económica en un país donde el 40 por ciento de su población vive bajo el umbral de la pobreza. Denunció el cinismo de la ayuda estadounidense y alabó la independencia de Irán frente a la Casa Blanca. “Es el único país que se ha liberado de su tiranía”, subrayó.

“No vamos a un enfrentamiento con Israel pero tenemos que hacer valer nuestros derechos en el Sinaí”, agregó el jeque, partidario de detener la exportación de gas al país vecino y avanzar en una rigurosa aplicación de la ‘sharia’ (legislación islámica). En su programa, también aboga por una radical separación por sexos en los espacios públicos y la obligación de llevar velo.

Marea de carteles

Su rostro, con barba blanca y una amplia sonrisa que deja ver sus hileras de dientes, se ha vuelto una imagen ubicua en la capital egipcia. Cientos de carteles del candidato aparecen colgados sobre los muros o recorren su caótica geografía a bordo de turismos o destartaladas furgonetas. “Si es expulsado de la carrera presidencial, haremos otra revolución. Volveremos a la plaza e impediremos que se celebren unas elecciones fraudulentas”, declaraba a este diario un simpatizante hace unos días.

Su disciplinada red de voluntarios, la mayor de todos los presidenciables, ha difundido un mensaje que llama a “vivir con dignidad” abrazando los gloriosos tiempo del profeta. “Abu Ismail erradicará los vicios y construirá un país nuevo y próspero”, opinaba Omar. Su ahora fallida campaña, respondida en la red con ilimitados bits de ingenio, había aumentado la preocupación en los despachos occidentales y la envidia de otros aspirantes en liza. “Poner todos esos carteles cuesta 40 millones de libras. Mi campaña solo cuenta con un presupuesto de 50.000 libras”, se quejaba a este diario el también candidato Jaled Ali.

“Hay una lucha entre dos voluntades: La del pueblo egipcio y la de los militares que coincide con los deseos occidentales”, explicaba Yusef Mohamed, un empresario que junto sus vecinos ha sufragado con más de 12.000 euros la carrera de Abu Ismail. Su descalificación no es, sin embargo, el último episodio del sueño. Uno de sus abogados ya alertó de una “gran crisis”. Y como advertencia, sus fieles invadieron hace una semana la página de Facebook del mismísimo presidente estadounidense Barack Obama. Los mensajes de rabia amenazaban con “ocupar América” o “machacar a los grupos de presión judíos”.